En noviembre pasado el Semanario Arequita de la ciudad de Minas (Uruguay) me realizó una amable y generosa entrevista que salió publicada íntegramente en sus páginas. Debo confesar que solamente por la intervención muy afectuosa de mi ahijado putativo, Ernesto Cesar, pudo ser posible que ese semanario perdiera el tiempo en mi persona. Pero también debo confesar que me encantó la posibilidad de dirigirme a los lectores minuanos por lo que no dudé ni tantito en responder las preguntas del referido semanario.
Las numerosas preguntas me dieron oportunidad de hablar de muchos temas entre los que destaco mi relación con Minas. Por ello me permito incluir en esta página tres preguntas del Semanario Arequita y mis respuestas a cada una de ellas.
-¿Cómo transcurrió tu vida en Minas? ¿A qué escuela concurriste? ¿La barra de amigos?
La primera casa que viví estaba muy cerca del arroyo San Francisco, en un paso que se llamaba Paso de Arrospide, cerca de la salida a la ruta 60. Luego vivimos en el barrio Olímpico en la calle España Republicana y Guernica. A los 3 años nos mudamos al querido barrio Las Delicias, en un chalet pegado a la capilla Santa Teresita en la calle Garibaldi frente a la plazoleta Barón de Río Branco. Allí viví hasta 1971 que nos mudamos a Montevideo.
Naturalmente fui a la Escuela N° 12 del propio barrio Las Delicias y allí se forjaron las primeras relaciones de amistad con gente muy querida, Heber Terra, Gloria y Belquis Estrada, Carlitos y Alfredo Capricho, Elmer Cesar, Gabriel Di Leone y tantos más que mantengo en mi recuerdo. Quinto y sexto de primaria los hice en la Escuela 25 del “Centro”, como decíamos en el barrio. Extrañé mucho mi vieja escuela Las Delicias y nunca me sentí integrado a esa escuela del centro, aunque recuerdo con mucho cariño a un par de magníficas maestras: María Mirta y Tita Buenafama.
Hago una mención especial a esa barra de amigos de mi barrio Las Delicias porque formamos un grupo muy unido y sano de una juventud que por circunstancias muy diversas hoy no es fácil encontrar. Además de los hermanos Capricho, los Ortega, los Estrada destaco un muy querido amigo que nos dejó hace poco tiempo: Elmer Cesar. Su integridad, su condición natural de líder, su amistad a prueba de todo, su situación de joven humilde y trabajador, fue guía de todos nosotros que teníamos algunos años menos.
-¿Cómo siguieron tus estudios? ¿Cómo te vinculaste al arte? ¿Cuánto influyó tu padre?
A los 8 años comencé a estudiar Solfeo y Teoría de la Música con Silvia Fernández Tabárez (hija del maestro de música Fernández Trías) que estaba integrada en el Conservatorio Wilhelm Kölischer. A los 9 años empecé a estudiar guitarra clásica con mi padre. Terminé el conservatorio con la maestra Nelly Compagnone de Aldrovandi, de donde recuerdo con mucho cariño a su maestra ayudante Gilda. Cinco años estudié guitarra con mi padre hasta que me mandó a estudiar con el maestro Atilio Rapat. Los sábados viajaba en el Expreso Minuano a Montevideo (Avda. Italia y Comercio) a tomar las clases de guitarra con el afamado maestro.
Mientras tanto hice secundaria y preparatorios en el Liceo Eduardo Fabini, donde recuerdo con afecto a profesores de gran valía como Granja, Beba Riccetto de Leiva, Zuleika Ibáñez, Rómulo Cosse y Milton Fornaro.
De niño iba a clases de pintura y cerámica con otro recordado maestro de origen salteño, Casimiro Motta. Un grupo de minuanos –entre ellos mi padre– habían creado un centro de actividades plásticas “Amigos del Arte” que funcionaba en una vieja casona de la calle Garibaldi muy cerca de la cañada Zamora. Allí se reunían artistas plásticos como Wilson Amaral, Julio Cajaraville, Olegario Villalba y Samuel Leiva entre otros. Recuerdo las clases de Motta mientras escuchaba música clásica del SODRE (radioemisora estatal) y los dibujos a lápiz en las paredes de Bach y Vivaldi que el espigado maestro había hecho.
Como puede apreciarse mi vinculación al arte y a la lectura estuvo totalmente influida por mi padre. Capítulo aparte merece el maestro Atilio Rapat quien tuvo una influencia importantísima en mi guitarra y en muchos otros aspectos de la vida por sus conocimientos guitarrísticos y su enorme personalidad.
-¿Has vuelto a Minas? En caso afirmativo, ¿qué sentiste? ¿Con qué Minas te encontraste?
Sí he vuelto. Cada vez que voy a Uruguay (cada año y medio, más o menos) trato de ir a Minas. Como en una especie de rito paso por la Plaza Libertad, camino por el centro, voy a mi barrio y reconozco cada rincón. Me duele no reconocer la gente. No está el Café Oriental, no veo allí a Puchet tomando café, ni al gordo Jorge Diano. Sé que algunos ya nos están entre nosotros, pero otros tampoco están en Minas, como “El Pastilla” Fornaro, o Chury, o ”El Pájaro” Di Leone o Mario Delgado Aparaín o aquellas miss liceo tan bonitas como Raquel Del Campo o Malena Ladós.
Minas es hoy para mí, una fotografía imprecisa, borrosa de aquella Minas donde viví. Recuerdo que en esas épocas, cuando volvíamos de Montevideo en la vieja Fordson del viejo, miraba la sierra a lo lejos y ya me sentía tranquilo, estábamos llegando a casa. Ahora, desde la ruta 8 veo la sierra y me siento lejos y dolorosamente ajeno. Minas está en mi alma y jamás saldrá, pero no es cierto lo que dice Gardel, de que 20 años no es nada; 20 años es muchísimo y más si son 34… Me duele Minas, es como un amor imposible. Le hablo a través de mis cuentos mal escritos en un diálogo bajito entre ella y yo. Lo curioso es que siempre me responde, me coquetea para que le siga escribiendo; pero nunca me da el sí.