Conocí a Jesús Mora Luna en Ciudad Sahagún en 1976 cuando se organizaban clases de música, pintura, juegos de niños y muchas actividades más.
Recién llegado de Uruguay, en
calidad de refugiado político, no conocía nada de México, de su cultura,
costumbres, del uso de muchas palabras derivadas de las lenguas indígenas. En resumen,
nada sabía del “México profundo”, al decir de Guillermo Bonfil Batalla.
Pero tuve un gran maestro que
dedicó mucho tiempo en enseñarme sobre México y su gente: ese fue Jesús Mora
Luna, Chucho, como siempre le dije.
Trabajamos juntos y disfrutamos
de nuestros trabajos hasta casi julio de 1980 en el Centro de Desarrollo para
la Comunidad. Allí, se forjó una amistad inalterable para toda la vida, a pesar
de no ser posible comunicarnos por mucho tiempo.
El día 7 de julio pasado, su hijo
Josué y dos amigas sahagunenses, me dieron la mala nueva de su fallecimiento.
Tremendo golpe recibí a pesar de que Chucho ya llevaba mucho tiempo luchando
por su vida en un hospital, y que las noticias que me daba su hijo mayor,
durante ese período, no fueran alentadoras.
Chucho, al frente del Centro de
Desarrollo, centró su vida –fundamentalmente– en la pintura y en apoyar a la
gente con inquietudes artísticas. Una inquebrantable vocación docente lo llevó
a ser insustituible en las actividades culturales de Cd. Sahagún y en dejar una
imborrable huella.
Siempre sonriente, amable,
sensible y cálido, me explicaba cómo agarrar un taco, a diferenciar los
distintos chiles, a probar por primera vez la típica barbacoa del estado de
Hidalgo. “No, no, Cédar. No digas esa palabra que en México es una grosería.”
Así me dijo muchas veces soltando una carcajada por mi torpeza.
¡Cuántas veces me llevó a su casa
a comer juntos! Sonia, su inseparable esposa, le dejaba alimentos preparados
que compartía generosamente conmigo y con su pequeño hijo Josué. Algunas veces
me acompañaba al comedor de la Constructora Nacional de Carros de Ferrocarril,
empresa a la que estábamos adscritos pero comisionados al Centro de Desarrollo.
En mi blog se encontrarán muchas
palabras dedicadas a Chucho, como en el artículo “El Centro de Desarrollo para
la Comunidad y el Centro Guitarrístico Agustín Barrios”: https://cedarviglietti.blogspot.com/search?q=El+Centro+de+desarrollo
“Un buen amigo hidalguense (nacido en
el estado de Hidalgo) y magnífico artista plástico, Jesús Mora Luna, me llevó
en una oportunidad hasta una planta de maguey y con un tallo seco de cebada, a
modo de pajita o popote, me enseñó a absorber directamente de la planta el
aguamiel de rico sabor.
Precisamente en esa oportunidad oí el
sonido de instrumentos de aliento en medio del campo y vi una pequeña crucecita
asomarse rítmicamente detrás de una pequeña loma. Sorprendido por la música
campirana y aquella cruz, le pregunté a Chucho qué era aquello.
–Seguramente un entierro– me contestó
con mucha naturalidad.
Efectivamente, al ir asomando la gente detrás de la loma, apareció un niño de unos diez años llevando una larga cruz que abría paso a la marcha de familiares y amigos que caminaban detrás de un muchachito de unos quince años que cargaba una pequeña cajita de madera pintada de blanco y adornada con tela del mismo color. Era un pequeño niño el muertito (en México siempre se utiliza el diminutivo para hablar con respeto, delicadeza o cariño) y era llevado con música hasta un panteón cercano en medio del campo.”
Chucho me explicó detalladamente
sobre las costumbres fúnebres en el campo mexicano…
Algunas veces lo acompañé
mientras pintaba un nuevo cuadro en el paisaje casi todo el año seco (salvo en
temporada de lluvias). De esa época me regaló esta pintura con fecha de 1979:
Jamás abandoné esta preciosa pintura –a pesar de los rayones producidos por los viajes– que refleja fielmente aquellos llanos de Apan que tanto me marcaron. La llevé a finales de 1980 a Lázaro Cárdenas, Michoacán, donde viví y di clases durante cuatro años. Nuevamente la traje a Toluca en 1984. En 1985 regresé a Uruguay al término de la dictadura, y la pintura de Chucho me acompañó. Regresé a México en 1990 y la pintura lo hizo conmigo…
En oportunidad de visitar nuestra
casa con su esposa e hijo menor, Jesús, vio en mi estudio la vieja pintura que
me regalara y me preguntó cómo, a casi cuarenta años, tenía aún ese cuadro. No
olvido su comentario entre risas: “Qué mal pintaba en esa época…”
Hace un tiempo atrás, a
invitación de Chucho, participé en el año 2015 con mi guitarra en la
inauguración de una de sus exposiciones en la ciudad de Pachuca, Hgo.
En oportunidad de esta exposición, me obsequió este nuevo cuadro con fecha de 2014, que iluminó mi casa:
Ahora, el paisaje hidalguense se
llenaba de colores por la temporada de lluvias y reflejaba un cambio notorio en
la paleta de Chucho y en la ampliación y atención detallada de sus cielos con
las infaltables nubes.
Se adelantó un gran amigo, pero
su bonhomía, su carácter siempre alegre y positivo, su don de maestro, su
herencia familiar –su esposa Sonia y sus hijos Josué y Jesús– que deja en esta
vida y su valiosa obra pictórica, nos acompañan y nos guían en el camino para
intentar ser como él: un gran ser humano.
1 comentario:
Gracias por tus recuerdos y palabras, yo fui una de esos niños que participé en el Centro de Desarrollo en aquella época, hasta siempre Chucho, saludos
Publicar un comentario