viernes, 26 de agosto de 2011

La Guerra de la Triple Alianza: una infamia que no debe olvidarse

El día 24 de febrero de 2007 el diario argentino La Nación publicó un editorial de increíble contenido donde criticó duramente al Ejército Argentino que denominó al grupo de Artillería Blindada 2 de la provincia de Entre Ríos con el nombre del insigne mariscal paraguayo Francisco Solano López.

El referido diario dice textualmente que con esta decisión el ejército argentino “ha reconocido… presuntos méritos extraordinarios a quien, como mandatario de Paraguay, dispuso, en 1865, la invasión del territorio argentino, provocó enormes daños, muertes de inocentes y el cautiverio de mujeres correntinas que soportaron crueles sufrimientos por su orden, obligando a una reacción militar que costó ingentes sacrificios al país”.

Más adelante, el mismo editorial de este diario argentino dice que no parece extraño el discurso favorable a López del ejército argentino, pues, la misma presidente electa Cristina Fernández de Kirchner señaló a Solano López como "ese gran patriota, humillado por lo que yo llamo la alianza de la triple traición a Latinoamérica, a sus hombres y a sus mujeres". El diario La Nación concluye que: “La denominación de Mariscal Francisco Solano López a una unidad militar de un país cuya bandera el dictador paraguayo pisoteó es tan absurda como inadmisible sería que Francia o Polonia llamasen Adolf Hitler a uno de sus regimientos”. (…). “Discursos como los de la señora Kirchner o decisiones como la del Ejército no contribuyen a sedimentar las buenas relaciones entre pueblos hermanos, pues al traer al presente dramáticos desencuentros del pasado no hacen sino exacerbar las pasiones y perturbar los sepulcros de los protagonistas de remotos conflictos”.

Este editorial tan vergonzoso tiene como telón de fondo a la Guerra de la Triple Alianza que enfrentó a Argentina, Brasil y Uruguay contra Paraguay, entre 1865 y 1870. Guerra que respondió más a los intereses británicos de acabar con un modelo autónomo de desarrollo como el paraguayo (que podía devenir en un "mal ejemplo" para el resto de América Latina) que a los objetivos de unificación nacional y defensa del territorio proclamado por sus promotores.

El conflicto que terminó por enfrentar al Paraguay con la Triple Alianza, tuvo su origen en 1863, cuando Uruguay fue invadido por un grupo de traidores uruguayos del Partido Colorado  comandados por el general Venancio Flores, quienes derrocaron al legítimo gobierno blanco, de tendencia federal y único aliado del Paraguay en la región.

La invasión había sido preparada en Buenos Aires con el visto bueno y envío de tropas del presidente Bartolomé Mitre (tatarabuelo del director actual del diario La Nación) y el apoyo de la armada brasileña. Así acabaron, colorados uruguayos, argentinos y brasileños con la heroica defensa de la ciudad de Paysandú que encabezara el coronel patriota Leandro Gómez y que Paraguay intentó defender.

La defensa del gobierno legítimo uruguayo por parte del Paraguay, solo podía hacerse si las tropas guaraníes atravesaban parte del territorio argentino (provincia de Corrientes), situación que fue aprovechada por Mitre para argumentar que Paraguay había invadido a Argentina y así fraguar la Guerra de la Triple Alianza contra ese país.

Hoy mortifica e indigna ver un departamento (provincia) uruguayo y tantas avenidas que llevan el nombre del general Venancio Flores o en Argentina el nombre de Bartolomé Mitre. Y peor aún es que alguien hoy se atreva a defender estos personajes de tristísimo recuerdo. Por ello,  uruguayos, argentinos y brasileños no tenemos derecho a olvidar de lo que fueron capaces los gobiernos de nuestros países en aquellos momentos.  Para no olvidar el genocidio paraguayo es oportuno leer el siguiente texto de un patriota guaraní radicado en Argentina.


“Me resulta imposible mantenerme en silencio, cuando la indignación golpea mi conciencia. Callarse ante la infamia es hacerse cómplice de ella y eso no es falta de coraje sino cobardía.

Hay momentos en la vida de los hombres que el desafío es irrenunciable y avasallador. Momentos en que la provocación mueve a la reacción y acallarla ya no es cobardía sino traición.

Hace 46 años que vivo en este país y siempre he pensado lo mismo, pero nunca como hoy me he visto en la necesidad de gritar a  los  vientos, una verdad que mantenía la quietud que le impone la prudencia y que no se agitaba por la sensatez que obliga la cordura cuando se está en casa ajena además del respeto que merecen aquellos que por no conocer ni ser responsables  pueden sentirse mortificados sin merecerlo.

En momentos de agitación, enfrentamientos, sangre y muerte en la Argentina, Francisco Solano López hijo del presidente del Paraguay Don Carlos Antonio López, y luego de la batalla de Cepeda en la que Mitre ve derrotado a su ejército por el de la Confederación al mando de Gral. Urquiza; el que sería luego presidente del Paraguay, como mediador voluntario, oficioso y eficiente, logra imponer la paz con el Pacto de San José de Flores, en cuya plaza en la actualidad se recuerda el memorable acontecimiento. Por el resultado de su gestión fue ovacionado el entonces Coronel Francisco Solano López por la población agradecida de Buenos Aires, cuyos habitantes a su paso le arrojaron flores.

El pacto que conformaron Uruguay, Argentina y Paraguay, para defenderse mutuamente ante la evidente pretensión expansionista y avasalladora del Brasil estableció el compromiso para el caso en que cualquiera de ellos fuera víctima de la pretensión lusitana.

Ninguno de los otros dos ni el Uruguay de entonces ni la Argentina respetaron esa obligación y solamente el Paraguay con su presidente Francisco Solano López, con dignidad, entereza y hasta con ingenuidad; con esa inocencia que parecen tener aquellos que son respetuosos y fieles a  sus principios en medio de la traición generalizada por él desconocida acudió presuroso a defender al Uruguay cuando el Brasil lo atropelló  en Paysandú.

Sin embargo la Argentina con Bartolomé Mitre como su presidente y Venancio Flores, depuesto y asilado uruguayo en Buenos Aires, implorante y rastrero personaje, ya hacía algún tiempo habían determinado juntarse con el Brasil en el Tratado Secreto de la Triple Alianza para someter al Paraguay: pacífica, próspera y brillante nación señera y ejemplar en toda América.

Con la candidez que tiene el probo y por desconocer las traiciones que se habían urdido en su perjuicio sigilosamente, el Presidente del Paraguay alerta a Mitre del atropello brasileño y solicita permiso para atravesar con sus ejercito el territorio argentino con la intención de defender al Uruguay. Mitre guarda cobarde silencio y no contesta. Por segunda vez vuelve a advertir López y solicita la correspondiente autorización para atravesar Corrientes y de nuevo el silencio artero del Presidente Mitre hace a todas luces evidente el contubernio y la confabulación traidora.

Ante el compromiso asumido, frente a la dignidad del pacto y en defensa del Uruguay, la mudez cómplice y tramposa de Mitre precipita los acontecimientos, López no tiene otro camino más que ingresar en territorio argentino para llegar hasta el Uruguay, que era su único objetivo. Mitre con indignación actuada y desbordante hipocresía se rasga las vestiduras y declara la guerra al Paraguay, por la invasión militar del territorio argentino.

Para los que entonces desconocían los detalles ocultos de los acontecimientos y ante el hecho de la penetración de tropas paraguayas, pudieron ver justificada la indignación del gobierno argentino. Pero cuando posteriormente se conoce el Pacto secreto de la Triple Alianza firmado por los tres países con anterioridad a estos hechos, más la inequívoca intención de López de ir en defensa del Uruguay, le resta todo respeto y consideración a la actitud argentina asumida por decisión de su gobierno, de manera aviesa.

Sin embargo, se levantaron voces de genuinos representantes de la opinión pública que veían con claridad la injusticia de la traición ventajera y cobarde de los tres gobiernos.

Protestas como la de Juan Bautista Alberdi, José Hernández, Carlos Guido y Spano, los caudillos de masas que se negaron a ir a la guerra y muchos más, reconfortan y dejan a salvo el honor del pueblo argentino quien hablaba con ésas voces expresando su indignación. Ellas redimen a un pueblo que no aceptó la guerra, pero cubre aun más de ignominia y responsabilidad a su gobierno que siguió durante 5 años la masacre y el exterminio de toda la población, incluyendo sus mujeres, los ancianos y los niños.

Sus huestes mercenarias alentadas y hostigadas permanente  por el estipendio y las manifestaciones petulantes e impías de su presidente  Domingo Faustino Sarmiento quien sin disimulos manifestaba su desprecio y crueldad hacia ese pueblo devenido en ejercito al que no pudo doblegar, decía sin ambages: “... aún quedan unos pocos que morirán bajo las patas de nuestros caballos... ...No llama a compasión ese pueblo rebaño de lobos”, o su otra expresión más canalla aún “... a los paraguayos hay que matarlos en el vientre de sus madres”.

Ya la guerra estaba terminada, los aliados tomaron Asunción, nombraron un gobierno sometido y elegido por ellos con paraguayos traidores que habían llevado consigo en sus barcos para la invasión.

Continuaron luego, inútil ya,  la matanza de un pueblo que honrando su decisión prefirió morir a darse por vencido; pero ellos junto a sus infames aliados no pudieron alzarse con la victoria porque al Paraguay no lo vencieron, ¡lo mataron!,  y matar al enemigo ya superado e indefenso no es victoria sino asesinato.

Pelear contra niños, mujeres y ancianos, con  ventajas y hasta el exterminio, es honorable y glorioso solamente para los muertos víctimas del crimen de lesa humanidad que con toda impunidad los argentinos, los brasileños y los uruguayos, conscientes plenos y sin conmiseración, llevaron hasta el final en su macabra e inhumana decisión de eliminar a un pueblo heroico, al que no le asustó la muerte.

Ofender la memoria de mi pueblo en la persona de su máxima autoridad y representación, no tiene disculpa con ninguna excusa.

Comparar al mariscal con Hitler tiene una perfidia imperdonable. El editorialista del diario La Nación no puede alegar desconocimiento o ignorancia. 

Hitler exterminó judíos y los persiguió hasta morir, invadió países vecinos, intentó imponer una ideología y someter al mundo. El mariscal López y la nación paraguaya nunca tuvieron intenciones expansionistas  con ninguna excusa, jamás ha objetado la presencia de ningún semejante por su  raza, religión, condición o procedencia, fue y es cauto, moderado y hasta resignado ante el fracaso de imponer sus derechos y disputar sus posesiones frente a la ambición de los vecinos, como lo es hasta el presente.

Siempre ha sido atacado y despojado a lo largo de toda su historia y en la guerra del 70 ha sido masacrado sin piedad hasta el exterminio. Hitler atacó a los países de su entorno. López defendió al suyo del ataque y la ambición de sus vecinos. Hitler se suicidó. A López lo mataron porque no pudieron doblegarlo.

Alemania se entregó y se declaró derrotada. Al Paraguay nunca lo vencieron, lo eliminaron. No se rindieron; por eso los cobardes invasores no ganaron la guerra. El  Paraguay no se entregó. ¡Terminó la guerra cuando el Paraguay murió!

Finalmente el ignominioso comentario del diario La Nación aclara: que los Ministerios de Educación de los países involucrados “han decidido morigerar los términos ríspidos de la historia como para disimular los enconos”.

¡Absurda pretensión de inicuos continuadores sin arrepentimiento de hechos injustificables del pasado!

¿Qué significa esto?
¿Ocultar la masacre de niños en Acosta Ñu, quemados en vida y degollados?
¿Obviar la mención de la quema del Hospital de Sangre de Piribebuy?
¿No mencionar el asesinato absurdo y ruin de Pedro Pablo Caballero y de los defensores de Piribebuy?
¿El saqueo de Asunción? ¿No considerar el despojo y desmembramiento del territorio del Paraguay luego de la guerra, concretado con el acuerdo cómplice del gobierno compuesto por traidores legionarios nombrados por los mismos invasores y al efecto, los que llegaron con ellos desde Buenos Aires?
¿Afirmar que nuestra Región Oriental terminaba en el Rio Apa al Norte y nuestro Chaco al sur en el río Pilcomayo y que así fue siempre desde tiempos remotos?
¿No contar a  nuestros niños que si no fuera por la mediación del Presidente Rutherford Hayes de los Estados Unidos todo nuestro Chaco hubiera sido arrebatado por la Argentina?
¿Y que ésta sin más remedio y a duras penas, por la tremenda presión que significaba el acatamiento del fallo arbitral tuvo que conformarse únicamente con despojar al Paraguay y apoderarse del territorio que hoy le llaman Formosa?
¿Disimular y no contarle a nuestros hijos que incendiaron y destruyeron las industrias de la nación, arrasaron con las fundiciones de Ibycui, e hicieron todo lo necesario para que el Paraguay se sumiera en la miseria y en la imposibilidad de recuperarse sin ninguna necesidad y de manera inútil para ellos?
Y por último: ¿debemos negar acaso, que frente a una sola víctima, para sentirse fuertes, reunir coraje, tres cobardes gobiernos se juntaron para salir de caza, asaltar al Paraguay y buscar un botín?

Hoy más que nunca y frente a los hechos actuales, con esta provocación que reaviva mi memoria y me llena de indignación, creo firmemente que de manera oficial y pública, como una vez lo hiciera, con humildad, el papa Paulo VI por la Inquisición que causó tanta muerte y sufrimiento, la Argentina debe reconocer la injuria y pedir perdón al Paraguay por el irreparable crimen.

Pero el arrepentimiento y la súplica del perdón carecen de valor si se limita solamente a su invocación; eso no le confiere  más que un mérito formal a la aceptación de una verdad difícil de rebatir y ocultar.

Para que sea otorgada la absolución debe cumplirse tres condiciones por parte de quien la implora: El reconocimiento de la culpa; el propósito de enmienda y la reparación del daño ocasionado.

El reconocimiento lejos está de la aceptación por parte de algunos como se evidencia en el artículo del diario La Nación de Buenos Aires.

El propósito de enmienda se halla tan distante de su cumplimiento como aquel, evidenciado en la pertinaz conducta del apoderamiento de nuestros recursos que tiene y luce el mismo ímpetu destructivo de la masacre de la Triple Alianza, en esta nueva guerra sin balas, por las represas de Yasyretá e Itaipú, con los mismos invasores de entonces: Argentina y Brasil.
Y la reparación del daño está más lejos todavía. El despojo que amputó nuestro territorio, concretado vilmente cuando los que defendieron la integridad y la honra de la nación, que eran los únicos que podían oponerse, ya no pudieron porque sus cadáveres aún frescos estaban caídos en el callejón de sangre que corre desde Paso Pucú hasta Cerro Corá, y no podían levantarse para gritarles la injusticia del despojo inicuo...  ¡Eso merece reparación!

Considerando, entre otros, la intencional aniquilación de la guerra consumada por tres “valientes” aliados, con el propósito de apoderamiento y exterminio de su pueblo; la destrucción de sus recursos y  la complicidad de traidores legionarios que avalaron con su complacencia los despojos. Concluyo con convencimiento honrado y absoluto:

Si la Argentina tiene suficientes razones, el Paraguay tiene mayor cantidad de argumentos para reclamar la restitución de los territorios arrebatados que las que tiene la Argentina para demandar a Inglaterra las Malvinas.

Aprecio a esta nación en la que vivo, pero a la Nación Argentina que me reconforta, la de Juan Bautista Alberdi y la de los nombrados más arriba, a la de los caudillos de la provincias que se opusieron a la guerra, a la de los que pidieron justicia, e incluyo entre esos nombres a José María Rosas, a García Mellid, historiadores argentinos contemporáneos. Agrego a esta lista a la presidente electa de los argentinos: Sra. Cristina Fernández de Kischner que alivia con su gesto y con la claridad de su expresión el dolor memorioso e imborrable de mi pueblo.”

Rubén Luces León, médico paraguayo
residente en la ciudad de Buenos Aires, Argentina.
20 de diciembre de 2007.

Cierro este artículo con estas perlas que ilustran la “hazaña” de Uruguay, Argentina y Brasil contra los hermanos paraguayos:

·         La Guerra de la Triple Alianza o Guerra Grande fue el mayor conflicto bélico de la historia del subcontinente sudamericano. El Imperio Británico fue quien propició, incitó y financió la destrucción del Paraguay que al inicio de la guerra contaba con, aproximadamente, 1.525.000 habitantes. Al terminar el genocidio, la población paraguaya se redujo a 221.000 personas, de los que solamente unos 28.000 eran hombres. Según otras fuentes, murieron cinco sextas partes de su población. Otros historiadores, como el argentino Felipe Pigna, ajustan estas cifras a 1.300.000 habitantes antes de la guerra, quedando reducida a 300.000 después de la misma, la mayoría niños y mujeres.

·         Las tropas brasileñas ocuparon el país hasta 1874. Paraguay perdió gran parte de su territorio (169.174 km² casi la superficie de Uruguay) y fue obligado a pagar una abultada indemnización de guerra que además de dinero supuso la confiscación del ferrocarril y las líneas de telégrafos como medio de pago. Al concluir la guerra la industria se había desvanecido por completo, la educación pública gratuita desapareció y las llamadas "estancias de la patria", que suministraban alimentos a la población, desaparecieron de igual manera. Aquel ejemplo de desarrollo independiente desapareció para siempre.
                                                      Francisco Solano López