viernes, 27 de abril de 2012

¡Los Olimareños en Michoacán!

Quienes nacimos en el interior hace más de 50 años, sin televisión, sin internet  y con pocas estaciones de radio para oír (en Minas apenas había dos radiodifusoras: Radio Lavalleja y Emisora del Este) éramos atrapados por la música folklórica que transmitía Radio Rural, estación de triste recuerdos porque fue una de las tantas que incitaron y defendieron con sus comentaristas al golpe de estado de 1973. Sin embargo, en la mañana temprano difundía música folklórica uruguaya y argentina con la incomparable voz de la arachana (gentilicio de los nacidos en el departamento de Cerro Largo, Uruguay) Amalia de la Vega, los argentinos Antonio Tormo, Los Trovadores de Cuyo, Atahualpa Yupanqui y Eduardo Falú.
Amalia de la Vega, nacida María Celia Martínez Fernández en la ciudad de Melo en 1919 y fallecida en el año 2000, ha sido en mi opinión la mayor figura del canto popular uruguayo e injustamente relegada por muchos años después de recuperada la democracia. Además de contar con una voz privilegiadamente clara y afinada interpretó muchas formas musicales uruguayas que hoy casi no se oyen, como los estilos, tristes, cifras, cielitos, gatos, huellas y vidalitas, entre otras, que eran del gusto de la gente del interior del país.
Los citados argentinos aportaron una copiosa discografía de sus aires y ritmos que no forman parte del folklor uruguayo (zambas, chacareras, cuecas, entre otros) pero que fueron y aún hoy son interpretados por los cantantes al oriente del Río Uruguay.
Pero un buen día de 1962 aparece un dúo de canaritos[i] de Treinta y Tres (departamento del este de Uruguay) que tomaron el nombre de “Los Olimareños” por el río Olimar que pasa por su terruño, y refrescan la música rural uruguaya con canciones del maestro Ruben Lena y del salteño Víctor Lima. Así se sucedieron chamarritas, milongas, polcas, serraneras  y las curiosas e infaltables canciones llaneras de origen venezolano tan lejanas al Uruguay pero que impuso este dúo formado por Pepe Guerra y Braulio López.


Verdadera sensación causaron Los Olimareños en los uruguayos durante los años 60´s y principios de los 70´s hasta que la dictadura militar los prohibió, aunque –curiosamente– la madrugada del 27 de junio de 1973 utilizó algunas de sus canciones para enlazar a todas las estaciones de radio del país y anunciar el tristemente célebre golpe de estado. Nacía sola la dictadura. No tenía cantantes que la acompañaran y le dieran un marco de dignidad a lo indigno. Asombrados del cinismo militar amanecimos esa mañana con las voces de Pepe y Braulio interpretando “A Don José”, canción artiguista de Ruben Lena.
Pasaron los años y el exilio desparramó a un montón de uruguayos por el mundo, entre ellos a Los Olimareños que iniciados los 80´s fueron a dar a México sin que –en mi caso– me enterara de su arribo al país azteca. Por ello casi me infarto cuando veo pegado en un muro de la Ciudad de Lázaro Cárdenas, Michoacán, un poster anunciando una presentación del dúo uruguayo Los Olimareños.


No podía creer que a 750 kilómetros de la Ciudad de México, en aquel pueblo olvidado de Michoacán, se presentara este dúo tan significativo para los uruguayos y tan admirado por mí. Aquellos humildes cantores de pueblo pero que arrastraban multitudes en Uruguay ¡los íbamos a tener en Lázaro Cárdenas! Iba a ser un encuentro muy especial porque un pedacito tan querido de nuestro Uruguay llegaba a ese lugar sin televisión, casi sin radio, sin internet y casi sin teléfonos.
No está de más recordar que en 1981 el contacto con Uruguay desde México era escasísimo y mucho más desde ese puerto del Pacífico mexicano. Todo se circunscribía a lo que podíamos escuchar en alguna emisora internacional de onda corta (Radio Moscú, Radio Habana y alguna triste mención de la BBC de Londres), que captábamos con una larga antena instalada en la azotea de la casa. Cuando íbamos a la Ciudad de México, a través de los compañeros que allí vivían, nos enterábamos de algo más. Si asistíamos a la embajada uruguaya en la capital azteca para solicitar algún trámite nos recordaban puntual y del mal modo que éramos parias y no teníamos derecho a nada porque no éramos ciudadanos uruguayos. Ya rechazados mendigábamos algún diario viejo para leer algo del paisito y muy pocas veces y de mala gana nos daban la sección de avisos clasificados de El País que devorábamos para encontrarnos con nombres de calles, barrios, empresas, comercios conocidos y soñar con el regreso. Cuánto odiábamos a esos funcionarios uruguayos representantes de la dictadura militar y cuánto me molesta hoy ver alguna que quedó en la actual embajada que ahora es muy amable y simpática…

Público en el Estadio Centenario de Montevideo escuchando a Los Olimareños.

Por todo esto se entenderá que encontrarse con Los Olimareños en un lugar tan lejano de todo era un milagro que no esperábamos. Y allí estábamos las dos únicas familias de exiliados uruguayos del puerto sentados en primerísima fila, pegaditos al escenario de aquel parque al aire libre, a la sombra de enormes parotas, esperando al famosísimo dúo. Lamentablemente no había nadie más… Ni una persona más que fuera a escucharlo, salvo un par de muchachos que se encargaba del sonido. Amigo lector, si usted es uruguayo le costará entender que a Los Olimareños nadie los fuera a escuchar, pero si es mexicano no necesito decirle que en México eran prácticamente desconocidos y mucho más en ese lejano puerto.
No crean que nos desanimamos; ni ellos ni nosotros. Los invitamos a nuestra casa y a la sombra de los almendros y ya preparando un fuego para un asadito, nos sacamos el gusto de oírlos cantar y charlar hasta el cansancio. La sencillez, bonhomía y generosidad de Pepe y Braulio nos empaparon de inimaginables sentimientos de nostalgia por nuestra patria distante.
Quizá algún lector joven no entienda de manera cabal lo que sentíamos en esos años, porque hoy es tan fácil acceder a través del internet a cualquier información, estaciones de radio, diarios y hasta hablar con la familia por Skype que han hecho cambiar dramáticamente las distancias. Por ejemplo, y a pesar de tener una antena de onda corta muy bien hecha y de un espíritu diexista[ii] empecinado jamás pude oír nada de Uruguay o Argentina. Unas pocas veces pudimos escuchar una radio brasileña trasmitiendo fútbol y nos quedábamos embobados con ello.
El mate, ese amigo inseparable, se transformó en algo muy lejano, porque con muchas dificultades se conseguía yerba mate argentina en la Ciudad de México exclusivamente. En Lázaro Cárdenas metíamos un montón de yuyos (hierbas) locales en un vaso y nos hacíamos una infusión que tomábamos con bombilla (especie de popote metálico para tomar mate) para no perder la costumbre.
Pero volvamos con Los Olimareños. Pepe y Braulio nos comentaron que regresarían al DF en un par de días así que teníamos tiempo para invitarlos a ir a la playa y a pescar en la escollera que estaba en la desembocadura del Río Balsas en el mar.

A la izquierda se aprecia la escollera.

–¿Y vos Pepe, sabés pescar?
–Ah claro que sí. Pero mirá que Braulio no sabe ni agarrar una caña, eh.
Nos instalamos en la escollera con las cañas e inmediatamente vimos que Pepe sabía del negocio y tiraba muy bien el reel. Braulio era un desastre y al primer tiro se le hizo una galleta bárbara (enredo de la línea en el carrete) y mientras le ayudamos a desenredarla ya tenía un pescado enganchado. Al segundo tiro, lo mismo, otro fenomenal enredo pero ahora enganchó dos pescados a la vez. Pepe miraba aquello y no lo podía entender. Recogía su reel y tiraba cerquita de donde Braulio lograba mal lanzar y nada…
Para evitar enredos y demoras le encarnábamos y tirábamos la caña a Braulio y no hacía más que recoger uno o dos pescados por tiro. Pepe… nada. Mascullaba bronca nomás...
Pero nosotros, amigo lector, ¿qué podíamos decir? Estábamos encantados de tener aquellos increíbles compañeros de pesca que nos hicieron sentir cerquita a la patria que estaba tan lejos al sur.


Este es mi pueblo (Carlos Puebla)

Milonga del fusilado (Carlos Ma. Gutiérrez – Pepe Guerra)


[i] Expresión uruguaya muy usada en Montevideo para designar a los habitantes del interior del país. Proviene de los emigrantes de las Islas Canarias que la mayoría se asentaron fuera del departamento de Montevideo.

[ii] Diexismo es la afición de escuchar radioemisoras lejanas o exóticas. El nombre proviene de las siglas DX, donde la D significa distancia y la X, incógnita.