No tengo dudas que lo que se
hereda no se roba, pero también he aprendido que todo cambia como dice la hermosa canción del chileno Julio Numhauser.
Y a pesar de haber sido cazador mi abuelo Jacinto Viglietti, cazador mi padre y
cazador yo mismo, hoy me he transformado en un ornitófilo que admira y respeta
a las aves. Sin embargo durante los finales de la década de los 50´s y toda la
de los 60´s desarrollé junto a mi padre una intensa actividad de caza de
perdices, martinetas, patos y liebres que en aquella época me fascinaba.
Inicialmente teníamos una
perra mezcla de Setter de nombre “Pinta” que pese a no ser de raza pura medio
servía para cazar perdices por los campos del Departamento de Lavalleja en
Uruguay. Poseedora de un discreto olfato sustituía esta carencia con un intenso
entrenamiento en campos cercanos a la ciudad de Minas que afortunadamente los teníamos
a la mano.
No recuerdo de qué manera mi
padre se vinculó con un señor de curioso nombre, Siul Samot Stratta, que era
presidente del Pointer Club Uruguayo, una institución con mínima organización
pero que criaba a los mejores perros del mundo para olfatear a las perdices y
martinetas. Tiempo más tarde nos enteramos que los nombres Siul Samot provenían
de Luis y Tomás invirtiendo el orden de las letras. Este amigo Siul vio el
trabajo que había hecho mi padre con la perra “Pinta” y nos prometió que nos
regalaría una cachorra Pointer con la condición que la entrenáramos y no
permitiéramos que se cruzara con algún perro sin su autorización.
Así apareció Sporting Select Gacela, una cachorrita
Pointer con pretencioso nombre que abreviamos en “Gala” y que comenzamos a
educarla en la caza de la perdiz chica. Para ilustrar al lector debo aportar
algunos datos sobre esta ave sudamericana cuyo nombre científico es Nothura Maculosa y que en lengua guaraní
se llama inambú. Es un ave mediana,
regordeta, de cuello largo, excelente caminadora. Su vuelo lo realiza
excepcionalmente cuando se siente acorralada, y se trata de un aleteo veloz y
ruidoso porque tiene que vencer con sus cortas alas la gravedad de su pesado cuerpo.
Este vuelo tan
característico asusta a cualquier caminante desprevenido que se sorprende del
ruido que produce. La gente de campo no es sorprendida porque instantes antes
de volar da unos cortos silbidos que anticipan el escándalo del batir de alas.
Vuelo corto (entre 80 y 120 metros), generalmente recto y a baja altura que
intenta prolongar con planeos bamboleantes y torpes.
Habita pastizales en campos
abiertos naturales o cultivados de casi todo el país, desde los alrededores de
Montevideo hasta el extremo norte. Come granos y otros vegetales (hojas
tiernas, brotes); también insectos adultos, crisálidas y orugas. Por su régimen
alimenticio, que incluye semillas de un gran número de malezas e insectos
dañinos, debe considerársele como un ave muy beneficiosa.
Nidifica en la primavera
austral desde septiembre a mayo –lapso en el que hace varias posturas– en el
suelo, junto al pie de alguna mata. Oculta tan bien su nido que resulta muy
difícil descubrirlo. Pone de 4 a 8 huevos brillantes de color chocolate oscuro
uniforme.
La cacería de la perdiz
consiste en que el perro busque e identifique su olor, “marque” su presencia
(adopta una postura rígida de gran atención y cautela) y provoque su vuelo que
es aprovechado por el cazador para tirar con su escopeta y derribarla.
Inmediatamente el perro deberá recogerla muerta y traerla en su boca, sin
morderla, hasta las manos del cazador.
Para comenzar el
entrenamiento de “Gala” mi padre rellenó una vieja calceta con muchas plumas de
perdiz que se transformó en el juguete permanente de la perrita. Después de los
6 meses comenzamos a sacarla al campo a jugar con la pelota de plumas que se la
escondíamos y ella rápidamente hallaba. Poco a poco le quitamos la calceta de
plumas y ella buscaba el olor de la perdiz en el aire. Le reprimíamos cualquier
persecución a otra ave que no fuera perdiz.
Luego venía un ejercicio
bastante duro y cansado para quien escribe estas líneas porque había que
enseñarle a “batir” el campo en zigzag para encontrar el olor (siempre con el
viento de frente) y mi padre aprovechaba mis energías de los 9 o 10 años
atándome el extremo de una cuerda de 25 metros a la cintura y el otro extremo
al collar de la perra. Yo debía tirar de la cuerda cada vez que “Gala”
completara su extensión por la izquierda para llevarla ahora a la derecha y al
completarse este lado volver a jalar para llevarla al otro y no permitirle
alejarse del cazador.
Se escribe sencillo, pero
luego de estos ejercicios con una perra totalmente excitada y fuerte yo quedaba
para el “arrastre” (muerto) como se dice en el argot taurino. Mi padre…
caminaba tranquilo y daba instrucciones, eso sí.
Ahora había que salir con la
escopeta porque la perra demostraba su poderoso olfato y encontraba perdices y
las hacía volar. Debíamos derribarlas para que “Gala” no se frustrara en
correrlas, conmigo de arrastro, claro. Temíamos que con los primeros tiros la
perra se asustara pero era tan grande su excitación que no se espantaba con las
explosiones.
De pronto la perra se
detenía bruscamente y medio agachada se paralizaba “marcando” la presencia de
una perdiz. Había que acariciarla premiando esa actitud y luego de unos pocos
pasos detrás de la perdiz, invisible entre los pastos, sentíamos el silbido que
anticipaba el vuelo y yo debía tirarme al suelo para facilitar que mi padre
efectuara el disparo de su escopeta belga calibre 20 y no me diera a mí.
Si el tiro era bueno y caía
la perdiz la perra se serenaba al encontrarla, pero si se fallaba intentaba
correr tras ella y ¿quién creen ustedes que la detenía a costa de jalones que
quemaban las manos y doblaban la cintura? ¡Adivinaron! El que escribe… Por fin
llegó el momento de sacarla al campo sin la cuerda esperando que obedeciera
cada vez que se le gritaba. Pero “Gala” demostró tener una personalidad muy
independiente y la obediencia no era lo suyo, así que sobraron muchas
oportunidades en que salía corriendo y no hacía caso a nada hasta las cansadas
(mías) en que lograba alcanzarla y traerla atada de la correa.
¡Ay mamita si se encontraba
con una liebre! Comenzaba a correrla sin ninguna posibilidad de alcanzarla y
desaparecía en el horizonte. ¿Quién creen que la iba a buscar a 25,000
kilómetros de distancia en aquel mar de pastos? ¡Volvieron a adivinar! Cuando
lograba traerla con la lengua afuera (la mía) me encontraba con mi viejo
sentado a la sombra de algún arbolito comiendo tangerinas que me decía:
–Bueno… ¿seguimos?
Yo ya no tenía aliento para
contestar pero diga usted que la juventud de entonces hacía milagros.
El viejo era un tirador
discreto que de 10 tiros pegaba 6 o 7, así que yo debía correr tras la perra 3-4
veces cada diez tiros para reprenderla por no obedecer el grito de detenerse y para
que dejara de correr tras el vuelo de la perdiz. Pero con el tiempo empezó a
obedecer (a esa altura yo ya era un corredor consumado) y ¡por fin! a los 9
años Papá me dio una escopeta belga también, calibre 28 (calibre muy pequeño)
que obligaba a tirar inmediatamente que la perdiz emprendiera el vuelo para
evitar que se alejara y el tiro ya no le hiciera nada. Creo que ese calibre tan
pequeño desarrolló mi puntería porque tiempo después mi padre se compró una
escopeta Beretta calibre 16 y me pasó la calibre 20 y yo ya lograba acertar 9
de 10 tiros.
Recuerdo cuando íbamos cerca
del Río Cebollatí a cazar martinetas, especie de perdiz pero mucho más grande y
pesada que vive en los pajonales de zonas muy húmedas. No es sencillo cazar en
estos lugares porque la martineta se mete donde hay paja brava (esa especie de
zacate ornamental en México con filos cortantes) y la perra se tajeaba todo el
hocico de tal manera que teníamos que detenerla un momento para pasarle un trapo
con agua oxigenada y parar la hemorragia. Era verdaderamente difícil tenerla
quieta ante su excitación por buscar las emanaciones de estas aves.
De pronto la perra se
detenía petrificada y a unos pocos metros más adelante levantaba pesadamente
vuelo una gorda martineta que era un blanco más fácil que una perdiz de vuelo
mucho más rápido. Al matarla se complicaba para nosotros y la propia perra
encontrar la pieza porque la paja brava era más alta que cualquier hombre y
ocultaba el lugar donde caía esta ave tan preciada.
La calidad de la perra
“Gala” era tal que Siul Stratta nos invitó a participar en un concurso
sudamericano de caza donde participaban perros Pointer de Argentina, Brasil,
Bolivia, Paraguay y Uruguay. Nuestra perra ganó el primer premio en una
maravillosa demostración que incluyó –accidentalmente– una estampida de ganado
Hereford que al pasar a su lado mientras marcaba una perdiz, ni la inmutó y
continuó su labor de caza. De postre, entre la primera y segunda perdiz (de las
tres que se le otorga para calificarla) se le atraviesa una liebre corriendo y
con mi padre vimos todo perdido porque la perra saldría como tiro corriendo
tras ella y se acabarían allí todas sus posibilidades de obtener un buen
puntaje. Ese día fue la única vez en su vida que “Gala” hizo caso al grito del
viejo que la paró en seco y con ellos sumó muchos puntos por obediencia. La
revista Diana (de caza, tiro, canofilia y pesca) de Argentina la sacó en una
sus portadas como ejemplo de perro de caza. Dicho sea de paso de mí no hicieron
ninguna mención, ni me sacaron fotos…
Es momento oportuno para
recordar a un minuano amigo de mi padre, Samuel “El Vasco” Rodríguez –a la
sazón gerente de la sucursal del Banco Comercial en Minas– que, además de
finísima persona era un magnífico tirador. Con su escopeta Remington calibre 20
(cuando todos los tiradores usaban calibres mayores, 16 y 12, obteniendo
mayores oportunidades de acierto) participó de ese concurso sudamericano
haciendo gala de su extraordinaria puntería y asegurando que cada tiro fuera
una perdiz derribada y evitar así que los perros concursantes corrieran tras la
presa que escapaba.
¡Híjole, manito! Después de
escribir sobre perdices se me despertó el apetito y las ganas de comerme una
perdiz en escabeche, situación imposible en México porque no existe esta ave,
pero se la puede sustituir por una codorniz que es igualmente sabrosa y se
consigue en los mercados. Les comparto una receta uruguaya de Perdices al
Escabeche que si usted se anima a prepararla le encantará:
Ingredientes
para 4 personas:
4
perdices o 4 codornices que en México y seguramente en muchos países se
consiguen.
2
cebollas grandes
4
zanahorias
8
dientes de ajo
8
champiñones
20
granos de pimienta negra
4
hojas de laurel
2
chiles serranos (en el caso de México)
Sal
al gusto
1
taza de aceite de oliva.
1
taza de vinagre de manzana o de vino blanco.
1
taza de agua.
Preparación:
Lavar
bien las perdices y secarlas, freírlas una a una en el aceite de oliva, hasta
que queden doradas, salarlas.
Cortar
las cebollas, las zanahorias, los chiles y el ajo en rodajas finas.
Aprovechar
el aceite de oliva y colocar en camadas, de la siguiente forma:
1º
- Cebolla.
2º
- Laurel, ajo y champiñones.
3º
- 2 perdices.
4º
- Zanahoria y pimienta en grano.
5º
- ½ taza de vinagre.
6º
- Repetir una segunda camada.
Colocar
en fuego lento y tapar la olla, pasados 7 u 8 minutos, poner el agua.
Cuando
la zanahoria esté cocida, está lista la receta.
Dejar
enfriar y guardar en el refrigerador en un recipiente hermético. Ya tiene usted
una magnífica cena fría y ligera.
¡Buen provecho!