jueves, 28 de noviembre de 2019

LA GUITARRA EN EL HIMNO NACIONAL DE URUGUAY


Mi padre, Cédar Viglietti Viscaints publicó en 1973 el libro ORIGEN E HISTORIA DE LA GUITARRA EN EL URUGUAY, cuyo título fue cambiado por una editorial argentina -sin autorización del autor- por ORIGEN E HISTORIA DE LA GUITARRA para así aumentar las ventas de la publicación. En ese libro, Viglietti introdujo en el Capítulo VI el tema "La guitarra en el Himno Nacional", que aquí transcribo textualmente para conocimiento de las nuevas generaciones de uruguayos en virtud de una amplia polémica sobre el verdadero autor de la música de la canción patria. Cédar Viglietti (h)


          Himno y Canciones Patrióticas –no había gran diferencia entre una cosa y otra– oíanse a menudo desde los albores de la Independencia; varias veces lucían el título Nacional Argentino; no obstante, un año antes, un Himno Nacional es cantado en tres oportunidades en el mes de julio, en el teatro, por "las hermanas Piacentini, Fernando Quijano", etc. 
          En 1840, el 25 de mayo, se canta el Himno Nacional, letra de Acuña de Figueroa y música de Un Oriental".[1] Cinco años después, el 18 de julio de 1845, óyese el "Himno Nacional con música de Un Joven Oriental e instrumentado por el profesor Don José Debali" (textual) según reza el programa[2] publicado en El Constitucional para una función en el teatro a beneficio de "los Hospitales a fin de socorrer a nuestro beneméritos enfermos y heridos". Este Himno tuvo mayor aceptación que todos los anteriores ya que se cantó después en octubre, noviembre y diciembre del 45 y enero del 46, etc.
          Finalmente, en 1848, en decreto refrendado por su ministro Manuel Herrera y Obes, el presidente Joaquín Suárez oficializa la música de Quijano: "Art. 1ro. Declárase Nacional y exclusiva, la música que para el Himno Nacional ha compuesto el ciudadano D. Fernando Quijano, y con la cual hace un año se canta aquél en las festividades cívicas". (Subrayado mío). Días después el decreto es ampliado, pero nada cambia en esencia. Dichos decretos fueron harto conocidos en el Montevideo de entonces ya que se publicaron en dos periódicos del 27 y 28 de julio de ese 48. Ya veremos por qué insisto con estos detalles.


          Quijano nace en Montevideo, al 1805; hijo de actores y actor él mismo; en los programas de la Casa de Comedias aparece muchas veces, y durante varios años, no sólo como actor teatral, sino también bailando toda clase de danzas, y aun cantando Tonadillas, en la primer zarzuela que estrena con su madre en Montevideo, en un dúo de El Barbero, en Tancredo, el aria de Fígaro, hace el Fiorello varias veces, con su hermana el Rondó de La Cenicienta, etc., y varias veces también canta con la compañía Piazentini que tiene marcada predilección no sólo por Rossini sino también por Donizetti –los autores de tanta influencia en nuestro Himno. Asimismo, le oiremos tocar al piano una Cavatina, pidiendo en el programa "la indulgencia precisa para dispensar los errores que cometa en la ejecución de un instrumento que sólo toca por afición".
          Peleando por la patria, Quijano gana su primer galón de oficial a los veinte años en 1825, es Capitán en el 39, y Jefe de un Batallón en Cagancha.
          Fue redactor de periódicos aquí en –y en uno de ellos con José Mármol– y en la vecina orilla. En Montevideo vivía en la hoy calle Washington, entre Pérez Castellano y Maciel. Sobre la pieza que cuadra el patio existe (esto se escribía hace treinta años) la habitación de altos que ocupaba José Mármol; allí se ensayó el Himno Nacional tocado por Quijano en la guitarra, estando presentes el citado argentino y nuestro poeta Figueroa.
          "Quijano es autor de varias composiciones musicales, una de ellas se adaptó a una oda en el teatro Solís en 1869." (Fernández Saldaña, Diccionario)
           Más concretas son las palabras de Lauro Ayestarán (ya se verá por qué subrayamos ciertos detalles): "Como compositor tenemos noticias concretas de cuatro obras suyas: un Himno a la Casa de Comedias, en 1845, una Pastorela de Navidad, Una Lágrima, poesía y música de Fernando Quijano puesta para piano por Debali, y un Tin Tin con otro seudónimo".
          Quijano muere en Paysandú en 1871; merece por su principal legado sonoro un biógrafo que haga justicia a tal diletante; pero diletante en el amplio sentido de la palabra, pues se redime, genial, de tanta novelería, con unos acordes arrancados a una guitarrilla cualquiera, y creando con su fervor un Himno para los orientales. En el diario Acción de Montevideo del 19 y 26 de octubre de 1964 y en varios números de la revista musical Resonancias, creemos haber demostrado que Quijano fue el autor de la música del Himno, y que la parte del maestro Debali está contenida en la frase del programa del teatro del 18 de julio de 1845: "…instrumentado por el profesor Don José Debali". Pudo haber sido éste el autor de la introducción (no lo discutimos, pero tampoco lo damos por sentado) así como de retoques o cambios en el contexto general, para bien o para mal –que eso no lo podemos saber.
          Con la consideración debida a la obra de Ayestarán como recopilación histórica poco menos que exhaustiva, expresamos no obstante nuestra profunda discrepancia con su afirmación de que "…la música del Himno es obra exclusiva de Debali".
          Dicho musicólogo hace muy especialmente caudal de que en la función de 1831 Quijano pide en el programa indulgencia etc.… pues sólo toca el piano por afición. Sin descartar este pedido como ingenua y falsa modestia o como alarde de intuitivo que pretende asombrar al público, no descartamos algunas posibles nociones musicales aun sin saber tocar el piano formalmente. Además, el Himno aparece de nueve a dieciséis años después de 1831[3] tiempo suficiente para que su autor dejara de ser un analfabeto musical (como lo califica Ayestarán) porque si se lee el detalle de los programas musicales de este período, resulta raro el día en que Quijano no interviene en ellos. No actuó –obvio es decirlo– ante un Montevideo muy exigente en materia artística; pero tampoco en un ambiente en que la música es un lujoso ocio de desocupados mentales como escribe Ayestarán.[4]
          Yo disimularía esta frase poco feliz si no fuera evidente contra quién va dirigida; y no se quiera ver chovonismo en mis palabras entonces, hace ciento treinta años los autores más aceptados en Montevideo eran Rossini, Bellini y Donizetti, como en Buenos Aires y tantas otras capitales no menos cultas. Más aún: estadísticas de 1964 señalan a Verdi como el más oído en el mundo, 2455 veces, sigue Mozart con 1710 y Puccini 1310. (En 1971 Mozart es el de mayor audiencia, y sigue Verdi.) 
          Entre sus razones Ayestarán compara la melodía del coro con la del solo; obsérvese que en esencia ambas son iguales; pruébese entonar lentamente el coro y se oirá el solo comprobándose que ello puede lograrlo un músico apenas discreto –aunque no escribirlo si así se quiere–, lo cual no altera el hecho.
          Así pues, "el compositor del cual se tienen noticias concretas de cuatro obras suyas" y que demuestra predilección por cantar Rossini y Donizetti, demuestra también que no es un "analfabeto musical" ni tampoco "un desocupado mental".
          No obstante lo dicho, la pieza fundamental en que se basa Ayestarán es una carta hallada por el profesor Hugo Balzo en la que José Debali protesta por la prensa, en 1855 (recuérdese esta fecha) ser el único autor de la música, y conminado a Quijano a desmentirlo, agrega: "El verdadero compositor es el que esta líneas escribe. Dígalo si no el mismo autor del Himno Nacional." (Acuña de Figueroa).
          A esto último decimos que en la Revista Nacional No. 51, Favaro trascribe de nuestro primer poeta:
                    "Si para mí es honra
                    la letra del Himno,
                    de Quijano es la gloria
                    de haberle dado vida."
     Debali demora en protestar diez o más años (véase llamada anterior) y pretende justificar tal demora expresando, textual: "Si hasta ahora no he reclamado la propiedad de ella (de la música) ha sido porque ignorando el idioma del país no he podido enterarme oportunamente de las publicaciones que se ha hecho al respecto".[5]
          Como parece que Quijano no contestó, Ayestarán, sin más, da razón a Debali; pero yo digo, no puede ignorar Debali este idioma en 1855, si él, llegado a Montevideo diecisiete años ha, publica en 1845, diez años antes de su publicitada protesta, dos largos artículos en castellano en sendos diarios de nuestra capital, El Constitucional y El Nacional, ambos del 20 de setiembre. En ellos Debali refiere que mientras él dirigía una ópera, la inesperada falta de una hoja de su atril provoca traspié de orquesta y cantantes por lo que un músico, Manuel Mochales, grita dese un palco: "¡Fuera ese Director!" (Favaro publicó uno de esos artículos, de unas mil palabras, en su estudio citado.)
          En dichos diarios Debali increpa violentamente al maestro rival que le gritó, y lo desafía a una apuesta por tres mil patacones para demostrar quién sabe más música de los dos: "presentaré mis diplomas de maestro y organista en Veada, Final Marina (etc.) y de músico mayor ganado en oposición en los Regimientos Savona, Casal y Dragones del Piamonte" (etc., etc.). Lo cierto es que de esta enojosa discusión surge algo interesante, pues terceras personas intervienen por la prensa, y aconsejan a ambos contendores que, en lugar de seguir insultándose, muestren su capacidad componiendo cada uno de ellos un Himno Nacional "para ser comparado con el de Quijano, que ciertamente es muy hermoso", a fin de que se elija y se oficialice el mejor de los tres.
          No fue aceptado tal consejo; pero interesa lo que se deduce de tal altercado periodístico: Debali ya sabía castellano diez años atrás (o tenía quien le traducía esa polémica) ¿por qué no protestó en este caso contra este Himno que se le adjudicaba a Quijano en carta a él mismo dirigida? Himno que si no fue el del decreto del 48 (aunque era del 47) habrá que creer entonces en la capacidad musical de nuestro guitarrista, en fin, círculo vicioso del que no pueden salir quienes le combaten.
          Parece que Quijano no contestó a la carta del 55; decimos parece porque las ediciones de los diarios de entonces no están completas y porque pudo haber otro medio para dilucidar ese asunto; pero no contestó tampoco Ayestarán los dos largos artículos sobre el tema[6] que publiqué en la prensa, pese a nombrar a dicho musicólogo unas veinte veces. No se dio por aludido, lo cual, desde luego, no me da derecho a creer que me concediera la razón.
          Además, supongo que Quijano conocería la violencia del carácter de Debali, y con los títulos de que hizo gala en la carta del 45 ¿podía animársele con una pobre y humilde guitarra criolla? Vamos a no exagerar capacidades y deficiencias respectivamente, que ya no estamos en la época durante la cual pudo Quijano temer un enfrentamiento con Debali, en términos que éste llevaría al terreno de la técnica musical, de las leyes y vocabulario –que siempre amedrentan a creadores que pueden llamarse Mussorgsky cuando compuso su grandioso Boris Godunov[7]o simplemente autores de éxitos populares, de los cuales hay miles de ejemplos.[8]
          Debali era asimilado a Mayor, y maestro de bandas del ejército en la época de la oficialización del Himno, lo cual lo obligaba a estar enterado del decreto, pues en su artículo 2o. decía: "Pase al Ministerio de Guerra el ejemplar de la composición presentada para que sea distribuida a las músicas del Ejército." Luego, en la ampliación se lee: Art. 2do. "Todos los directores de las Bandas de Música militar sacarán inmediatamente copia de aquella composición y formarán la partitura instrumental que distribuirán en sus respectivas bandas. SUAREZ, MANUEL HERRERA Y OBES." (Y repito, el art. 1o. dice que la música exclusiva es la de Quijano.) Estos decretos se leían ante todo el Batallón formado, y aún se colocaban en un cuadro a la vista de todos. Y muy indiferentes a las cosas de la patria habrían de ser los oficiales que oían a diario en los cuarteles el ensayo del nuevo Himno, para no comentar con Debali –como oficial que era– sobre el origen de esa música...
          Para abreviar, termino diciendo que en 1885 un descendiente de Debali reclama –ante el Gobierno– la autoría de la música del Himno para el maestro húngaro, siendo desestimada dicha reclamación por resolución del presidente Tajes tras el curso correspondiente de dicho expediente, que puede verse en el artículo de Favaro citado, pero de lo cual no hace mención Ayestarán.
          A raíz de esta reclamación, dando razón a Quijano, surgen escritos de contemporáneos, como el del periodista y poeta Francisco Xavier de Acha expresando que asistió al nacimiento del Himno en la guitarra de Quijano; del doctor Stefano Wonner que además cita a Manuel de la Sierra en el mismo sentido, de la revista Montevideo Musical que ya vimos dirigida por los más conspicuos músicos de entonces, de nuestro cronista Isidoro de María, el propio Acuña de Figueroa con la cuarteta que copiamos en páginas anteriores, y posteriormente –1940– personalidad como la de Raúl Montero Bustamante que en su libro sobre el Himno da la versión que compartimos: "Quijano en 1840, con reminiscencias de la ópera Lucrecia Borgia de Donizetti, compuso en la guitarra la versión musical (del Himno). Debali, un buen músico húngaro radicado en Montevideo escribió e instrumentó la composición".
          También de este siglo –1922– citamos a Rómulo F. Rossi, autor de Recuerdos y Crónicas de Antaño, de quien dice Horacio Maldonado –luego de criticar su estilo pobre, etc.– que lo valoriza la honestidad de sus fuentes. Rossi entrevista a un ex–diputado y Director de Hospitales y Asilos, Francisco Martínez que en ese año a los ochenta y cuatro tenía lucidez y buena memoria y cuyo padre había nacido en Maldonado en 1811: "El Himno es el actual, cuya composición musical se debe al Coronel Quijano. La musicalización se hizo en casa de Acuña de Figueroa. Quijano tomaba mate allí todas las mañanas… siempre con su guitarra de la que era apasionado y feliz ejecutante. De esa casa solariega fue saliendo nota a nota el Himno Patrio, y que más tarde escribiera Debali".
          Pese a mis búsquedas, sólo un libro hallé, fuera del de Ayestarán (y posteriormente de otro de Hugo Balzo) que negara a Quijano: Génesis y transcurso del Himno Nacional, 1945, de Julio Pons, prólogo de Eustaquio Tomé. Sin comentarios –no se necesitan– leemos: "Se ha divulgado que compuso la música, la actual, para guitarra el español (!) Fernando Quijano, soldado de Cagancha, ciudadanizado tal vez por una de las disposiciones de la Sección II del Cap. I de la Constitución de 1830. Quijano tocaba la guitarra de oído –es lo que afirman los historiadores de la época. Pero no encontramos en estos historiadores mención alguna con respecto a los instrumentos que integraban las músicas del ejército, los que no podían ser guitarras, ni solamente guitarras. (¿) Entre esos dos decretos existe una diferencia de verbos: mientras el primero dice música compuesta, en el segundo dice que le ha dedicado Quijano. (!) Debali, radicado en Montevideo en 1836, trajo consigo el primer piano que se conoció en el país (!) y en el que se compuso el Himno y el que, en poder de su hijo entonces en Paysandú, fue destrozado al servir de trinchera en las barricadas de la Toma de 1865". (!) 
          Lo dicho; tamañas tonterías se comentan solas.[9]
          Resta un comentario semejante sobre reciente opinión de Hugo Balzo, con pedantería impropia del tema, y haciendo gala de ambigua frivolidad, en la introducción de Enciclopedia Uruguaya No. 35, página 111, anuncia que va "a clarificar dos temas en los que se manejan frecuentemente conceptos confusos cuando no erróneos: el Himno Nacional y la música folklórica y el folklore negro ciudadano... En el primer caso debido a la vieja polémica entre quijanistas y debalistas… en el segundo caso a causa de la juventud de una disciplina que en sus pocos años de vida seria –y pese a los esfuerzos de Lauro Ayestarán– no ha podido todavía decantar suficientemente sus conceptos básicos". [sic]
          Bueno, menos mal que este señor va a clarificar dichos temas; sólo que como es muy capaz le basta para ambos, Himno y Folklore, con tres menguadas páginas; de ahí mi expresión "ambigua frivolidad" que podría interpretarse erróneamente...
          (Confieso que con dos libros –unas 300 páginas– aparte de innumerables artículos en la prensa, y casi toda una vida dedicada al estudio y práctica de ese folklore, juzgo no haber dado una visión clara y exhaustiva –que ni siquiera la tengo para mi).[10]
De las tres páginas de Balzo, media es para volver a transcribir la tan debatida carta de Debali del 55; otro tanto para la trascripción de los decretos de Joaquín Suárez y las tres ediciones musicales publicadas por Debali, y otra parte para referirse a la letra de Figueroa, así como al exacerbado nacionalismo de los quijanistas y de los "historiadores que no poseen (como él, como Hugo Balzo) sólidos conocimientos musicales..." En el breve espacio que le queda elude la reclamación ante Tajes, al igual que Ayestarán, y como éste tampoco rebate ninguno de los puntos que nosotros sostuvimos en los citados artículos de Acción o de Resonancias, los cuales nos consta los leyó en su oportunidad. Nada nuevo aporta; se limita a lo dicho por aquel musicólogo, salvo algún detalle ajeno a la autoría de la música del Himno.
          ¡Ah! Olvidaba yo que descubre con femenil asombro lo siguiente, textual: "pero lo más asombroso es que el motivo… es una melodía de Lucrezia Borgia". (De más estaría decir que este descubrimiento data del pasado...)
          Con lo cual termina Balzo, como para que no lo molesten más "la controversia queda definitivamente aclarada".
          Alguien dirá que este profesor Balzo sabe música (y más que yo), es pianista, de clases y toma exámenes, ha vivido su vida en el Sodre, entre músicos y por tanto entre compositores… ¿puede, entonces, equivocarse tan ingenuamente? Sinceramente, no lo creemos.[11]
          Dejando el tema, recordemos que los himnos europeos se originaron en ambientes musicales superiores y fueron reflexivamente elaborados, ajenos al sedimento operístico italiano. En nuestra América, en cambio, se asimilan las fiorituras vocales e instrumentales y "los característicos acompañamientos a la guitarra de los que no se libró el nuestro", dice el peruano Raygada. "Alardes marciales de reacción, gritos rebeldes, estallidos iracundos" canciones de protesta que se dirían ahora "compuestos casi siempre por patriotas aficionados en vez de músicos".[12] No obstante, conviene aclarar que casi la mitad de los himnos de Latino América son obras de europeos: italianos, españoles, alemanes. En otra parte, sobre el Himno Oriental dice Raygada: "La edición más honorable es la de las Naciones Unidas, en que el Himno Oriental figura con los nombres de los tres autores, el del poema, el de la melodía y el del maestro orquestador" –criterio que compartimos.[13]






[1] Seudónimo de Quijano, al igual que Un Joven Oriental, hecho que nadie discute.
[2] Puede verse este programa en la reproducción fotográfica inserta en el Boletín Latino Americano de Música, Tomo IV, página 576, en honesto artículo sobre nuestro Himno, de Edmundo J. Favaro.
[3] Decimos así porque en el 40 Quijano estrena la música de un Himno que probablemente sería el mismo del 45 oficializado el 48; lo contrario significa adjudicarle la autoría de tres himnos distintos…
[4] Recuérdese lo que trascribimos del musicólogo referente a Quijano: “Como compositor tenemos noticias concretas de cuatro obras suyas…” ¿Dónde está pues, el “lujoso ocio de los desocupados mentales”? Tampoco en el desprevenido prólogo que J. E. Pivel Devoto le hace al citado libro de Ayestarán, pues allí se elogia el florecimiento de todas las artes en el Montevideo de entonces, por lo cual me asiste del derecho de pensar que este señor no leyó el voluminoso libro que prologó…
[5] Ayestarán dice que Debali tenía numerosos hijos y que hablaba tres idiomas, lo que nos sugiere que podría entender el castellano…
[6] Dichos artículos se titulan La Música de nuestro Himno nació en la guitarra criolla de Fernando Quijano, publicado en el diario Acción de Montevideo, los días 19 y 26 de octubre de 1964.
[7]Rimsky Korsakof intentó reajustes técnicos en dicha ópera lo cual le valió agudas críticas, comprendiendo, desalentado, que la insuficiencia de esa técnica tan temida por su compatriota no permitía corregir detalles, pues sería borrar en esencia el valor que tienen los errores del genio.
[8] Desde el Matos Rodríguez de La Cumparsita al Pintín Castellanos de La Puñalada por nombrar dos autores bien conocidos, pues cuando compusieron esas piezas no sabían más música que Quijano… y a ninguno de los armonizadores se le ocurrió, basado en el conocimiento de ese oficio, reclamar la paternidad, lo cual hubiera puesto en buenos apuros a los verdaderos autores… Otro, como el catalán José Freixas, no tenía empacho en confesar que había compuesto su celebrada ópera La Figlia del deserto tarareando las melodías a un profesor de música que las armonizaba e instrumentaba; Freixas compuso otras obras, una Misa de Gloria, un Stabat Mater, etc. Con el Guernikako Arbola el célebre Himno de los vascos nacido en una guitarra, sucede –aunque en menor medida– algo similar cuando su autor, José María Iparraguirre se halla en un café con el organista Blas de Altuna; o el caso del primer Himno del Paraguay, compuesto en época de Francia por Quintana, maestro, relojero y guitarrista…
[9] Hay algo más en este descubridor: respecto a dicho primer piano, en el ya citado libro nuestro de 1947, en página 56, dimos noticia de uno de los primeros pianos aparecidos en estas  latitudes, y ello ocurre en 1806, treinta y dos años antes del de Pons; y aún en las presentes páginas, en capítulo anterior, en el concierto de 1822 puede verse a Madame Massini cantando un aria con acompañamiento de piano y hasta el propio Quijano tocando su cavatina en 1831…
[10] En cuanto a su clarificación del folklore rural y negro, este señor lo realiza en una sola página: poder de síntesis…que se diluye en exaltar a Debali (sabemos qué hay detrás de eso) como autor de la primera obra escrita a la manera del folklore, una Media Caña que no es tal, bien lo sabe ese profesor, que luego sigue gastando esa solitaria página con una cita “no muy digna de confianza” [sic] y que en 1936 desechó radicalmente y con razón Carlos Vega en su libro Danzas y Canciones Argentinas, páginas 137 y siguientes.
[11] Hace unos diez años la sociedad criolla Elías Regules proyectó la erección de un monumento a Debali como autor del Himno. Son gentes de dinero y pudieron haberlo logrado sin mayor esfuerzo; pero creyendo haber salvado a la patria con la sola idea, de ello no pasaron.
[12] Historia crítica del Himno Nacional del Perú, de Carlos Raygada.
[13] En 1968 la Asociación General de Autores Uruguayos publicó un llamado a historiadores e investigadores musicales para que enviaran sus trabajos sobre este debatido tema de la paternidad de dicha música; aparentemente era una buena idea: propiciar la investigación de la verdad histórica es siempre acción plausible. Acudimos a dicha oficina a recabar las bases y se nos prometió que antes de una semana se publicarían. Pocos días después, un señor Coriún Aharonián que oficiaba de crítico musical en un periódico capitalino, publica un artículo un tanto confuso sobre la importunidad de tal llamado… y que si Ayestarán ya había dicho… y que si Pivel Devoto…y que si Hugo Balzo… Le replicamos en el mismo periódico, nos replicó a su vez y finalmente abandonamos pues era evidente que dicho crítico no quería entrar en el tema propiamente dicho. Lo cierto es que pasó una semana, y dos, y tres… años y las bases no aparecieron. Parece que móviles no muy claros provocaron el tal llamado y a su vez la consiguiente crítica. Fue una oportunidad perdida.
A este propósito nos place recordar un episodio poco conocido en nuestro país, cuyo principal protagonista  fuera un excelente músico uruguayo, Carlos Pedrell (de quien hablamos en el capítulo siguiente). Sintetizo: en 1909 el Consejo Nacional de Educación de la Argentina decretó: “Art. 1ro. Habiéndose discutido recientemente la verdadera letra y música del Himno Nacional
-          Considerando que el Consejo no puede permanecer impasible ante esta polémica, velando por el imperio de la verdad histórica, en que se trata de establecer el origen fehaciente de la parte poética y musical de nuestra Canción Nacional”, etc. “Se designa al Dr. Alfredo A. Posse  y al inspector de Música Profesor Don Carlos Pedrell”… etc. Después de ardua como larga tarea, Pedrell informó sobre la parte musical y publicó luego un libro sobre este tema, libro que puede verse en nuestra Biblioteca Nacional.
-          Resta agregar que en nuestro caso, las ediciones musicales del Himno lucen aún como autor, el nombre de Debali, a ciento veinticinco años de su oficialización por el Presidente Joaquín Suárez. Lo cual parece servirle al señor Balzo para robustecer más aún su peregrina tesis…


jueves, 15 de agosto de 2019

INSEGURIDAD Y VIOLENCIA


En febrero del 2018 escribía un pequeño aporte en Facebook sobre la inseguridad y la violencia en respuesta a un llamado en Uruguay de personas que aprovechaban el crecimiento de los delitos para hacer responsable al gobierno del Frente Amplio. Ahora actualizo y amplío lo que decía entonces.

Quienes peinamos canas nos asombra cómo han cambiado los tiempos aquellos de la tranquilidad, seguridad y solidaridad por éstos de la violencia, el miedo y la competencia. Equivocadamente pensamos que la inseguridad y la violencia es un fenómeno exclusivo de América Latina, Asia o África, pero no es así; en EE.UU. ‒el país de las drogas y las armas‒está cundiendo, en escuelas y lugares de concentración de personas, una locura diaria de asesinatos absurdos unos y por xenofobia alentada por el gobierno otros; en los países de Europa (sin contar los ataques terroristas) los guías de turistas no se cansan de recomendar el cuidado con los “amigos de lo ajeno” y se ha llegado al insólito hecho de cerrar por algunos días el Louvre en París para intentar frenar los despojos a los visitantes y a los propios guardias el museo.

Está claro que en varios países de América Latina la inseguridad ha alcanzado niveles insoportables. También es cierto que en otros ‒aunque les cueste creerlo a sus habitantes‒ la inseguridad es muy baja respecto a los demás, casos de Chile, Uruguay y Costa Rica, aunque en estos países haya crecido la delincuencia. Otros países, como México, Honduras, Colombia, la inseguridad y violencia están totalmente fuera de control y recién ahora ‒con el nuevo gobierno‒ en el país azteca se procuran soluciones.

En aquel llamado a manifestarse en Uruguay contra la inseguridad y contra el gobierno no se aportaba nada a su solución, sino que se manipulaba el miedo. Como dice Eduardo Galeano: “Habitamos un mundo gobernado por el miedo, el miedo manda, el poder come miedo, ¿qué sería del poder sin el miedo? Sin el miedo que el propio poder genera para perpetuarse.”  No consideraba más que superficialmente un fenómeno que tiene muchísimas vertientes y que no pasa solamente por mejorar leyes (que se debe hacer), o por jueces “cobardes” (que los hay), como se apuntaba.

Fijémonos en algunos detalles de este fenómeno que se repite en Latinoamérica: en general hace 20 o 30 años atrás no había el nivel de delincuencia de hoy en ningún país; tampoco el uso actual de drogas (incluyendo el alcohol); tampoco el consumismo desenfrenado como el de ahora; ni se exhibía en la TV ni en cines la apología de la violencia que hoy vemos con costosas y morbosas producciones; no existían años atrás los videojuegos donde se reproducen guerras y enfrentamientos armados con todo realismo; y ‒finalmente‒ el culto actual al hedonismo no existía.

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Cada uno de estos “detalles” que consumimos hacen formidables aportes a la delincuencia. ¿Por qué digo que esos “detalles” aportan a la delincuencia e inseguridad? Veamos: siempre ha habido gente con menores y mayores recursos económicos en este mundo. Pero nunca ‒salvo en Chile, Uruguay y Costa Rica donde curiosamente la criminalidad es menor‒ el abismo entre los más pobres y más ricos había sido tan grande. La desigualdad económica en México, por ejemplo, es vergonzosa; resulta imposible comparar a lo que tiene acceso un indígena, un obrero, un campesino o un simple poblador de barrios marginales con lo que puede adquirir un empresario o podía adquirir un funcionario del pasado gobierno (recuérdese que este país tiene el 60% de la población en pobreza y se tiene al hombre más rico del mundo…). Es decir, que muchísima gente no tiene posibilidades de consumir un sinfín de productos que la publicidad ofrece machaconamente cada vez que se enciende la TV. Esa TV que nos enseña que, si no accedemos al consumo desenfrenado, al hedonismo por encima de todo, no somos nadie, no somos nada.


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Muchos jóvenes delinquen para comprarse un teléfono celular de última generación, o una moto último modelo, o para adquirir drogas, o ropa y accesorios de marca. Estos mismos jóvenes desde niños vieron en la tele incontables asesinatos, enfrentamientos, uso de productos caros, consumos de drogas y todo lo que nos ofrece el neoliberalismo (léase capitalismo salvaje…) en brillantes escaparates. Y no olvidemos que, en esas cabezas educadas por el sistema generador de violencia, la distancia entre lo virtual y lo real es cada vez menor.

Me llamó mucho la atención una película colombiana, “Sin tetas no hay paraíso”, donde una joven se convierte en mujerzuela de los narcotraficantes y su hermano en sicario. De esta manera es que logran ambos acceder al consumo de productos caros que de otra manera hubiera sido imposible. Conmueve la escena donde el joven es confrontado por su madre al ver que tuvo acceso “mágicamente” a una motocicleta nuevecita y se da cuenta en qué está metido. El muchacho le responde más o menos así: “‒Sabe qué mamá, prefiero vivir pocos años, pero disfrutar de muchas cosas que antes no podía, a morirme de viejo en la miseria.”
La película muestra con toda crudeza la opción de muchos jóvenes de hoy que buscan, por cualquier medio, acceder a bienes de consumo que con un salario paupérrimo jamás alcanzarían. Por ello en México existe un ejército de jóvenes dispuestos a engrosar las filas de la delincuencia, organizada o no.

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Esto es el consumismo:
 “Así, lo que en origen es una necesidad puramente económica del sistema capitalista, es convertido en un ritual con unas connotaciones simbólicas e ideológicas capaces de movilizar y aglutinar el sentimiento de las masas, sus deseos y necesidades, sus aspiraciones y finalidades. Se pasa del consumo al consumismo, de la necesidad económica a la realidad psicosocial. De la estructura a la superestructura, según la terminología clásica del materialismo dialéctico. El consumismo es una forma de pensar según la cual el sentido de la vida consiste en comprar objetos o servicios. Esta forma de pensar se ha convertido en la principal ideología que sostiene al sistema capitalista. Es una sociedad que necesita más consumidores que trabajadores. Es decir, es una sociedad donde un mismo trabajador, y aún los no trabajadores, deben ser convertidos en poli-consumidores, personas que consuman el mayor número de productos posibles, así como servicios y cualquier otra cosa que pueda ser puesta en circulación y venta en el mercado por los poseedores de los medios de producción capitalistas. Desde esta óptica mercantil y despersonalizada, los sujetos tienden a dejar de ser vistos como individuos, para pasar a ser meras funciones sociales, tanto a efectos de su utilización como a efectos estadísticos, con una clara finalidad comercial. Es el individuo consumista, paradigma por excelencia del ciudadano medio que desean tener a su servicio los detentadores del poder en la sociedad consumista-capitalista. Un individuo que viva para trabajar y trabaje para consumir, por encima de cualesquiera otras actividades sociales.” (http://lagranlucha.com/la-publicidad-comercial-como-propaganda-de-la-ideologia-consumistacapitalista/)

Podemos concluir con el filósofo y lingüista norteamericano Noam Chomsky, que la industria de las relaciones públicas, la industria de la publicidad «entendieron que era más sencillo crear consumidores que someter a esclavos».

Esta misma lógica del consumo en el sistema capitalista ‒ahora en la industria armamentística‒ genera las guerras que, como dice Eduardo Galeano, En la era del mercado, la guerra no es una tragedia, sino una feria internacional. Los fabricantes de armas necesitan guerras, como los fabricantes de abrigos necesitan inviernos.”

Finalmente dediquemos un párrafo a la palabra más usada por el capitalismo salvaje: competitividad.  Esta es la palabra que mejor expresa a todo el sistema de valores vigentes en nuestra sociedad, una concepción de la existencia donde el otro es vivido ante todo como obstáculo, e incluso como potencial enemigo que justifica la violencia. Por ello, un sistema de valores humanista tiene que sustituir el concepto de competitividad por solidaridad.

El capitalismo salvaje hace que hoy parezca estúpido Pierre de Coubertin que nos legó aquella máxima deportiva: “Lo más importante del deporte no es ganar, sino participar, porque lo esencial en la vida no es el éxito, sino esforzarse por conseguirlo.” Esta concepción del deporte ‒según un conocido entrenador norteamericano‒ ha sido sustituida hoy por “¿Hay otra cosa que no sea ganar?”
Sigamos rindiendo culto al capitalismo salvaje, a hacer más profunda la diferencia entre ricos y pobres, a consumir mucho más de lo que necesitamos, a contaminar sin remedio al único mundo que tenemos, a arrodillarnos ante el altar de las armas virtuales o reales y veremos cómo crece mucho más la violencia y la criminalidad.