Hace un montón grande de años la
radio era la gran herramienta de entretenimiento que no tenía competencia con
otro medio de difusión a pesar de los primeros escarceos de la televisión en
blanco y negro. Escribo de aquellos lejanos años de los inicios de la década de
1960 que con 8 o 9 años de vida me fascinaba escuchar a don Carlos Solé,
magnífico narrador de los partidos de fútbol que transmitía Radio Sarandí los
sábados y domingos. Por influencia de mi padre me hice hincha de aquel maravilloso
Peñarol que –entre otros– formaba con Luis Maidana, William Martínez, Néstor
Goncálvez, Aguerre, Borges, Matosas, Pancho Majewski y el legendario Luis
Alberto Cubilla.
Solé narraba con mucha emoción
las gambetas de Cubilla que se “comía” la pelota y hacía delirar al público. No
podía ver esas moñas exquisitas pero me las imaginaba con lujo de detalles y
disfrutaba las locuras del “Negro” Cubilla a través de la radio.
“Jugó algunos partidos en
reserva, donde deslumbró con sus moñas endiabladas, sus desbordes, su olfato de
gol. Cuando subió a Primera no salió más. Fue campeón uruguayo del ‘59, ‘60 y
‘61, campeón de América en el ‘60 y ‘61 y del Mundo en el ‘61, con Peñarol.
Hizo goles de todos los colores y en partidos importantes. Luego se fue al
Barcelona de España, de allí a River argentino donde fue figura. Restuccia lo
fue a buscar cuando formó aquel gran equipo que quería la Libertadores. Fue campeón
uruguayo varias veces y finalmente campeón de América y del Mundo en 1971. En
su etapa tricolor estaba maduro. Ya no solo era el caprichoso habilidoso que
esperaba una y otra vez al marcador para volverlo a eludir, sino el delantero
de todo el frente de ataque, colocando pases magistrales para que convirtieran
sus compañeros.” (Fragmento de
un artículo de Jorge Pasculli publicado en el diario uruguayo “La República”)
oOo
En 1985 volví a Uruguay del
exilio mexicano y todavía relativamente joven me reintegré a la militancia en
una de las organizaciones juveniles del Frente Amplio donde nuestra “veteranía”
combinaba bien con los jóvenes que salían airosos y combativos de la dictadura
cívico-militar. Vivíamos en aquellos años los primeros desencuentros con el
gobierno de Sanguinetti que hacía lo imposible por ocultar los interminables crímenes
de algunos militares y policías que asolaron el país durante la dictadura. Por
ello se organizaban manifestaciones pidiendo Verdad y Justicia para desentrañar
las acciones cobardes de quienes amparados en su uniformes y armas habían
cometidos múltiples delitos.
Así fue que la Av. Rivera (triste
nombre que recuerda al genocida de la población Charrúa), a la altura de Villa
Dolores (triste lugar donde se localiza un zoológico que ya no debería existir)
fue el escenario de una pequeña manifestación de unos 200 jóvenes que pedíamos
terminar con la impunidad de los uniformados.
oOo
En todos esos años fue destacado integrante
de la Selección. Su jugada más recordada fue aquella pelota que frente a la
URSS robó en la línea en el último minuto del alargue. La robó de atrás,
tirándose al piso. La “cuchareó”, la trajo para adentro y enseguida metió el
centro para que Espárrago la cambiara de palo. Los uruguayos seguían
sorprendiendo al mundo, con jugadores de la audacia indomable de Cubilla.
Todavía le faltaba otro récord. Ser parte
del Defensor ‘76 que cambió la historia. (Idem)
oOo
El entusiasmo de los más jóvenes,
casi niños, era muy grande y marchaban dando voces y tirando pequeños volantes
exigiendo al gobierno colorado que terminara con la complicidad hacia los
terroristas de estado. Un par de “veteranos” cerrábamos la marcha que buscaba
no entorpecer el tránsito por esa recurrida avenida de Montevideo, aunque sí
debían los autos bajar la velocidad para evitar cualquier accidente con los
manifestantes.
De pronto un coche al llegar a la
manifestación acelera dirigiéndose a los primeros muchachos que rápidamente se
hacen a un lado para evitar ser atropellados. Uno de ellos da un manotazo al
capó del auto reclamando con un grito la actitud del automovilista. Una sonora
frenada pone aún más tensión a ese momento ya de por sí tenso. El conductor del
auto se baja intempestivamente con un extintor metálico en la mano, gritando
insultos y amenazas. Rápidamente los “veteranos” nos adelantamos a la cabeza de
la manifestación para calmar a aquel hombre y evitar cualquier incidente.
oOo
Fue un grande dentro de la
cancha. Comenzó siendo un pícaro admirable por sus ocurrencias. Cuando sus
energías menguaron terminó siendo un genio, un titiritero capaz de hacer jugar
maravillosamente a los que corrían por él. Fue un ganador. Y aunque fue un
hombre de familia y amigos, fue un solitario al que le quedó marcada aquella
sonrisa desafiante de botija feliz que te invita a quitarle la pelota… (Idem)
oOo
–¡Hijos de puta! ¡Comunistas de mierda!
¡Los voy a reventar! ¡¿Quién me tocó el auto?!
Al acercarme reconozco al exaltado
señor. ¡Era Luis Cubilla…! Quizás sólo yo lo podía reconocer porque los muy
jovencitos no tenían idea de quién era ese hombre. Aquel admirado jugador de mi
niñez y juventud, aquel hombre que tantas alegrías me había dado a mí y a todos
los peñarolenses, aquel puntero derecho endiablado que llegó a levantarle los
más precisos centros al ecuatoriano Alberto Spencer para que la metiera de
cabeza, ahora se había transformado en un energúmeno que quería agredir a
aquellos chiquilines.
Con dificultades logramos calmarlo hasta
que se subió a su auto y se fue. Seguramente Cubilla no se dio cuenta de mi
desencanto, de la frustración que tenía por encontrarme con tamaña estrella del
fútbol uruguayo pero ahora fuera de sí. Ya no podría ir con mis viejos amigos
de Minas y presumir orgulloso de que había estado con el “Negro” Cubilla. No podía
juntar aquella imagen del atleta joven y de pícara sonrisa que los diarios
difundían con ésta otra imagen de un gordo petiso hecho una furia que en vez de
una pelota de fútbol blandía un extintor.
Descanse en paz aquel formidable
futbolista uruguayo.