martes, 11 de enero de 2011

Ante un nuevo aniversario de su muerte, cuatro breves apuntes sobre Alfredo Zitarrosa

Cuando uno escucha a Zitarrosa siente cantar a un hombre de campo: voz con acento de paisano(1), canciones camperas (milongas, estilos, cifras, chamarritas) y una indudable intención de canario(2) en el decir las cosas. Sin embargo en cualquier trazo biográfico del cantor aparece que era montevideano y que nunca vivió en el interior del país. Eso es cierto, pero Zitarrosa vivió en realidad en un medio rural, estuvo en contacto con gente de campo y mamó lo criollo(3). Es que pasó varios años en la casa de la calle Betete No. 241 del pueblo Santiago Vázquez y quien haya pasado alguna vez por ahí recordará que pese a estar en los límites del Departamento de Montevideo es aún hoy un lugar muy cercano a lo rural.
            Santiago Vázquez, también conocido como la Barra de Santa Lucía, está sobre la ruta 1 que comunica con los Departamentos de San José y Colonia. Hoy es una pequeña población que aún mantiene sus almacenes de campaña con viejos pisos de madera, estanterías mil veces pintadas y mostradores de madera pulida de tanto recostarse. Una buena parte de las casas son de techo de zinc con cielo raso de duela amachimbrada. Las calles, muy pocas pavimentadas, algunas de piedra y muchas de tierra. Paisanos a caballo todavía paran en algún viejo y oscuro boliche a tomarse una caña o una grapa. Hacia Montevideo (me refiero a la ciudad que está rodeada por el departamento del mismo nombre) hay una buena cantidad de kilómetros que atraviesan campos, viñedos, quintas y chacras. Hacia el oeste, mojando con sus aguas al pueblo, está el majestuoso río Santa Lucía y el hermoso puente de la ruta 1 que son señales de límites departamentales (ahí comienza San José).
            La calle Betete corre paralela a la calle principal del pueblo dos cuadras al norte, está empedrada y sombreada en verano por añosos paraísos. En el número 241 hoy vive una familia que recibió orgullosa al otrora Intendente de Montevideo, Arq. Mariano Arana, quien colocó una placa recordatoria en el lugar donde viviera el mayor cantante uruguayo.


Fotografía: Mónica Berlingeri
                                                                      
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            No recuerdo con precisión en qué año –quizás 1979– se organizó una presentación artística de las Jornadas de la Cultura Uruguaya en el Exilio en el Museo del Chopo de la Universidad Nacional Autónoma de México en la capital azteca. Creo que participó el poeta Saúl Ibargoyen, el grupo mexicano Víctor Jara (integrado en esa época por Eugenia León) y como cierre la participación de Zitarrosa. Metido por ahí me tocaba a mí interpretar música latinoamericana en guitarra.
            En una antesala calentábamos dedos los guitarristas cuando aparece Zitarrosa. Me sorprendió su amabilidad y el trato tan cálido que tuvo para conmigo. Inmediatamente se interesó por mi guitarra (actitud típica de todo guitarrero) alabando su buen sonido.
–¡Pero che, qué bien suena! A mí me robaron mi guitarra cuando estaba en un hotel– me comentó todavía afligido. –¡Y era una Fleta ...! ¡Nunca podré tener una igual! ¿Me dejás pulsar la tuya?
Zitarrosa tomó mi guitarra argentina Yacopi y con cierta torpeza milongueó un poco y con mucha sencillez y modestia me dijo: “¡Linda guitarra! En tus manos se luce más. Tomá, tomá. Tocá vos.”

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            No he conocido ningún cantante uruguayo que solo haya llenado el Auditorio Nacional de la Ciudad de México a excepción de Alfredo Zitarrosa. No es sencillo meter casi 9500 personas en un hermoso auditorio que es orgullo de todo un país. A lo largo de los años he visto fracasar a muchos artistas en ese intento, pero Alfredo lo lograba y no una sola vez. Tenía un vínculo tan fuerte con los mexicanos que sus promotores no dudaban en meter publicidad de sus conciertos en el propio metro(4) del Distrito Federal, donde los sectores populares utilizan este servicio tan preciado. En pocas palabras, Zitarrosa no era solamente un fenómeno de clase media ilustrada, sino un cantante verdaderamente popular. Tenía un enorme ejército de admiradores que enterados de sus giras por la provincia mexicana lo seguían para no perderse una actuación.
            Precisamente en una presentación por el interior de México el público lo seguía con toda atención y no faltaban los gritos de quienes querían oír tal o cual canción, a los que Alfredo complacía con toda deferencia. Sin embargo un mexicano gritaba “¡La deuda, Alfredo, La deuda!” y no lograba que Zitarrosa lo complaciera. El flaco, como le decían sus amigos, consultaba con sus guitarristas ante cada grito de “La deuda” de qué canción se trataba. Los músicos que le acompañaban se miraban entre ellos y no lograban acordarse de ninguna canción que hablara de esa dichosa deuda.
            El admirador mexicano no aflojaba y como veía que se iba a terminar el concierto redoblaba los gritos de “¡La deuda, Alfredo, por favor!”
            Medio fastidiado por no conocer la canción solicitada, Alfredo micrófono en mano encara al solicitante y le suelta:
–Hermano, ¿qué me estás pidiendo? yo no canto ninguna canción sobre la deuda.
–Cómo no Alfredo, esa que dice “No te olvidés del pago si te vas pa´la ciudad…”
            Estallan las risas de Zitarrosa y sus guitarristas y de una parte del público que sabía el otro significado de la palabra “pago” en el Río de la Plata; es decir el pago como lugar en el que ha nacido o está arraigada una persona.

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Fue verdaderamente terrible la muerte de Zitarrosa. Por lo temprana y por lo estúpida. Una atención médica con diagnóstico correcto y a tiempo (¿es mucho pedir?) habría mantenido con vida al cantante uruguayo.
            Una persona muy allegada a mí y que trabajaba en ese momento en una mutualista cuyo nombre mejor no acordarme, me relató que Alfredo ingresó el 17 de enero de 1989 a esa institución con molestias y dolores en el vientre. El médico de guardia se desnortea y quien sabe qué cosa diagnostica. Pero no se da cuenta que estaba ante un cuadro de infarto en la arteria mesentérica (principal vaso que irriga al paquete intestinal). Pero... “¡Caramba, usted no ha pagado su cuota mensual y debe tantos meses!” Los eficientes administrativos de la mutualista afortunadamente estaban atentos y no iban a dejar pasar tamaño pecado. Aparentemente Zitarrosa no tenía en el momento el dinero y así se sella la suerte del cantor...
            Comienza el viacrucis burocrático (léase despiadado) del sistema de salud uruguayo de aquellos años y de esa mutualista en particular.
–¿Qué hacemos? No tiene los últimos recibos pagados.
–Ah no m’hijita, así no se le puede atender. ¿Qué, vos te hacés responsable ante la Dirección?
–Bueno, después de todo tiene un dolor de barriga y nada más, ¿no?
            La falta de oxígeno que provee la sangre a través de la arteria mesentérica a los metros de intestinos no espera por trámites ni diagnósticos correctos.
            Enterado de la situación el desaparecido senador José Germán Araújo ofrece pagar las cuotas atrasadas. Pero ya era tarde. Zitarrosa muere temprana y estúpidamente ese mismo día por error médico y falta de atención oportuna.
Con él muere un tipo de cantante casi único en el Uruguay y con pocos antecedentes en el Río de la Plata. Él era ese cantante solista acompañado por dos o tres guitarras, siempre de traje y corbata, con imagen más de tanguero que de intérprete de música folklórica.
¿Se acuerda usted de algún otro cantante de este estilo que haya trascendido en el Río de la Plata? Sí, un argentino de hermosísima voz: Antonio Tormo; y una extraordinaria cantante uruguaya, oriunda de Melo: Amalia de la Vega.
           
                                                                                              Cédar Viglietti

 
(1)    El vocablo paisano es utilizado en Uruguay para designar al hombre de campo, a diferencia de México que significa compatriota o connacional.
(2)    Canario voz uruguaya para designar a la gente “de afuera”, que no es de Montevideo. Proviene de los antiguos emigrantes de las Islas Canarias que se establecieron fuera de los límites de la capital uruguaya.
(3)    Criollo en Uruguay significa nativo del país, autóctono. En México designa al hijo del extranjero nacido en el país.
(4)    Transporte colectivo subterráneo.