lunes, 14 de enero de 2013

Charles Darwin pasó por Minas...


Resulta muy interesante leer el diario “Viaje de un naturalista alrededor del mundo” de Charles Darwin por múltiples razones, entre ellas, el punto de vista de un visitante inteligente y curioso de apenas 22 años que nos brinda de primera mano puntos de vista muy agudos y detallados de paisajes, gente, flora y fauna de la campaña (interior) de Uruguay en 1831.

El famoso naturalista inglés, sin estar muy convencido de su vocación de investigador, aceptó una invitación de un capitán inglés para hacer un recorrido por el mundo para medir corrientes oceánicas y cartografiar diversas costas donde él podría hacer investigaciones geológicas y recolectar ejemplares de la flora y fauna de cada lugar. El viaje duró 5 años y recorrió una buena parte del hemisferio sur de acuerdo a lo que indica el plano adjunto.


Así, Darwin se embarcó en el Beagle el 27 de diciembre de 1831 y regresó a Inglaterra el 2 de octubre de 1836, tiempo suficiente para despertar en el joven naturalista el interés en entender las reglas de la evolución de las especies que lo hicieran tan famoso.
Pero vayamos al encuentro de Darwin con las tierras, gente, flora y fauna del Uruguay que con mucho escrúpulo el naturalista fue relatando en su cuaderno de viaje. Estos apuntes corresponden a una visita de una estancia (hacienda) en el Departamento de Maldonado:

“Pasamos la primera noche en una casita de campo aislada. Noto allí bien pronto que poseo dos o tres objetos (y sobre todo una brújula de bolsillo) que producen el más extraordinario asombro. En todas las casas me piden que enseñe la brújula e indique en un mapa la dirección de diferentes ciudades. Produce la más intensa admiración el que yo, un extranjero, pueda indicar el camino (porque camino y dirección son dos voces sinónimas en este país llano), para dirigirse a tal o cual punto donde jamás estuve. En una casa, una mujer joven y enferma en cama, hace que me rueguen ir a enseñarla la famosa brújula. Si grande es su sorpresa, aún es mayor la mía al ver tanta ignorancia entre gentes dueñas de miles de cabezas de ganado y de estancias de grandísima extensión. Sólo puede explicarse esta ignorancia por la escasez de visitas de forasteros en este remoto rincón. Me preguntan si es la tierra o el sol quien se mueve, si en el norte hace más calor o más frío, dónde está España y otra multitud de cosas por el estilo. Casi todos los habitantes tienen una vaga idea de que Inglaterra, Londres y América del Norte son tres nombres diferentes de un mismo lugar; los más instruidos saben que Londres y la América del Norte son países separados, aunque muy cerca uno de otro, y que Inglaterra ¡es una gran ciudad que está en Londres!”

Charles Darwin a los 22 años.

Es evidente que los estancieros uruguayos de aquella época no se destacaban por sus conocimientos ni cultura (¿ahora sí?) pero sigamos porque el joven Charles siguió a caballo hasta Minas, capital del departamento de Lavalleja, donde a los serranos no nos fue mejor:

“Al día siguiente llegamos al pueblecillo de Las Minas. Algunos cerros más, pero en resumen el país conserva el mismo aspecto; sin embargo, un habitante de las Pampas vería de seguro en él una región alpestre. La comarca está tan poco habitada, que apenas encontramos una sola persona durante un día entero de viaje. El pueblo de Las Minas aún es menos importante que Maldonado; está en una pequeña llanura rodeada de cerrillos pedregosos muy bajos. Tiene la forma simétrica de costumbre, y no deja de presentar un aspecto bastante bonito con su iglesia enlucida con cal y sita en el centro mismo del pueblo. Las casas de los arrabales se elevan en el llano como otros tantos seres aislados, sin jardines, sin patios de ninguna especie. Es la moda del país; pero eso da, en último término, a todas las casas una apariencia poco cómoda. Pasamos la noche en una pulpería o taberna. Gran número de gauchos acuden por la noche a beber alcohol y a fumar cigarros. Su aspecto es muy chocante: suelen ser fornidos y guapos, pero llevan impresos en la cara todos los signos del orgullo y de la vida relajada; muchos de ellos gastan bigote y cabellos muy largos, ensortijados por la espalda. Sus vestidos, de colores chillones; sus grandísimas espuelas resonantes, en los talones; sus cuchillos, llevados en el cinto a modo de dagas (de los cuales hacen tan frecuente uso), les dan un aspecto muy diferente de lo que pudiera hacer suponer su nombre de gauchos o simples campesinos. Son en extremo corteses; nunca beben sin pediros que probéis su bebida; pero mientras os hacen un saludo gracioso, puede decirse que están dispuestos a asesinaros si se presenta ocasión.”

"Boleando ñanduces"

Esta primera descripción de mis coterráneos en 1831 no deja de ser interesante y podríamos resumirla –con un poco de humor– en tres palabras: “asesinos pero corteses…
Al día siguiente Darwin y sus acompañantes avanzan en territorio minuano y llegan hasta la estancia (hacienda) de un rico criador de ganado, don Juan Fuentes. Al llegar, le llama la atención a Darwin la formalidad que se debe seguir cuando se arriba a una casa en el campo:

“Cuando un forastero se acerca a una casa, hay que guardar algunas ceremonias de etiqueta. Se pone al paso el caballo, se recita un Ave María, y no es cortés echar pie a tierra antes de que alguien salga de la casa y os diga que os apeéis; la respuesta estereotipada del propietario es: Sin pecado concebida. Se entra en la casa entonces, y se habla de generalidades durante algunos minutos; luego se pide hospitalidad para aquella noche, lo cual se concede siempre, por supuesto. El forastero come con la familia y le dan un aposento, donde hace la cama con las mantas de su recado (o silla de las Pampas).”

Esta costumbre de gritar “¡Ave María purísima!” (que no recitar todo un Ave María) y esperar –si se es bien recibido– la respuesta “¡Sin pecado concebida!” se mantiene aún en algunos lugares de nuestra campaña aunque va cayendo en desuso.
Al final del párrafo, el joven Darwin hace mención al “recado”, en clara referencia a esta particular silla de montar el caballo que reúne sustanciales diferencias con otras sillas de otros países. Sugiero ver la siguiente ilustración que muestra el “recado” y sus partes.



Se asombra Darwin que el estanciero Juan Fuentes se muestre hospitalario con todas las personas que, sin conocerlas, acoge amablemente al punto de que manda matar unas reses para agasajarlas. Esta hospitalidad es propia de todo el campo latinoamericano sin distinción de posición social, situación que hemos confirmado al ver el esfuerzo que gente de escasos recursos hace por atender al forastero recién llegado.

“Después de haber sido testigo de la grosera riqueza indicada por un número tan grande de hombres, vacas y caballos, casi es un espectáculo el mirar la miserable casucha de don Juan. El piso se compone sencillamente de barro endurecido y las ventanas no tienen vidrieras; los muebles de la sala consisten en algunas sillas muy ordinarias, algunos taburetes y dos mesas, Aunque hay muchos forasteros, la comida sólo se compone de dos platos (inmensos en verdad), conteniendo el uno vaca asada, el otro vaca cocida y algunos trozos de calabaza; no se sirve ninguna otra hortaliza y ni siquiera un pedazo de pan. Una jarra grande de barro cocido, llena de agua, sirve de vaso a toda la compañía. Y, sin embargo, este hombre es dueño de varias millas cuadradas de terreno, cuya casi totalidad puede producir trigo y con un poco de cuidado todas las legumbres usuales. Se pasa la velada en fumar y se improvisa un pequeño concierto vocal con acompañamiento de guitarra. Las señoritas, sentadas todas juntas en un rincón de la sala, no comen con los hombres.”


Comentemos que seguramente este “concierto vocal” estuvo compuesto de canciones verdaderamente folklóricas de la Banda Oriental (parte del espacio geográfico que hoy ocupa Uruguay y que se ubica al oriente del río del mismo nombre): Tristes, Estilos, Milongas, Cifras, Cielitos, Huellas y algunos más.

No deja de ser interesante la descripción que hace Darwin de las famosas “boleadoras”, instrumento de caza usado por los indígenas de la región para capturar los ñandúes (avestruces americanas)  y que definitivamente han dejado de usarse. Hoy sólo las vemos –degradadas ellas– en algunas coreografías de danzas muy edulcoradas y por lo tanto ajenas al folklor rioplatense.

Hay dos especies de bolas: las más sencillas, que se emplean para cazar avestruces, consisten en dos piedras redondas, cubiertas de cuero y reunidas por una tenue cuerda trenzada, como de unos ocho pies de longitud; la otra especie sólo difiere de ésta en que consta de tres pelotas reunidas por una cuerda a un centro común. El gaucho tiene en la mano la más pequeña de las tres y hace girar las otras dos en derredor de la cabeza; luego de hacer puntería las arroja, y las bolas van a través del aire girando sobre sí mismas como balas de cañón enramadas. En cuanto las bolas dan contra cualquier objeto, se enroscan cruzándose en derredor de él y se anudan con fuerza.”

Es curioso destacar que el antiguo uso de las boleadoras (hasta como instrumento de agresión entre los mismos gauchos) marcó el lenguaje de los uruguayos con expresiones como “ando boleado” o “me bolié” para decir que se está perdido o confundido. Estos términos hacen referencia a lo que les pasa a los avestruces, caballos o vacas que al enredarse las patas con las boleadoras pierden el paso y caen violentamente, perdiendo la orientación por el golpe que se dan.
Después de un largo periplo por Argentina, Charles Darwin regresa a Uruguay y rumbo al actual Departamento de San José fue testigo de la habilidad de los gauchos para cruzar un río con su caballo y así nos expresa en su diario el asombro que le produjo.

“En aquel día un gaucho me dio un regocijado espectáculo por la destreza con que obligó a un caballo repropiado a atravesar un río a nado. El gaucho se desnudó por completo, montó a caballo y obligó a éste a entrar en el agua hasta perder pie; dejóse escurrir entonces por la grupa y le agarró la cola; cada vez que el animal volvía la cabeza, el gaucho le arrojaba agua para asustarle. En cuanto el caballo llegó a la margen opuesta, irguióse de nuevo en la silla el gaucho e iba montado con firmeza, bridas en mano, antes de haber salido por completo del río. Bello espectáculo es ver a un hombre desnudo jinete sobre un caballo en pelo: nunca hubiera creído que ambos animales fuesen tan bien juntos. La cola del caballo constituye un apéndice muy útil: he atravesado un río en barca acompañado por cuatro personas, arrastrada de la misma manera que el gaucho de que acabo de hablar. Cuando un hombre a caballo tiene que cruzar un río ancho, el mejor medio consiste en agarrar la pera de la silla o la crin del caballo con una mano y nadar con la otra.”



Charles Darwin también llegó hasta Mercedes, la capital del Departamento de Soriano, muy próximo al encuentro de los ríos Uruguay y Negro. Allí visitó una estancia de un hacendado inglés sobre las costas del arroyo Bequeló y tuvo oportunidad de observar con detención una acción muy particular: el adiestramiento de perros pastores. Veamos las observaciones del naturalista inglés.

“Durante mi residencia en esa estancia estudié con cuidado los perros de pastor del país, y este estudio me interesó mucho. Encuéntrase a menudo, a la distancia de una o dos millas de todo hombre o de toda casa, un gran rebaño de carneros guardado por uno o dos perros. ¿Cómo puede establecerse una amistad más firme? Esto era motivo de asombro para mí. El modo de educarlos consiste en separar al cachorro de su madre y acostumbrarle a la sociedad de sus futuros compañeros. Se le lleva una oveja para hacerle mamar tres o cuatro veces diarias; se le hace acostarse en una cama guarnecida de pieles de carnero; se le separa en absoluto de los demás perros. Aparte de eso, se le suele castrar cuando aún es joven; de suerte que cuando se hace grande, ya no puede tener gustos comunes con los de su especie. Por lo tanto, no le queda deseo ninguno de abandonar el rebaño; y así como el perro ordinario se apresura a defender a su amo, el hombre, de la misma manera éste defiende a los carneros.”

Líneas más adelante concluye Darwin:

“El perro de pastor acude todos los días a la granja en busca de carne para su comida; en cuanto le dan su ración huye, como si tuviese vergüenza del paso que acaba de dar. Los perros de la casa se le muestran muy hostiles, y el más pequeño de ellos no vacila en atacarle y perseguirle. Pero, en cuanto el perro de pastor se encuentra ya junto a su rebaño, vuélvese y comienza a ladrar; entonces, todos los perros que antes le perseguían huyen a todo correr. Asimismo, una banda entera de perros salvajes hambrientos rara vez, y hasta se me ha dicho que nunca, se atreven a atacar a un rebaño guardado por uno de esos fieles pastores. Todo esto me parece un curioso ejemplo de la flexibilidad de los afectos en el perro. Ya sea salvaje, ya educado de cualquier modo que lo estuviere, conserva un sentimiento de respeto o de temor hacia quienes obedecen a su instinto de asociación. En efecto, no podemos comprender por qué los perros salvajes retroceden ante un solo perro acompañado de su rebaño, sino admitiendo en ellos una especie de idea confusa de que quien va con tanta compañía adquiere cierto poderío, como si le acompañasen otros individuos de su especie.”


Concluyo este artículo con un juicio que el naturalista inglés, Charles Darwin, hace de ese personaje emblemático llamado gaucho y que con el correr del tiempo no escapó a cambios en su naturaleza hasta llegar a lo que hoy es nuestro hombre de campo rioplatense.  Sin duda quedan firmes trazos y conductas del aquel gaucho, que Darwin conoció en 1831, en los trabajadores rurales actuales (troperos, domadores, alambradores, chacreros, monteadores, tamberos y demás oficios de los habitantes del campo), pero no sería justo dejar de reconocer que el tiempo ha cambiado profundamente la esencia libertaria de aquel personaje.

“Los gauchos o campesinos son muy superiores a los habitantes de la ciudad. Invariablemente, el gaucho es muy servicial, muy cortés, muy hospitalario; nunca he visto un ejemplo de grosería o de inhospitalidad. Lleno de modestia cuando habla de sí mismo o de su país, al mismo tiempo es atrevido y valiente.”

Pintura del uruguayo Juan Manuel Blanes