El compositor
argentino Abel Fleury nacido en Dolores, Provincia de Buenos Aires, el 5 de
abril de 1903, jugó un papel de primera línea en la música latinoamericana para
guitarra con la creación de piezas basadas en los ritmos folklóricos de su
país. No creo que haya un guitarrista rioplatense que no haya tocado su hermosa
y tan conocida “Milongueo del Ayer” o el “Estilo Pampeano”. Pero fueron muchas más sus composiciones,
entre las cuales destaco la chacarera “Trinos y alas” que Fleury le dedicara a
mi padre.
Guitarrista
dotado de muy buena técnica y sensibilidad en la ejecución, incluía en sus
numerosos conciertos autores “clásicos” como J. S. Bach (del que
interpretaba La Chacona), S. L. Weiss, G. F. Händel, Napoleón
Coste, Francisco Tárrega, Fernando Sor, Mozart o Beethoven entre otros. Así
también fue un gran difusor de la música latinoamericana para guitarra con obras
de los brasileños Heitor Villa-Lobos y Lorenzo Fernándes, del paraguayo Agustín
Barrios, del uruguayo Eduardo Fabini, del
mexicano Manuel M. Ponce
y del boliviano Eduardo Caba.
En
su libro “Origen e historia de la guitarra” (1976) mi padre escribía:
Abel Fleury (1903-1958) logró
sostenida influencia –quizás más que Barrios– en ambas márgenes del Plata; en
tanto el paraguayo prevalecía entre los guitarristas cultos pero no sobre el
resto, el argentino, con su “Estilo Pampeano”, de 1927, y su “Milongueo del
Ayer” del 26, entusiasma tanto a unos como a otros.[…]
[…] Visitamos Fleury en Buenos
Aires, veinte días antes de su muerte. No creía en su próximo fin. Se empeñó
desde la cama, en tocarnos su última milonga, “Garuando”; tan débil estaba que
hubo de bajar como dos tonos la guitarra.
–Cuando me levante, mi primer
concierto lo daré en el Uruguay, tengo una deuda allá: sabiéndome enfermo, del
Centro Guitarrístico me enviaron por adelantado el importe de un concierto.
En realidad se sabía que ya no
podría cruzar más el río… Tiempo después dicho Centro colocó una placa
recordatoria en su tumba en la Chacarita.[…]
Su
partida definitiva al silencio inspiró en el poeta Pedro Boloqui las
siguientes palabras:
Ha muerto más la armonía,
lograda en su arte nativo,
mantiene su nombre vivo,
como un farol en la huella,
nunca el olvido hará mella,
para arrancarlo de aquí.
Y, si dejó tras de sí
tiernos corajes vibrando,
en ellos sigue flotando
el alma de Abel Fleury
El
cáncer terminó con la vida de Fleury el 9 de agosto de 1958 en la ciudad de
Buenos Aires. Los múltiples gastos que había tenido la familia con los cuidados
de la penosa enfermedad de Don Abel, obligaban a su esposa Nelis Guerra (con
tres hijos) a vender una de sus guitarras para medio salir del paso. Así llegó a
Minas, Uruguay, la señora Nelis para ofrecerle a mi padre una de sus guitarras,
un excelente instrumento del vasco radicado en Buenos Aires, José Yacopi.
¿Quién
fue José Yacopi? Fue hijo de un lutier genovés Gamaliel Yacopi (originalmente
este apellido se escribía con i latina) radicado en España en la ciudad
de Vitoria, País Vasco, donde precisamente nació su hijo José el 28 de
diciembre de 1916. Perseguida la familia por los franquistas en España,
partieron para Francia de donde huyeron de los nazis a la Argentina para
radicarse en San Fernando, Provincia de Buenos Aires. Allí se formó José y se
constituyó en unos de los más renombrados lauderos del mundo que tuvo como
clientes a María Luisa Anido, Julian Bream, Irma Costanzo, Eduardo Falú y
Narciso Yepes entre otros. Jose Yacopi fallece
a los casi 90 años de edad el 11 de agosto de 2006, constituyéndose su hijo
Fernando en el continuador de esta dinastía de constructores de instrumentos de
cuerda.
José Yacopi
Fuera
de Argentina resulta muy curiosa la madera que en aros y contratapa, de muchas
de sus guitarras, utilizara José Yacopi: algarrobo negro (Prosopis
nigra),
árbol natural de Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y Uruguay, cuya madera es
dura, densa y muy durable. Pero más
curioso aún es que esta madera no era maciza, sino que era triplay (compensada,
como dicen en Uruguay). Sin embargo el sonido de las guitarras Yacopi es inigualable:
potente, destacándose los bajos que son muy profundos y los agudos aterciopelados
–si cabe esta expresión–.
La
guitarra que adquirió mi padre a la viuda de Fleury fue utilizada inicialmente
por mi madre y posteriormente mi padre me la dejó a mí. Con ella llevo más de
cuarenta años y la música de Abel Fleury sigue sonando en esta parte norte de
Latinoamérica en una de sus guitarras, privilegio que tengo con este
instrumento que me acompaña fielmente.
Adjunto
a esta nota un programa –tesoro que guardo– del concierto que Don Abel diera en
el Centro Democrático de la ciudad de Minas en el año 1957 (el lector
encontrará dos errores de imprenta: donde dice Corte, debe decir Coste; y donde
dice Rauro, debe decir Lauro), así como también una vieja foto que Fleury dedicara
a mis padres y que presidió por muchos años el estudio de guitarra de mi casa
paterna.