No fue suicidio, fue un crimen: "Sometida a diversos tormentos, la detenida falleció"
El juez Penal de 10º Turno, Rolando Vomero, dispuso ayer el procesamiento con prisión del general Miguel Dalmao y el coronel (r) José Nelson Chialanza como "coautores" de un delito de "homicidio muy especialmente agravado", en el marco de la indagatoria penal por el crimen de la militante de la UJC, Nibia Sabalsagaray, el 29 de junio de 1974.
(Fragmento tomado hoy, 9 de noviembre de 2010, de la página web del diario uruguayo La República, http://www.larepublica.com.uy/)
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Nibia Sabalsagaray
Acabo de escribir esta segunda nota sobre los orígenes políticos de mi padre cuando me entero del procesamiento del general Miguel Dalmao, Jefe de la División de Ejército IV con asiento en Minas, y del coronel (retirado) José Nelson Chialanza por el asesinato de la joven maestra de literatura Nibia Sabalzagaray en 1974.
Conocí a Nibia porque fuimos compañeros de militancia en la Unión de la Juventud Comunista (UJC), integrante del Frente Amplio desde su fundación en 1971. Por cierto el Frente Amplio gobierna a la República Oriental del Uruguay desde el año 2005 luego de haber triunfado en dos elecciones democráticas.
El primero de mayo de 1974, en plena dictadura militar, la UJC participaría en una manifestación de los trabajadores en Montevideo en conmemoración de las históricas luchas de la clase obrera. No era fácil manifestarse en aquellos momentos cuando las fuerzas represivas estaban atentas a suprimir cualquier intento de exteriorizar el descontento de la gente ante la falta de democracia.
Se decidió hacer dos manifestaciones simultáneas para evitar concentraciones muy visibles que facilitaran la represión. Una de ellas fue en La Unión, barrio atravesado por la avenida 8 de Octubre, al noreste del centro de la capital uruguaya.
En aquel tiempo yo tenía una pequeña motocicleta que me ayudaba mucho a moverme por la región este de Montevideo y decidí dejarla guardada en la casa de mi abuela paterna que por aquel entonces vivía en la avenida 8 de Octubre y Belén, en pleno barrio de La Unión. Le expliqué a mi abuela que volvería al rato por la moto y que iría a una manifestación a unas 5 o 6 cuadras de allí.
La manifestación fue duramente reprimida con palos, gases y detención de trabajadores y jóvenes en general. En medio de las corridas, buscábamos salir de la avenida 8 de Octubre por calles aledañas pero allí estaban esperándonos las camionetas de la Guardia Metropolitana para atraparnos y subirnos a ellas. Acorralado y gaseado me encuentro con Nibia y Ofelia Fernández, compañeras y muy amigas que con pañuelos trataban de taparse la nariz para no aspirar los gases lacrimógenos. Ellas me preguntan para dónde ir, suponiendo que tendría una respuesta por conocer mucho esa zona. Lo único que se me ocurrió fue volver a 8 de Octubre e ir a la casa de mi abuela a refugiarnos hasta que pasara el disturbio.
Corrimos hasta la avenida nuevamente, sin que nos atraparan porque el operativo policial estaba pensado para detener a los manifestantes que salían a las calles laterales. Llegamos a la casa de mi abuela y entramos como bólidos, tosiendo y con los ojos irritados por el gas. Mi abuela no entendía lo que pasaba y traté de explicarle que la policía no nos dejaba manifestarnos, pero una sordera muy avanzada no ayudaba a comprender mucho lo sucedido. Le presenté a mis compañeras, Ofelia –casi recibida de médico– y Nibia –profesora de literatura– que le dieron sendos besos con gases lacrimógenos…
Mi abuela preparó té con galletitas y pasamos un buen rato charlando con ella. Estaba encantada con las jóvenes que acababa de conocer porque tenían “mucha distinción y fueron muy amables”, así me dijo al otro día que volví a su casa.
Pasado el momento represivo y ya tranquila la zona, Ofelia decidió irse por sus propios medios y yo llevé en la motocicleta a Nibia hasta el barrio Parque Rodó de la ciudad. Fue la última vez que la vi. Menos de dos meses después muere asesinada en el Batallón de Comunicaciones N° 1.
Nibia en primer plano y Ofelia detrás, con el puño en alto. |
Hoy leo en un diario de Uruguay: “En el Ejército, la noticia de los procesamientos (en particular de Dalmao, quien se encuentra en actividad) cayó "muy mal", aseguraron a El País fuentes castrenses.”
¿Qué cayó mal en los militares? Creo, en realidad, que algunos cuadros veteranos del Ejército, pretenden diluir sus responsabilidades en crímenes injustificables desde cualquier punto de vista, en el conjunto de las fuerzas armadas cuya mayoría no participó en aquellos acontecimientos. ¿A quién le puede caer mal que se depuren las fuerzas armadas de integrantes que ensuciaron el uniforme con crímenes atroces? Mi padre, militar del arma de infantería, siempre me enseñó a respetar al Ejército y a sentirse orgulloso de él. Me hablaba del espíritu artiguista de las Fuerzas Armadas (en referencia a José Artigas, héroe nacional fundador del Ejército uruguayo) y, créanme, sentía yo un gran orgullo del uniforme que él llevaba.
Jamás oí de mi padre que Artigas torturara o asesinara a los prisioneros. Recuerdo cuándo me explicó que Artigas dijo, luego de la feroz batalla de Las Piedras contra los españoles, “Clemencia para los vencidos, curad a los heridos”. Tampoco me contó que Artigas esperara a que una mujer embarazada tuviera a su bebé para luego matarla y robarle el hijo. Nunca me dijo que Artigas hiciera desaparecer a los detenidos. Jamás me contó de cobardías tales. Me hablaba de hechos heroicos, del respeto por el enemigo vencido, de la valentía de los soldados orientales (recuerde, amigo lector, que el nombre oficial del país es República Oriental del Uruguay).
Fueron pocos los militares que ensuciaron esa tradición artiguista y que llevaron al resto del Ejército por caminos equivocados que nunca volverán a recorrerse. No importa la cizaña del diario El País, siempre tan mal intencionado y dando espacio a lo poco malo y abyecto que queda dentro de las Fuerzas Armadas sin hacer un comentario condenatorio.
Sépanlo los jóvenes militares uruguayos: Nibia era una hermosa muchacha que jamás portó un arma; que jamás le hizo daño a nadie; que nunca se apropió de un bebé ajeno; que jamás robó en una casa en medio de un allanamiento, que jamás le puso una capucha a nadie para que luego no la reconocieran por algún acto deshonroso.
Y tenía 24 años…
Fueron pocos los militares que ensuciaron esa tradición artiguista y que llevaron al resto del Ejército por caminos equivocados que nunca volverán a recorrerse. No importa la cizaña del diario El País, siempre tan mal intencionado y dando espacio a lo poco malo y abyecto que queda dentro de las Fuerzas Armadas sin hacer un comentario condenatorio.
Sépanlo los jóvenes militares uruguayos: Nibia era una hermosa muchacha que jamás portó un arma; que jamás le hizo daño a nadie; que nunca se apropió de un bebé ajeno; que jamás robó en una casa en medio de un allanamiento, que jamás le puso una capucha a nadie para que luego no la reconocieran por algún acto deshonroso.
Y tenía 24 años…