sábado, 27 de agosto de 2011

Encuentro con México Capítulo 4

El Centro de Desarrollo para la Comunidad

El 1º de marzo de 1977 volví a dar las clases de guitarra clásica en aquel magnífico espacio del Centro de Desarrollo para la Comunidad de Cd. Sahagún, estado de Hidalgo que dirigía Jesús Mora Luna, fino pintor hidalguense con una paleta que reproducía fielmente los tonos amarillentos y marrones que primaban durante la mayoría del año en los paisajes tan distintivos de los llanos de Apan.

Chucho, como le llamábamos con cariño a este gran amigo, forjó una institución única en Cd. Sahagún con un mínimo de recursos pero con una generosa actitud de ver siempre cómo sí se pueden hacer las cosas aunque parecieran imposibles. Así lo veíamos dando sus clases de dibujo o pintura, como atendiendo el mantenimiento de aquel espacio, haciendo labores de carpintería, o atendiendo escuelas primarias y secundarias que solicitaban su apoyo y experiencia artística.

Aparecieron los “viejos” alumnos de guitarra del año anterior e inmediatamente Chucho consiguió recursos para comprar un par de instrumentos, atriles, metrónomo, los métodos de Pujol, Aguado-Sinópoli, Estudios de Carcassi y de Fernando Sor. Los clásicos banquitos para poner el pie izquierdo fueron productos de la habilidad para la carpintería y siempre buena disposición de este joven pintor hidalguense. El taller de guitarra rápidamente tomó forma y las clases empezaban a dar sus frutos.

Debo destacar que conseguir partituras para los alumnos no era una tarea fácil cuando se comienza desde cero en un nuevo país. El proceso de nutrirse con obras para guitarra llevaba años en aquella época, situación que hoy con el internet es muy sencillo resolver, por lo cual recurría a la vieja Escuela Nacional de Música de la UNAM que funcionaba en aquellos años por la colonia (barrio) San Rafael de la Ciudad de México. Allí siempre encontré el cálido apoyo del maestro Alberto Salas quien me autorizaba a fotocopiar los textos musicales que necesitaba.

Un par de jóvenes rápidamente empezaban a destacar: Victorino Peña, talentoso y de buena motricidad; y Delfino Urdanivia, obrero metalúrgico de Diesel Nacional que, con tenacidad y ganas demostraba que podía romper las ataduras de aquellas manos acostumbradas al metal. Tiempo más tarde llegó una joven de Pachuca que ya estaba iniciada en el estudio de la guitarra, Enriqueta Ciprés, que tocaba muy bien y junto con Victorino formaron un buen dúo de guitarras.

Un poco antes ya había llegado el Ing. Luis Alberto Fonseca, Gerente de Diesel Nacional, quien había estudiado algún tiempo guitarra con el maestro hidalguense Baltasar González. Este ingeniero preparado, culto y con entusiasmo por nuestro instrumento fue una pieza muy importante para consolidar las clases de guitarra en el Centro de Desarrollo porque su sola presencia aseguraba la debida atención y apoyo de las autoridades del Combinado Industrial Sahagún.

El Centro Guitarrístico Agustín Barrios

En este marco de entusiasmo por la guitarra comenzó a gestarse la idea de formar un centro guitarrístico para iniciar tareas de divulgación y promoción de las seis cuerdas. En ese mismo año el Ing. Fonseca trajo una vez a don Baltasar González Campero, ilustre maestro de guitarra del estado de Hidalgo que había estudiado en 1939 con Ismael Guerrero de Pachuca. Nos fascinó la personalidad de este hombre de origen campesino que con infinita modestia nos contaba de sus andanzas musicales por el estado. Pese a su avanzada edad mostraba juveniles arrestos cuando hablaba de la guitarra y me preguntó si conocía la música de Agustín Barrios. Cuando le respondí que era ferviente admirador del genial paraguayo, soltó una frase que nos dejó estupefactos:

–¡Yo conocí al maestro Agustín Barrios “Mangoré”!

–¡Háblenos de él don Baltasar, por favor…!

Allí nos contó que lo conoció en Pachuca y que deslumbraba tocando sus composiciones y arreglos. Que la famosa obra “La hilandera” la había escrito en Tepeapulco, pequeño y muy antiguo pueblo conurbado con Cd. Sahagún. Poco a poco fue desgranando anécdotas del gran paraguayo hasta que nos contó que se marchó de Pachuca integrando un circo donde disfrazado de indígena paraguayo –para llamar la atención– tocaba la guitarra.

La vieja idea de ponerle a un centro guitarrístico el nombre de Barrios allí mismo tomó forma al saber que había andado y compuesto una obra por esa zona. Había una clara vinculación entre el estado de Hidalgo y Barrios. Porque, debo confesarlo, no me resultaba fácil proponer ese nombre en aquellos años donde casi nadie en México tocaba obras de Agustín Barrios y era apenas conocido por los comentarios y divulgación de don Juan Helguera en su programa “La guitarra en el mundo” de Radio Universidad Nacional Autónoma de México.

Con el ingeniero Fonseca, Jesús Mora Luna y los alumnos un buen día tomamos coraje y nos atrevimos a fundar el “Centro Guitarrístico Agustín Barrios”. Su presidente fue el Ing. Fonseca y el secretario quien escribe estas líneas. Ahora había que organizar el acto de inauguración y empezamos a preparar algunas obras del paraguayo que interpretaríamos con el ingeniero. Chucho realizó un retrato del músico basado en una vieja foto que teníamos. Mientras tanto fui a hablar con el maestro Juan Helguera y lo invitamos para que diera una charla sobre Barrios a la vez que también invitamos a don Baltasar González para realzar el acto inaugural.

Así fue que el día 22 de septiembre de 1977 se llevó a cabo la inauguración del centro guitarrístico según los detalles que en el modesto programa adjunto se pueden ver. Y ya no paramos en organizar conciertos y exposiciones de pintura que fueron haciendo crecer el entusiasmo de quienes formábamos parte del desaparecido –hace muchos años– Centro de Desarrollo para la Comunidad.

Guitarristas generosos y de mucho prestigio nos apoyaron en conciertos que no dejaban decaer aquel sueño hecho realidad en Cd. Sahagún. Así engalanaron y fueron parte de este Centro Guitarrístico Agustín Barrios, músicos como Gerardo Tamez, Roberto Limón, Javier Hinojosa, y las uruguayas Magdalena Gimeno y Cristina Zárate entre los que la memoria nos trae.

Un punto culminante fue el concierto que diera el guitarrista mexicano Javier Hinojosa que sirvió de merecidísimo homenaje al maestro don Baltasar González Campero, quien nos honró con su presencia. 

Con modestos alcances pero no menos importante fueron las presentaciones anuales de los alumnos y la celebraciones del Día de la Música con su patrona Santa Cecilia en el marco del propio centro guitarrístico. De esta última celebración recuerdo una hermosa copia realizada por nuestro director del Centro de Desarrollo, Jesús Mora Luna, a una famosa pintura de Santa Cecilia tocando el laúd que, de enorme tamaño, presidió las presentaciones musicales organizadas.

Pero sin duda el momento más importante que vivió el Centro Guitarrístico Agustín Barrios fue la inauguración del “Mural de la Guitarra” en el marco de unas Jornadas Culturales que trajeron a la Orquesta de Cámara de la Ciudad de México.
Nuestro buen amigo Chucho nos había presentado un joven pintor de gran talento: Miguel Ángel Hermann, oriundo de la ciudad de Apan, localizada a pocos kilómetros de Cd. Sahagún dentro del propio estado de Hidalgo. Con un nombre muy comprometedor para un pintor, Miguel Ángel nos regaló una obra magnífica de grandes proporciones que fue admirada por propios y extraños.

Al entrar al salón de actos del Centro de Desarrollo (hoy es una dependencia del FONACOT, institución de crédito del gobierno federal mexicano) la pared de la izquierda mostraba un mural de unos seis por cuatro metros donde una enorme y moderna figura tenía como cabeza un retrato de Fernando Sor que sostenía en una especie de enorme brazo (un pentagrama) los retratos de Fernando Carulli, Dionisio Aguado, Francisco Tárrega, Manuel M. Ponce, Heitor Villalobos y Agustín Barrios (entre los que recuerdo) que eran a su vez gigantescas notas de una partitura del propio Sor. Con muchísima pena –lo confieso– perdí la única foto que poseía y que ahora sólo en mi memoria –siempre frágil y medio gastada– ha quedado impresa.

Es muy difícil hablar de esa obra pictórica moderna y genial para quien no es un pintor, pero sí puedo decir que el orgullo y emoción que sentimos todos por verla en aquella enorme pared era aún más grande que las dimensiones del propio mural. ¡Cuánto daría por tener una foto de aquella maravilla que fue borrada sin contemplación alguna!

No faltaron las retribuciones a tan entusiastas labores y en una oportunidad la esposa del Lic. Francisco Javier Alejo (aquel Director General del Combinado Industrial Sahagún), quien era la persona que se encargaba de coordinar las labores sociales y culturales del Combinado, me ofrece la oportunidad de tocar como solista de la Orquesta Sinfónica del Estado de Michoacán. Era difícil decir que no a esa inmerecida propuesta que por aquellos años parecía un sueño inalcanzable.

Para aprovechar este inesperado ofrecimiento con la mayor dignidad posible me puse a estudiar el Concierto en Re Mayor para guitarra y cuerdas de Antonio Vivaldi que no ofrece dificultades y que podría tocarlo con las cuerdas de la orquesta. Así fue que el 5 de julio de 1979 tuve la fortuna de tocar esa obra en el Auditorio Municipal de Cd. Sahagún, siempre en el marco del Centro Guitarrístico Agustín Barrios.

Así fueron los años 1977, 78, 79 y cuando llegamos a la mitad de 1980 aparecen las malas noticias que nos anuncian la privatización del Combinado Industrial Sahagún y con ello se acaban los apoyos a las actividades culturales. Se acabaron las clases de guitarra, las presentaciones de alumnos, los conciertos y demás actividades artísticas.

Ya no está el Centro de Desarrollo para la Comunidad; ya no existe el Centro Guitarrístico Agustín Barrios; ya no está el “Mural de la Guitarra” de Miguel Angel Hermann; ya no está con nosotros don Baltasar González Campero. Pero nadie podrá borrar de nuestros recuerdos aquellas inolvidables páginas que escribimos con entusiasmo y alegría en aquel entrañable rincón del estado de Hidalgo.

viernes, 26 de agosto de 2011

La Guerra de la Triple Alianza: una infamia que no debe olvidarse

El día 24 de febrero de 2007 el diario argentino La Nación publicó un editorial de increíble contenido donde criticó duramente al Ejército Argentino que denominó al grupo de Artillería Blindada 2 de la provincia de Entre Ríos con el nombre del insigne mariscal paraguayo Francisco Solano López.

El referido diario dice textualmente que con esta decisión el ejército argentino “ha reconocido… presuntos méritos extraordinarios a quien, como mandatario de Paraguay, dispuso, en 1865, la invasión del territorio argentino, provocó enormes daños, muertes de inocentes y el cautiverio de mujeres correntinas que soportaron crueles sufrimientos por su orden, obligando a una reacción militar que costó ingentes sacrificios al país”.

Más adelante, el mismo editorial de este diario argentino dice que no parece extraño el discurso favorable a López del ejército argentino, pues, la misma presidente electa Cristina Fernández de Kirchner señaló a Solano López como "ese gran patriota, humillado por lo que yo llamo la alianza de la triple traición a Latinoamérica, a sus hombres y a sus mujeres". El diario La Nación concluye que: “La denominación de Mariscal Francisco Solano López a una unidad militar de un país cuya bandera el dictador paraguayo pisoteó es tan absurda como inadmisible sería que Francia o Polonia llamasen Adolf Hitler a uno de sus regimientos”. (…). “Discursos como los de la señora Kirchner o decisiones como la del Ejército no contribuyen a sedimentar las buenas relaciones entre pueblos hermanos, pues al traer al presente dramáticos desencuentros del pasado no hacen sino exacerbar las pasiones y perturbar los sepulcros de los protagonistas de remotos conflictos”.

Este editorial tan vergonzoso tiene como telón de fondo a la Guerra de la Triple Alianza que enfrentó a Argentina, Brasil y Uruguay contra Paraguay, entre 1865 y 1870. Guerra que respondió más a los intereses británicos de acabar con un modelo autónomo de desarrollo como el paraguayo (que podía devenir en un "mal ejemplo" para el resto de América Latina) que a los objetivos de unificación nacional y defensa del territorio proclamado por sus promotores.

El conflicto que terminó por enfrentar al Paraguay con la Triple Alianza, tuvo su origen en 1863, cuando Uruguay fue invadido por un grupo de traidores uruguayos del Partido Colorado  comandados por el general Venancio Flores, quienes derrocaron al legítimo gobierno blanco, de tendencia federal y único aliado del Paraguay en la región.

La invasión había sido preparada en Buenos Aires con el visto bueno y envío de tropas del presidente Bartolomé Mitre (tatarabuelo del director actual del diario La Nación) y el apoyo de la armada brasileña. Así acabaron, colorados uruguayos, argentinos y brasileños con la heroica defensa de la ciudad de Paysandú que encabezara el coronel patriota Leandro Gómez y que Paraguay intentó defender.

La defensa del gobierno legítimo uruguayo por parte del Paraguay, solo podía hacerse si las tropas guaraníes atravesaban parte del territorio argentino (provincia de Corrientes), situación que fue aprovechada por Mitre para argumentar que Paraguay había invadido a Argentina y así fraguar la Guerra de la Triple Alianza contra ese país.

Hoy mortifica e indigna ver un departamento (provincia) uruguayo y tantas avenidas que llevan el nombre del general Venancio Flores o en Argentina el nombre de Bartolomé Mitre. Y peor aún es que alguien hoy se atreva a defender estos personajes de tristísimo recuerdo. Por ello,  uruguayos, argentinos y brasileños no tenemos derecho a olvidar de lo que fueron capaces los gobiernos de nuestros países en aquellos momentos.  Para no olvidar el genocidio paraguayo es oportuno leer el siguiente texto de un patriota guaraní radicado en Argentina.


“Me resulta imposible mantenerme en silencio, cuando la indignación golpea mi conciencia. Callarse ante la infamia es hacerse cómplice de ella y eso no es falta de coraje sino cobardía.

Hay momentos en la vida de los hombres que el desafío es irrenunciable y avasallador. Momentos en que la provocación mueve a la reacción y acallarla ya no es cobardía sino traición.

Hace 46 años que vivo en este país y siempre he pensado lo mismo, pero nunca como hoy me he visto en la necesidad de gritar a  los  vientos, una verdad que mantenía la quietud que le impone la prudencia y que no se agitaba por la sensatez que obliga la cordura cuando se está en casa ajena además del respeto que merecen aquellos que por no conocer ni ser responsables  pueden sentirse mortificados sin merecerlo.

En momentos de agitación, enfrentamientos, sangre y muerte en la Argentina, Francisco Solano López hijo del presidente del Paraguay Don Carlos Antonio López, y luego de la batalla de Cepeda en la que Mitre ve derrotado a su ejército por el de la Confederación al mando de Gral. Urquiza; el que sería luego presidente del Paraguay, como mediador voluntario, oficioso y eficiente, logra imponer la paz con el Pacto de San José de Flores, en cuya plaza en la actualidad se recuerda el memorable acontecimiento. Por el resultado de su gestión fue ovacionado el entonces Coronel Francisco Solano López por la población agradecida de Buenos Aires, cuyos habitantes a su paso le arrojaron flores.

El pacto que conformaron Uruguay, Argentina y Paraguay, para defenderse mutuamente ante la evidente pretensión expansionista y avasalladora del Brasil estableció el compromiso para el caso en que cualquiera de ellos fuera víctima de la pretensión lusitana.

Ninguno de los otros dos ni el Uruguay de entonces ni la Argentina respetaron esa obligación y solamente el Paraguay con su presidente Francisco Solano López, con dignidad, entereza y hasta con ingenuidad; con esa inocencia que parecen tener aquellos que son respetuosos y fieles a  sus principios en medio de la traición generalizada por él desconocida acudió presuroso a defender al Uruguay cuando el Brasil lo atropelló  en Paysandú.

Sin embargo la Argentina con Bartolomé Mitre como su presidente y Venancio Flores, depuesto y asilado uruguayo en Buenos Aires, implorante y rastrero personaje, ya hacía algún tiempo habían determinado juntarse con el Brasil en el Tratado Secreto de la Triple Alianza para someter al Paraguay: pacífica, próspera y brillante nación señera y ejemplar en toda América.

Con la candidez que tiene el probo y por desconocer las traiciones que se habían urdido en su perjuicio sigilosamente, el Presidente del Paraguay alerta a Mitre del atropello brasileño y solicita permiso para atravesar con sus ejercito el territorio argentino con la intención de defender al Uruguay. Mitre guarda cobarde silencio y no contesta. Por segunda vez vuelve a advertir López y solicita la correspondiente autorización para atravesar Corrientes y de nuevo el silencio artero del Presidente Mitre hace a todas luces evidente el contubernio y la confabulación traidora.

Ante el compromiso asumido, frente a la dignidad del pacto y en defensa del Uruguay, la mudez cómplice y tramposa de Mitre precipita los acontecimientos, López no tiene otro camino más que ingresar en territorio argentino para llegar hasta el Uruguay, que era su único objetivo. Mitre con indignación actuada y desbordante hipocresía se rasga las vestiduras y declara la guerra al Paraguay, por la invasión militar del territorio argentino.

Para los que entonces desconocían los detalles ocultos de los acontecimientos y ante el hecho de la penetración de tropas paraguayas, pudieron ver justificada la indignación del gobierno argentino. Pero cuando posteriormente se conoce el Pacto secreto de la Triple Alianza firmado por los tres países con anterioridad a estos hechos, más la inequívoca intención de López de ir en defensa del Uruguay, le resta todo respeto y consideración a la actitud argentina asumida por decisión de su gobierno, de manera aviesa.

Sin embargo, se levantaron voces de genuinos representantes de la opinión pública que veían con claridad la injusticia de la traición ventajera y cobarde de los tres gobiernos.

Protestas como la de Juan Bautista Alberdi, José Hernández, Carlos Guido y Spano, los caudillos de masas que se negaron a ir a la guerra y muchos más, reconfortan y dejan a salvo el honor del pueblo argentino quien hablaba con ésas voces expresando su indignación. Ellas redimen a un pueblo que no aceptó la guerra, pero cubre aun más de ignominia y responsabilidad a su gobierno que siguió durante 5 años la masacre y el exterminio de toda la población, incluyendo sus mujeres, los ancianos y los niños.

Sus huestes mercenarias alentadas y hostigadas permanente  por el estipendio y las manifestaciones petulantes e impías de su presidente  Domingo Faustino Sarmiento quien sin disimulos manifestaba su desprecio y crueldad hacia ese pueblo devenido en ejercito al que no pudo doblegar, decía sin ambages: “... aún quedan unos pocos que morirán bajo las patas de nuestros caballos... ...No llama a compasión ese pueblo rebaño de lobos”, o su otra expresión más canalla aún “... a los paraguayos hay que matarlos en el vientre de sus madres”.

Ya la guerra estaba terminada, los aliados tomaron Asunción, nombraron un gobierno sometido y elegido por ellos con paraguayos traidores que habían llevado consigo en sus barcos para la invasión.

Continuaron luego, inútil ya,  la matanza de un pueblo que honrando su decisión prefirió morir a darse por vencido; pero ellos junto a sus infames aliados no pudieron alzarse con la victoria porque al Paraguay no lo vencieron, ¡lo mataron!,  y matar al enemigo ya superado e indefenso no es victoria sino asesinato.

Pelear contra niños, mujeres y ancianos, con  ventajas y hasta el exterminio, es honorable y glorioso solamente para los muertos víctimas del crimen de lesa humanidad que con toda impunidad los argentinos, los brasileños y los uruguayos, conscientes plenos y sin conmiseración, llevaron hasta el final en su macabra e inhumana decisión de eliminar a un pueblo heroico, al que no le asustó la muerte.

Ofender la memoria de mi pueblo en la persona de su máxima autoridad y representación, no tiene disculpa con ninguna excusa.

Comparar al mariscal con Hitler tiene una perfidia imperdonable. El editorialista del diario La Nación no puede alegar desconocimiento o ignorancia. 

Hitler exterminó judíos y los persiguió hasta morir, invadió países vecinos, intentó imponer una ideología y someter al mundo. El mariscal López y la nación paraguaya nunca tuvieron intenciones expansionistas  con ninguna excusa, jamás ha objetado la presencia de ningún semejante por su  raza, religión, condición o procedencia, fue y es cauto, moderado y hasta resignado ante el fracaso de imponer sus derechos y disputar sus posesiones frente a la ambición de los vecinos, como lo es hasta el presente.

Siempre ha sido atacado y despojado a lo largo de toda su historia y en la guerra del 70 ha sido masacrado sin piedad hasta el exterminio. Hitler atacó a los países de su entorno. López defendió al suyo del ataque y la ambición de sus vecinos. Hitler se suicidó. A López lo mataron porque no pudieron doblegarlo.

Alemania se entregó y se declaró derrotada. Al Paraguay nunca lo vencieron, lo eliminaron. No se rindieron; por eso los cobardes invasores no ganaron la guerra. El  Paraguay no se entregó. ¡Terminó la guerra cuando el Paraguay murió!

Finalmente el ignominioso comentario del diario La Nación aclara: que los Ministerios de Educación de los países involucrados “han decidido morigerar los términos ríspidos de la historia como para disimular los enconos”.

¡Absurda pretensión de inicuos continuadores sin arrepentimiento de hechos injustificables del pasado!

¿Qué significa esto?
¿Ocultar la masacre de niños en Acosta Ñu, quemados en vida y degollados?
¿Obviar la mención de la quema del Hospital de Sangre de Piribebuy?
¿No mencionar el asesinato absurdo y ruin de Pedro Pablo Caballero y de los defensores de Piribebuy?
¿El saqueo de Asunción? ¿No considerar el despojo y desmembramiento del territorio del Paraguay luego de la guerra, concretado con el acuerdo cómplice del gobierno compuesto por traidores legionarios nombrados por los mismos invasores y al efecto, los que llegaron con ellos desde Buenos Aires?
¿Afirmar que nuestra Región Oriental terminaba en el Rio Apa al Norte y nuestro Chaco al sur en el río Pilcomayo y que así fue siempre desde tiempos remotos?
¿No contar a  nuestros niños que si no fuera por la mediación del Presidente Rutherford Hayes de los Estados Unidos todo nuestro Chaco hubiera sido arrebatado por la Argentina?
¿Y que ésta sin más remedio y a duras penas, por la tremenda presión que significaba el acatamiento del fallo arbitral tuvo que conformarse únicamente con despojar al Paraguay y apoderarse del territorio que hoy le llaman Formosa?
¿Disimular y no contarle a nuestros hijos que incendiaron y destruyeron las industrias de la nación, arrasaron con las fundiciones de Ibycui, e hicieron todo lo necesario para que el Paraguay se sumiera en la miseria y en la imposibilidad de recuperarse sin ninguna necesidad y de manera inútil para ellos?
Y por último: ¿debemos negar acaso, que frente a una sola víctima, para sentirse fuertes, reunir coraje, tres cobardes gobiernos se juntaron para salir de caza, asaltar al Paraguay y buscar un botín?

Hoy más que nunca y frente a los hechos actuales, con esta provocación que reaviva mi memoria y me llena de indignación, creo firmemente que de manera oficial y pública, como una vez lo hiciera, con humildad, el papa Paulo VI por la Inquisición que causó tanta muerte y sufrimiento, la Argentina debe reconocer la injuria y pedir perdón al Paraguay por el irreparable crimen.

Pero el arrepentimiento y la súplica del perdón carecen de valor si se limita solamente a su invocación; eso no le confiere  más que un mérito formal a la aceptación de una verdad difícil de rebatir y ocultar.

Para que sea otorgada la absolución debe cumplirse tres condiciones por parte de quien la implora: El reconocimiento de la culpa; el propósito de enmienda y la reparación del daño ocasionado.

El reconocimiento lejos está de la aceptación por parte de algunos como se evidencia en el artículo del diario La Nación de Buenos Aires.

El propósito de enmienda se halla tan distante de su cumplimiento como aquel, evidenciado en la pertinaz conducta del apoderamiento de nuestros recursos que tiene y luce el mismo ímpetu destructivo de la masacre de la Triple Alianza, en esta nueva guerra sin balas, por las represas de Yasyretá e Itaipú, con los mismos invasores de entonces: Argentina y Brasil.
Y la reparación del daño está más lejos todavía. El despojo que amputó nuestro territorio, concretado vilmente cuando los que defendieron la integridad y la honra de la nación, que eran los únicos que podían oponerse, ya no pudieron porque sus cadáveres aún frescos estaban caídos en el callejón de sangre que corre desde Paso Pucú hasta Cerro Corá, y no podían levantarse para gritarles la injusticia del despojo inicuo...  ¡Eso merece reparación!

Considerando, entre otros, la intencional aniquilación de la guerra consumada por tres “valientes” aliados, con el propósito de apoderamiento y exterminio de su pueblo; la destrucción de sus recursos y  la complicidad de traidores legionarios que avalaron con su complacencia los despojos. Concluyo con convencimiento honrado y absoluto:

Si la Argentina tiene suficientes razones, el Paraguay tiene mayor cantidad de argumentos para reclamar la restitución de los territorios arrebatados que las que tiene la Argentina para demandar a Inglaterra las Malvinas.

Aprecio a esta nación en la que vivo, pero a la Nación Argentina que me reconforta, la de Juan Bautista Alberdi y la de los nombrados más arriba, a la de los caudillos de la provincias que se opusieron a la guerra, a la de los que pidieron justicia, e incluyo entre esos nombres a José María Rosas, a García Mellid, historiadores argentinos contemporáneos. Agrego a esta lista a la presidente electa de los argentinos: Sra. Cristina Fernández de Kischner que alivia con su gesto y con la claridad de su expresión el dolor memorioso e imborrable de mi pueblo.”

Rubén Luces León, médico paraguayo
residente en la ciudad de Buenos Aires, Argentina.
20 de diciembre de 2007.

Cierro este artículo con estas perlas que ilustran la “hazaña” de Uruguay, Argentina y Brasil contra los hermanos paraguayos:

·         La Guerra de la Triple Alianza o Guerra Grande fue el mayor conflicto bélico de la historia del subcontinente sudamericano. El Imperio Británico fue quien propició, incitó y financió la destrucción del Paraguay que al inicio de la guerra contaba con, aproximadamente, 1.525.000 habitantes. Al terminar el genocidio, la población paraguaya se redujo a 221.000 personas, de los que solamente unos 28.000 eran hombres. Según otras fuentes, murieron cinco sextas partes de su población. Otros historiadores, como el argentino Felipe Pigna, ajustan estas cifras a 1.300.000 habitantes antes de la guerra, quedando reducida a 300.000 después de la misma, la mayoría niños y mujeres.

·         Las tropas brasileñas ocuparon el país hasta 1874. Paraguay perdió gran parte de su territorio (169.174 km² casi la superficie de Uruguay) y fue obligado a pagar una abultada indemnización de guerra que además de dinero supuso la confiscación del ferrocarril y las líneas de telégrafos como medio de pago. Al concluir la guerra la industria se había desvanecido por completo, la educación pública gratuita desapareció y las llamadas "estancias de la patria", que suministraban alimentos a la población, desaparecieron de igual manera. Aquel ejemplo de desarrollo independiente desapareció para siempre.
                                                      Francisco Solano López


viernes, 12 de agosto de 2011

VACACIONES CON MIS ABUELOS MATERNOS

 Crónica de una época lejana

Salimos de Minas bajo una lluvia mansa pero tenaz. Los limpiaparabrisas de la Fordson marcaban el compás de la marcha por la ruta 8 rumbo a Montevideo. Íbamos verdaderamente contentos porque unas vacaciones con los abuelos y los tíos era garantía de pasar muy bien y más todavía con la perspectiva de recibir algún regalo cuando nuestros padres regresaran de su viaje a Buenos Aires.
Papá iba preocupado por el estado de la carretera que con la mala visibilidad por la lluvia se hacía aún más angosta de lo que ya era. Mamá no hacía otra cosa que recomendarnos que nos portáramos bien, que no diéramos trabajo, que no quería oír quejas de los abuelos al regreso del viaje. Mi hermana Graciela y yo con unos seis o siete años, ya ni escuchábamos porque nuestra excitación era mucho mayor que las preocupaciones de mamá. Pensábamos en Montevideo... tan grande, en los tranvías, los trolebuses, en el montón de autos, en el pan marsellés, en la cancha de bochas donde jugaba el abuelo, en la feria de la calle Libia... ¡en tantas cosas!
Cuando pasábamos por Punta de Rieles nos escondíamos en el piso de la camioneta para que los abuelos y los tíos no nos vieran al llegar y darles la “sorpresa” apareciendo de golpe. Esto lo hacíamos con tanta anticipación que era imposible aguantarnos escondidos, por lo que nos asomamos hasta ver los enormes eucaliptos de la calle Carlos Nery. Pero eso sí, cuando papá doblaba por Alsacia nadie nos despegaba del suelo porque allí estaba la casa de los abuelos.
¡Cómo me gustaba esa casa! Era de madera pintada con techos de zinc, con hermosísimas barandas, llena de plantas que la abuela cuidaba mucho, y en el fondo un sauce muy grande que daba sombra a un charco donde el abuelo criaba patos. También había gallinas y conejos. El nivel del piso de la casa estaba bastante más abajo que el de la calle, por eso al entrar había que bajar unas escaleras flanqueadas por helechos y culantrillos.
La tía, con unos pocos años más que nosotros, nos recibía con una gran alegría y cariño. El tío, algo mayor que ella, se alegraba al vernos pero nos dábamos cuenta que no era una fiesta para él como lo era para la tía. La abuela siempre nos recibía con un cariño muy maternal que daba lugar a la complicidad y el abuelo, medio hosco (¿o nos parecía?), tragaba saliva al ver estos dos diablitos canarios(1).
Al bajar de la camioneta aparecían los paraguas para protegernos de la tormenta y en medio de una gran algarabía entrábamos a la casa. No nos importaba que la lluvia no nos dejara salir a jugar afuera, la casa de los abuelos era toda una novedad y teníamos garantizada la diversión.
Sentado en un sillón de mimbre me pasaba las horas viendo las vistas de aquel asombroso y sencillo aparato de aluminio con un par de lentes que al ponerle delante dos fotografías tomadas con una pequeña diferencia entre una cámara y otra, se apreciaba el fenómeno de ¡tercera dimensión! Téngase en cuenta que este aparato era del año 1875… Cuando dejaba el aparato me enfrascaba en la lectura y observación de una colección de Ilustración Artística, semanario catalán de 1915 de literatura, artes y ciencias que mi abuela mantenía encuadernadas de los tiempos en que su padre las coleccionaba. Allí aprendí lo terrible que fue la Primera Guerra Mundial porque tenía muchas ilustraciones y fotografías de hombres mutilados y gaseados. Claro que era más amable ver los avisos comerciales de Petróleo Gal (solución definitiva para cualquier calvicie incipiente) y de jabón Heno de Pravia (recurso infalible para un cutis terso y siempre joven…).

Me acuerdo que dormimos esa primera noche con una gran excitación y ni nos importó que nuestros padres se hubieran ido a Buenos Aires. Al otro día nos despertaron tempranito para desayunar con pan marsellés y mantequilla Tararira que en Minas –aceptemos que por lo menos en el barrio Las Delicias– no había. Fue la primera vez que oímos hablar a los abuelos que les preocupaba mucho la cantidad de agua que empezaba a acumularse en el fondo. Nosotros, todo lo contrario a la prudencia, estábamos encantados con el lago –así lo veíamos– que según la abuela a cada momento crecía más y más.
Mientras tanto el abuelo se iba con una carretilla a buscar recortes de madera a un aserradero para la cocina económica que tenía la abuela. El espacio de la cocina, de un comedor diario y del cuarto del tío Rúben era más bajo que el resto de la casa (comedor, living, cuarto de la tía Marta y de los abuelos), situación que ponía a esa parte de la casa en riesgo de que la inundación del fondo llegara hasta allí. La lluvia no paraba. Nosotros nos entreteníamos jugando, hojeando revistas viejas y comiendo boniatos (camotes) cocidos en el horno de la cocina de leña.
Por las tardes, me ponía mi pilot y las botas de goma y acompañaba a mi abuelo al café de la esquina de Camino Maldonado y Carlos Nery, donde una magnífica cancha de bochas era la reina del lugar. Allí me sentaba a ver “arrimar” y “bochar” a mi abuelo Pancho con singular habilidad, que pese a ver con un solo ojo demostraba un juego de alta calidad. Algunas tardes aparecía otro tío, Jorge, que hacía pareja con mi abuelo y esa dupla de padre e hijo era casi invencible, porque se reunía la experiencia del abuelo para “arrimar”, con la fuerza y puntería del tío Jorge para “bochar”, esa parte del juego donde la pesada bocha de madera muy dura había que lanzarla varios metros para sacar alguna bocha rival de las cercanías del bochín llamado comúnmente “chico”. Afuera, era incontenible la cantidad de agua que caía.
Yo esperaba que parara la lluvia para ir a ver aquellos curiosísimos partidos de fútbol del Instituto Nacional de Ciegos que estaba muy cerca. Tras una pelota con cascabeles dentro (para ser ubicada por su sonido) corrían en medio de un escándalo de voces los jugadores invidentes que pretendían indicar dónde andaba cada uno. Un árbitro vidente daba cuenta de si la pelota había entrado al arco o si se había salido de la cancha. Pero con esa lluvia tan copiosa y persistente no había oportunidad de ver esos juegos.
Llegamos a la casa de los abuelos y mi hermana feliz me contaba que el agua ya estaba por entrar a la cocina. La abuela Josefina estaba amargada porque veía que en horas se inundaría la cocina, el comedor diario y el cuarto del tío Rúben.
Efectivamente, a la mañana siguiente la emoción nos ganó cuando vimos un cuadro muy divertido para cualquier niño: ¡la pata con todos sus patitos nadaban dentro de la cocina…! Parecía un sueño ver esas aves avanzando raudamente por dentro de la casa, pasando por debajo de muebles que habían sido subidos a torres de ladrillos y bloques para que no se mojaran.
Sacar el agua de allí era imposible pero felizmente la lluvia empezó a aminar y eso permitió que mi abuelo Pancho nos pudiera llevar a pasear en tranvía. Subíamos a ese maravilloso transporte en la esquina de Camino Maldonado y Libia y nos sentábamos a disfrutar las ventanillas grandes y bajas que nos permitía apoyar el codo en ellas pese a ser niños de corta edad. Arrancaba el tranvía con sonidos metálicos de sus ruedas sobre las vías y con un suave hamaqueo y una campanilla que iba alertando a los transeúntes del paso del vehículo. Todo nos llamaba la atención: los asientos de esterillas, la suavidad de la marcha, el silencio del motor eléctrico, los controles tan sencillos. Nos mirábamos con mi hermana y no podíamos aguantar las sonrisas ante tanta emoción.
Así llegábamos a la Aduana ubicada en el Puerto de Montevideo y no nos bajábamos sino que en el mismo tranvía regresábamos al barrio Bella Italia. De pronto el conductor del tranvía con su uniforme negro y gorra casi militar abandonaba los controles y caminaba hacia el fondo donde tomaba otros controles y con esa sencilla maniobra –verdaderamente mágica– el tranvía ya tenía… ¡un nuevo frente! ¡Aaahhh! ¡Esto era demasiado para dos niños minuanos de vacaciones en Montevideo!


(1) Canario: originario de las Islas Canarias. Una buena parte de los inmigrantes de origen español llegaron de las Islas Canarias a Montevideo y se ubicaron en las afueras de la ciudad dedicándose al cultivo de frutas y hortalizas. Por extensión, a toda persona de las afueras de Montevideo se le llamaba canario.

Cédar Viglietti

ENCUENTRO CON MÉXICO Capítulo 3

FRUTAS Y COMIDAS EXÓTICAS

¡Cuánto aprendimos de México durante aquellas clases de música en Ciudad Sahagún en 1976! Los choferes de las combis que nos llevaban tres veces por semana nos fueron enseñando muchísimos detalles de la vida campirana de esa zona norte del centro de México. Para ir a Cd. Sahagún teníamos que pasar muy cerca de las Pirámides de Teotihuacan que, aunque no teníamos tiempo de visitarlas, nos impresionaban sus colosales tamaños que fue acicateando nuestra curiosidad para verlas luego con todo detalle.

A la orilla de la carretera habían y hoy aún existen enormes plantíos de nopales (tunas en el Río de la Plata) que dan unas riquísimas y enormes tunas (higos, allá) que fueron una delicia probarlas. Este cactus es una de las plantas fundamentales en la dieta de los mexicanos que junto al maíz y el frijol son la base de cualquier comida. Parábamos un momento a comprar tunas que con gran habilidad les quitaban la cáscara y al comerlas no podíamos entender como algo tan dulce y jugoso se daba en aquellos campos tan secos y austeros. Un solo árbol se repite constantemente por esa zona y soporta la sequía de casi todo el año: el pirul (anacahuita).

Una vez nuestros amigos choferes se pararon en unos pequeños puestos de comida junto a la carretera antes de arribar al pueblo de Otumba, población cercana a Cd. Sahagún. Allí nos dijeron “Ahorita van a probar los mixiotes”. Usaron ese diminutivo tan simpático de ahora que creíamos era el extremo para señalar el presente; ¡no señor, todavía quedaba ahoritita y ahorititita! Nos bajamos junto a una especie de cocina rural alimentada con las pencas (gruesos tallos) secas del maguey que sirven de leña para calentar el comal (lámina o plato grande de barro cocido que se pone arriba del fuego o brasero para calentar las tortillas y demás alimentos) y allí pusieron un envoltorio blanquecino hecho con una película vegetal que recubre a la penca verde del maguey (otro uso más) y que dentro tenía una pieza de pollo o conejo, nopales cortados en juliana, una hoja de laurel, otra hoja del árbol de aguacate (palta) y una salsita sabrosísima hecha con distintos chiles que por cierto no picaba (creo que es la única salsa que he probado y no pica).

Se calentó cada envoltorio que era perfectamente impermeable porque no dejaba salir ningún jugo esa especie de cutícula casi transparente del maguey y además le agregaba un sabor más a esta delicia prehispánica. Al abrir el envoltorio nos inundó un mar de olores nuevos y ni les cuento sobre los sabores tan distintos y exquisitos que nunca habíamos probado. En el mismo comal “echaron tortillas”, es decir con la masa de maíz previo proceso de cocción con cal viva (nixtamalización) formaron con la mano unas especies de panqueques que cocieron de los dos lados sobre el platón de barro para acompañar a la comida quizás más rica de México: el mixiote.

Es interesante saber que la nixtamalización del grano de maíz es un proceso fundamental para su uso casi general en la comida mexicana. El grano de maíz, por tierno que sea cuando el elote (choclo) es fresco, no es fácil de digerir por los humanos a tal punto que luego de comerlo casi lo eliminamos entero y por completo. Sin embargo las culturas indígenas mesoamericanas sabían que sometiendo al maíz en grano ya maduro y seco a un proceso de cocción con agua y cal viva se elimina prácticamente la cutícula que envuelve al grano de maíz y que impide su digestión. Algo similar ocurre con el tubérculo de la mandioca en Sudamérica que previamente es procesado antes de hacer la fariña (harina) para usarlo de alimento.

LAS CLASES DE GUITARRA EN CD. SAHAGÚN

Pasaron algunos meses y el curso de guitarra clásica iniciado en Cd. Sahagún tomaba fuerza con la presencia siempre creciente de alumnos que no encontraban en esa ciudad muchas alternativas para desarrollar sus inquietudes artísticas. Finalmente mis compañeros Ariel y Arisbel iniciaron otro tipo de actividades en la Cd. de México y continué solo esa hermosa aventura guitarrística en aquel entrañable rincón del estado de Hidalgo.

Me sorprendía la seriedad de los jóvenes y no tan jóvenes hidalguenses que tomaban las clases en aquellas carpas nada adecuadas para clases de música. Atendían con total concentración y respeto a aquel joven maestro de veinticuatro años que les hablaba de Tárrega, Sor, Aguado, Carcassi, Carulli, Pujol, Segovia, Barrios y demás forjadores del instrumento de seis cuerdas. Las guitarras aparecían de no sé dónde, pero nunca un alumno me contestó que no tenía guitarra. No pasó mucho tiempo para que aprendiera que prácticamente en cada casa mexicana hay una guitarra porque no faltan manos –callosas o delicadas pero siempre populares– que la toquen para acompañar canciones propias o ajenas.

Las clases individuales siempre tenían oyentes con la presencia de otros alumnos que se quedaban a escuchar o que llegaban antes de su clase, situación que fue creando un grupo inquieto, unido y sensible, que sería fundamental para el futuro de esas clases. Mi desconocimiento de México hizo que no supiera que el 1º de diciembre de 1976 comenzaba la gestión de un nuevo presidente del país y que eso podía provocar el fin de aquel Consejo Nacional de Cultura y Recreación de los Trabajadores (CONACURT). Así fue que de golpe y porrazo me avisaron que se terminaban las clases en Cd. Sahagún. Con mucho pesar les comuniqué a los numerosos alumnos que ya no iba a dar clases; pero ellos –lejos de amilanarse– me pidieron que les dejara alguna forma de comunicarse conmigo.

Vinieron meses muy difíciles sin trabajo ni ingresos hasta que un día los alumnos se comunicaron conmigo y me avisaron que fuera a las oficinas corporativas del Combinado Industrial Sahagún en la Cd. de México que había la posibilidad de que las clases se retomaran por parte del propio Combinado. Me dijeron que hablara directamente con el Lic. Francisco Javier Alejo, recientemente nombrado Director General del Combinado. No tenía idea de quién era ese hombre y parecía imposible que me recibiera para hablar de unas clases de guitarra. Pero al primer intento sí me recibió en una oficina enorme y lujosa.

–¿Qué has hecho en Cd. Sahagún que tengo a un grupo de trabajadores del combinado que no deja de presionarme porque se reinicien una clases de guitarra clásica?– Con esa pregunta me recibió el Lic. Alejo en aquel mes de febrero de 1977. No me acuerdo qué le habré contestado pero el asunto fue que me dijo me presentara el 1º de marzo a dar clases en el Centro de Desarrollo para la Comunidad de Cd. Sahagún que el Combinado Industrial me contrataba.

Francisco Javier Alejo –tiempo después lo supe– era nada más ni nada menos que un economista, académico, funcionario público (Secretario del Patrimonio Nacional durante el sexenio de Luis Echeverría) , diplomático, editor y escritor. Nunca acabé de entender por qué me recibió. ¡Qué no habrán hecho aquellos alumnos-amigos!

El 1º  de marzo de 1977 volví a mis clases de guitarra en Cd. Sahagún…