lunes, 2 de agosto de 2010

De tarariras, pescadores y mentirosos

Tararira, palabra tupí-guaraní, designa a uno de nuestros formidables peces predadores de agua dulce que habita desde los grandes ríos (Uruguay, Negro, Yí, etc.) hasta el más humilde arroyito, e incluso alguna cañada que esté próxima a desembocar en un cauce mayor.
            En el verano y al mediodía se la puede ver aprovechando el calor de las aguas someras con fondos de arena. Como dicen nuestros paisanos: “...está durmiendo al sol...”. Y algo de cierto tiene esta afirmación, porque muchos pescadores aprovechan a sorprenderla con una fija (especie de tridente) y logran arponear alguna de estas reinas del arroyo.
            La tararira alcanza dimensiones hasta de un metro (recuerdo haber visto una de este tamaño pescada en la represa del arroyo San Francisco de la ciudad de Minas), tiene cuerpo alargado, duras escamas, el lomo color casi negro (algunas marrón oscuro), panza amarillenta, una poderosísima y tosca cabeza con una boca armada de cortos pero filosos dientes.
            Su carne es de las de mejor sabor entre los peces de río o arroyo, aunque si no es de buen tamaño (40 cm o más) la cantidad de espinas que tiene hace verdaderamente difícil su ingestión.
            En los ríos medianos o en los grandes arroyos es la presa favorita de todo pescador. Es tanta la lucha que presenta al momento de prenderla, que muchas cañas tacuaras se hacen trizas por no soportar la resistencia que opone la pieza atrapada.
            Hay una regla de oro para lograr una tararira de buen tamaño: es preferible siempre un lugar de aguas muy tranquilas y no muy extenso (brazo sin salida de algún arroyo, laguna pequeña o cañadón) porque allí están las más grandes. En estos espacios pequeños crecen más porque siempre tienen presas “a la mano” y poco movimiento que hacer.
            Ahora les toca a los mentirosos, aunque lo que voy a contar no es mentira...
            El reconocido escritor minuano Juan José Morosoli y su hermano tenían, allá por la década de los 50, una barraca y ferretería en las calles 18 de julio y Sarandí de la ciudad de Minas. Este lugar era frecuentado por don Juan De Brun Carabajal (en ese entonces jefe de policía del departamento de Lavalleja) y mi padre, Cédar Viglietti (coronel de la 4a. Región Militar del Ejército), quienes iban a charlar y tomar unos mates con el afamado escritor.
            Según me contó mi viejo, una mañana llegó un paisanito a comprar materiales para la construcción y mientras se los subían a su camioneta se sumó a la charla de los tres amigos que en ese momento hablaban de pesquerías. El paisanito rápidamente contó que por el paraje de “El Perdido” en el arroyo El Soldado había sacado una tararira de enorme tamaño que al abrirla tenía una víbora en la panza. Situación muy posible porque se pueden ver, con cierta frecuencia, culebras cruzando a nado un arroyo.
            Juan de Brun no aguantó el desafío y contó que en los campos de su hermano, por donde pasa el río Cebollatí, él sacó una tararira machaza con la cual luchó más de una hora. Al abrirle la panza... “–¿A que no sabe qué le encontramos?”
–¿Qué le encontraron? ­
–¡Un gato!
            Don Juan se apartó para esconder la risa ante tamaño disparate.
            El paisanito interrogó con los ojos a Morosoli y a mi padre quienes no movieron una pestaña. Sin saber si creer o no, el hombre de campo le preguntó en voz baja a Morosoli: “...y ese señor ¿quién es?”
Morosoli muy serio le dijo que era el jefe de policía, en aquel entonces personajes de gran credibilidad y respeto.
_”Aaah...”  fue la respuesta del paisanito. Y ya entrado por el aro se dirigió a De Brun directamente: “Señor jefe de policía  ...y el gato... ¿era montés o pajero?” *
            Ahora Don Juan se veía atrapado por su propia mentira y para disminuir la vergüenza, que empezaba a desbordarlo, contestó inseguro: “Pajero, pero chico...”.


                                                                                                          Cédar Viglietti
Toluca, Mex., abril de 1997.


* Estos son los únicos felinos silvestres que quedan en el país. El gato montés tiene una piel manchada similar a la del jaguar y un tamaño un poco mayor al del gato doméstico. El pajero, de menor talla, es de color amarillento y su hábitat son los pajonales.

Morosoli en la barraca.