lunes, 11 de junio de 2012

Viejas pildoritas minuanas

Historias que no son cuento

·         Una noche de 1968 salimos de pintada en Minas para que algunos pocos muros gritaran nuestra inconformidad con las Medidas Prontas de Seguridad (M.P. de S.) que el presidente Jorge Pacheco Areco había instaurado para reprimir a la gente que se manifestaba contra sus políticas económicas y antisociales que irían arrimando a la dictadura militar. ¿Qué son las M.P. de S.? Son poderes de emergencia que habilitan al Poder Ejecutivo de Uruguay a suspender transitoriamente algunas garantías constitucionales ante casos graves e imprevistos de ataque exterior o conmoción interior.

Era mi primera vez que salía a pintar y debo reconocer que con 16 años estaba nervioso por los resultados de esta aventura libertaria. La consigna era pintar ¡ABAJO LAS MEDIDAS! y cambiar de lugar para repetir la acción sin que nos vieran los vecinos de un pueblo muy pequeño donde se reconocía fácilmente a cualquiera. Me acompañaba Raquel para hacer de “campana” y avisarme –mientras escribía en el muro– si alguien se aproximaba.
Recuerdo que en el primer muro me puse a escribir con un grueso crayón que elaborábamos con parafina y tierra de color y en medio de la escritura oigo que pasa un señor en bicicleta y nos saluda con esa atención tan pueblerina: 
–Buenas noches…
–Pero Raquel, no me avisaste nada que venía un ciclista– le reproché medio asustado.
–¿Sabés qué pasa? Yo de noche no veo nada, ni con los lentes…


Pintamos cuatro o cinco muros más y terminamos con buena suerte nuestra pequeña aventura. Al otro día me fue imposible no ir a admirar mi obra nocturna y tomé un ómnibus por la calle Batlle que iría por la avenida Artigas donde estaba el primer muro pintado. Cuando miro hacia el muro veo –con terror  e inmensa vergüenza– que había escrito ¡ABAJO LAS MEDIAS!

·     Muy pocas veces la policía de aquella época nos pescaba in fraganti repartiendo volantes o pintando alguna pared, en la mayoría de los casos nos detenían simplemente porque era público y notorio que militábamos en alguna organización de izquierda. Así, nos iban a buscar a nuestros domicilios y nos llevaban a la comisaría de la Plaza Rivera. En ese lugar no tenían calabozos para menores de edad y con 15 o 16 años nos metían en uno común con varios borrachos, actores de alguna pelea callejera, raterillos de poca monta y algún golpeador de mujeres.


Al meternos allí nos sacaban los cinturones y los cordones (agujetas) de las zapatillas deportivas para evitar cualquier intento de suicidio. Era muy desagradable el olor a orines y vómitos de los borrachos y no faltaba algún detenido que nos pedía cigarros de mala manera y que no se convencía que no fumábamos. Intentaban asustarnos al vernos muy jóvenes pero rápidamente aprendimos un truco que no fallaba para sacarnos de encima a esos tipos. Era tan intensa la campaña anticomunista del gobierno en radio, TV, y periódicos que le metían verdadero miedo a la gente sobre lo que eran capaces los comunistas y mucha gente se creía que se comían a los niños crudos o que, en el mejor de los casos, se los llevaban a Rusia.
A la menor molestia de algún preso común le soltábamos aquel terrible virus de que habíamos sido detenidos por ser comunistas (dicho casi en secreto y mirando para los costados). ¡Ay mamita! El calabozo rápidamente se dividía en dos partes: la gente bien por un lado y los comunistas delincuentes por otros. Se acababan en un santiamén las molestias.
Ya que estábamos metidos allí, bien aburridos por horas o días –según fuera la causa de la detención– aprovechábamos a “concientizar” a los presos comunes y les echábamos unos rollos insoportables sobre la lucha de clases y su condición de deshechos de la sociedad capitalista y demás. No pasaba un día que nos separaban de los presos comunes –para que no los echáramos a perder– y nos llevaban a una comisaría rural cerca del arroyo Campanero donde podían aislarnos.

·         En 1968 habíamos creado en Minas una réplica juvenil del Movimiento de Defensas de las Libertades que en Montevideo desplegaba una gran actividad contra las Medidas Prontas de Seguridad que el gobierno de Jorge Pacheco Areco utilizaba ya no como algo excepcional sino como una forma permanente de imponer las más duras decisiones económicas contra la mayoría de la población y favorecer así a los grandes capitales que hacían su verano. A esta pequeña organización integrada por un grupo de jóvenes de distintas tendencias políticas la llamamos Movimiento Juvenil por las Libertades (MJL) y nos dedicamos a realizar una intensa labor propagandista a nivel estudiantil. Naturalmente, al llegar las vacaciones de verano, esa labor se vio interrumpida y el descanso ganó la partida.

Sin embargo un hecho de gran repercusión mediática puso al MJL al borde de la desaparición. Lo que durante meses no había podido descubrir la policía minuana porque estaba confundida con aquella firma de MJL en volantes y pintadas, al célebre comisario de Inteligencia y Enlace –Alejandro Otero– le llevó cinco minutos  desbaratar.

El comisario Otero.

Sucedió que en febrero de 1969 un comando del Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros) asaltó en Punta del Este el Casino San Rafael y luego de cometido el robo huyeron con el dinero con rumbo desconocido. Una de las hipótesis que manejó el comisario Alejandro Otero era que habían huido hacia Piriápolis y luego utilizando la ruta 60 habrían llegado a la ciudad de Minas. Así, la tranquila, calurosa y siestera capital serrana se vio invadida por los policías del Departamento de Inteligencia y Enlace de Montevideo que en un operativo totalmente fallido lograron una equívoca pista seguramente proporcionada por algún vecino que no lograba conciliar el sueño de la obligada siesta veraniega y atento vigilaba la actividad de algunos jóvenes.

El poderoso departamento del comisario Otero allanó la casa de un joven minuano que no tenía absolutamente nada que ver con el MLN pero que sí tenía en su casa algunos volantes del MJL que no habían sido repartidos en los últimos días de clase del liceo departamental. Frustrados los célebres policías de Montevideo, arrojaron el despreciable botín del allanamiento a sus pares minuanos y se mandaron mudar de esa aburrida ciudad donde nunca pasaba nada.

Producto de la inteligencia y el enlace montevideanos, los sagaces policías minuanos tenían ahora información para terminar con su dolor de cabeza: el Movimiento Juvenil por las Libertades. Bruscamente se nos acabaron aquellas vacaciones encerrados en los calabozos de la comisaría cercana al arroyo Campanero…
Después de varios días nos soltaron, pero estábamos indignados por la tremenda afrenta de habernos cortado las vacaciones así que fuimos con “El Pastilla” a vengarnos de esa terrible injusticia y en la noche les pintamos tres letras en la Jefatura de Policía por el lado del callejón de la iglesia: MJL