LAS COSTAS DE MICHOACÁN Y GUERRERO
Siempre he creído que fui verdaderamente afortunado al conocer estos dos estados vecinos que tienen costas sobre el Pacífico mexicano. Y la única forma de conocer un lugar es vivir en él. No alcanza con pasar unas vacaciones o ser un atento escucha de lo que la gente cuenta o haber leído profusamente la historia y geografía de determinado lugar. El haber vivido varios años en la confluencia de esos estados permite que la piel se impregne de los sabores y olores del lugar, que los ojos se asombren y llenen de colores y formas. También los años vividos allí nos llenaron los oídos de la música regional de sus habitantes y del canto de las aves de la zona.
La vida diaria me hizo compartir la suerte de los lugareños, verdaderamente conocerlos, entender lo que significan las limitaciones de todo tipo que al principio de los años 80´s se vivían en la ciudad y puerto de Lázaro Cárdenas, estado de Michoacán. No voy a escribir sobre las bellezas naturales de sus playas y ciudades (en Guerrero se destacan Acapulco y Zihuatanejo; en Michoacán hacen lo propio Morelia y Pátzcuaro) que pueden consultarse en cualquier página web con intereses turísticos; tampoco de la zona urbana ni de los habitantes que llegaron a trabajar a este lugar; voy a escribir sobre la gente y su entorno rural tan distintos a mi país de origen: Uruguay.
Empezaré por decir que la Ciudad y Puerto de Lázaro Cárdenas se localiza exactamente en la desembocadura del Río Balsas que divide al estado de Guerrero al sur, con el estado de Michoacán al norte a unos 17° grados de latitud norte en plena zona tropical. Esta ubicación corresponde aproximadamente a Hawái en el hemisferio norte o Santa Cruz de la Sierra en Bolivia o Minas Gerais en Brasil en el hemisferio sur. Es una ciudad creada de golpe y porrazo a finales de los 60´s alrededor de la construcción de una enorme siderúrgica (“Las truchas”) donde había un pequeño caserío de pescadores llamado Melchor Ocampo.
Hubo que desmontar una selva baja para hacer lugar a un puerto de altura, a la siderúrgica, a las calles, casas, escuelas y hospital. Esa lucha contra la selva nunca termina porque al menor abandono de la limpieza de cualquier terreno inmediatamente la vegetación crece e intenta recuperar el espacio perdido. El aire del Pacífico proporciona una permanente humedad a los 35 grados que casi todos los días reinan en el lugar. Es muy poca la diferencia de temperatura entre el invierno y el verano como entre la noche y el día. Diríamos que en las noches “frías” de invierno la temperatura baja a 28 grados…
La lluvia hace su aparición en verano (julio) y diaria y puntualmente llueve por tres meses. Es una lluvia corta de no más de 30 minutos pero de una intensidad que asusta. No hay forma de protegerse si no es bajo un techo sólido porque el cielo se cae. Después de septiembre sólo llueve si hay algún ciclón en el mar (depresión o tormenta tropical o huracán) que desaparecen en noviembre. ¿Y el resto del año? Jamás llueve, pero la humedad del mar se siente todo el año.
LA FLORA
La vegetación en los meses de lluvia crece imparable. A tal punto que un agujero del mosquitero de una ventana cercana al suelo permite que se meta una guía de enredadera con más de 50 centímetros de crecimiento durante una sola noche… Es tal el desarrollo de las plantas y árboles en estos lugares de tierra roja que al año de haber plantado un almendro (Terminalia catappa) ya se puede sentar a su sombra.
La costa de esos estados está sembrada de palmas que brindan una abundante cosecha de cocos, limoneros tropicales, mangos, papaya y plátanos (bananeros). Salvo el mango que se cosecha una sola vez al año, al fin de la primavera, las demás plantas están en permanente cosecha.
Las huertas de cocos son interesantísimas de conocer porque la palma tiene una variedad de usos enorme. El coco lo utilizan para saciar la sed con su agua, para extraer su pulpa blanca y sabrosa que se puede comer fresca con un poco de chile piquín, limón y sal. Ya seca la pulpa se raya y es usada en repostería. Pero el mayor uso de la copra (pulpa seca al sol) es para extraerle aceites esenciales para la industria cosmética que con ellos se elaboran la base de casi todas los aceites y cremas que usamos. Pero no para ahí, el uso del coco que una vez extraída su gigantesca semilla dura, protegida por una cáscara muy resistente (dentro está la pulpa blanca y el agua) queda una abundante fibra vegetal inicialmente verde que se seca y sirve para hacer tapetes y felpudos naturales, cepillos, escobas y finalmente leña para cocinar o para alimentar los hornos de ladrillos de los lugareños.
Las hojas de la palma son el principal elemento constructivo de los techos de las viviendas en esas zonas, porque proporcionan una sombra muy fresca y no dejan pasar la lluvia. Por si fuera poco el tronco de la palma ya improductiva resulta una madera dura cada vez más usada en la costa del Pacífico mexicano.
Donde no hay huertas, el monte de la selva baja es impenetrable, espinoso, llenos de incestos y de un verde intensísimo en verano.
LA FAUNA
La fauna está en correspondencia directa con la exuberancia de la flora. Nada detiene a verdaderos ejércitos de hormigas y termitas que implacablemente retoman los espacios que los hombres creían haberles ganado. Si se deja caer un pequeño trozo de cualquier alimento en el piso de una casa perfectamente limpia, no pasan más de un par de minutos y esa pequeña porción de alimento cobra vida y comienza a caminar. Unas minúsculas hormigas rojas que permanentemente patrullan el piso no tardan en cargar con ella y llevársela fuera de la casa a su hormiguero.
Durante los meses del verano y con la presencia de la lluvia hacen su aparición los zancudos (mosquitos) a partir de las seis de la tarde y son un verdadero azote hasta las diez de la noche, momento en que desaparecen hasta el otro día. Es curioso ver a la gente sentada fuera de la casa para aprovechar el escaso fresco de la noche agitando trapos sobres las piernas para espantar esta plaga.
Asociados a los zancudos existen unas pequeñas lagartijas casi transparentes, las cuijas, que caminan por los techos dentro de las casas y que se encargan de mantener las habitaciones limpias de mosquitos y otros pequeños insectos. Aprendí a no echarlas y a soportar sus ruidos parecidos a pequeños besos que ha llevado a la gente a llamarlas besuconas.
Si la casa está cerca del monte seguramente recibirá visitas no muy agradables de víboras e iguanas que se metieron por cualquier puerta abierta, las primeras y por las ventanas de ventilación del baño, las segundas. Sacar a las iguanas del baño no es una tarea agradable porque resbalan en los azulejos y no pueden salir como entraron.
Muy atractivas son unas magníficas aves –entre muchas otras– que abundan en las costas de México: los pelícanos. En formación de cinco hasta veinte aves vuelan perfectamente alineadas casi tocando el mar con sus enormes alas y toman altura para dejarse caer en espectaculares zambullidas donde atrapan a pequeños peces como las anchovetas y sardinas. Una vez me regalaron un pelícano con un ala lastimada y se acostumbró perfectamente a vivir suelto en el jardín y a convivir con mis hijos que se encargaban de alimentarlo y cuidarlo.
Verdadera conmoción causó en Lázaro Cárdenas el hallazgo de un enorme caimán de más de tres metros en uno de los esteros (bañados, dirían en Uruguay) que se ubican cercanos al mar. Lo atraparon vivo y fue destinado a un pequeño zoológico local y luego al zoológico de Morelia, la capital del estado de Michoacán.
LA GENTE
El omnipresente calor moldea a la gente del lugar. Ropas muy ligeras delatan los delgados y estilizados cuerpos de la mujer costeña. No usan pantalones ni short. Rigurosamente se ponen vestidos aunque vayan descalzas. Son muy elegantes al caminar modeladas por la necesidad de acarrear agua y ropa lavada. No les alcanzan las manos siempre ocupadas tomando de la mano chiquillos morenitos curtidos por el sol y alguna cubeta (balde) llena de agua, entonces recurren a ponerse un trapo arrollado formando un círculo grueso en la cabeza y sobre él asientan otra cubeta llena de ropa lavada en el río. Así caminan, erectas, elegantes, manteniendo equilibradamente la pesada cubeta sobre su cabeza.
Hay mucha agua en la región por el propio río Balsas que está contenido en una enorme represa (“La Villita”) productora de energía eléctrica antes de llegar al mar. Sin embargo en los jacales campesinos (humildes viviendas de vara, barro y palma) no hay agua ni luz. Por si fuera poco, la geografía de la costa del Pacífico siempre es montañosa y alcanzar un río o el mar significa un gran esfuerzo de bajar estrechas veredas por la selva cargando niños y enceres.
Al llegar al río, las señoras se ponen a lavar la ropa y a echarles un ojo a los chamacos para que no se metan en problemas. Todos están descalzos. Lavan y tienden la ropa sobre los matorrales para que no pese tanto en la subida del regreso. Al terminar el lavado todos se bañan para volver frescos a la casa. Claro, esto es un decir, porque el esfuerzo de la subida los empapa nuevamente de sudor.
Chorreando agua, lentamente la señora se pone en marcha con una carga que parece imposible de llevar. Pero en el jacal tendrá un poco de agua… Con cadencia y equilibrio recorre senderitos de hormigas pintados de rojo por la tierra tropical que apenas se asoma en aquel mar verde de la selva baja.
¿Y el señor? Descansando en una hamaca bajo la fresca sombra de una palapa (cuatro palos que sostienen un techo de palma). Pero uno no debe confundirse. El hombre se levanta muy temprano (4 o 5 de la mañana) y trabaja en la pequeñísima huerta propia de papaya, un poco de maíz y algunas hortalizas; o en la enorme huerta de palmas y limoneros como peón del dueño de la zona. Al mediodía descansa para evitar los esfuerzos a la hora de mayor calor. En la tarde corta leña para la cocina de barro con comal en el centro y a veces se va a pescar cuatetes (bagre de río) o a cazar iguanas para completar la comida. Debe además cuidar unas pocas gallinas o algún guajolote (pavo) para evitar que se los coman los zorros o los tlacuaches (especie de comadreja).
Las niñas, después de los seis o siete años, se hacen cargo y cargan con su hermanitos chicos. El hermano grande (seis años) se encarga de vigilar las gallinas y los guajolotes y de cargar leña con el padre. Con suerte van a una escuela que es una palapa con rústicos asientos debajo.
LA MÚSICA REGIONAL
Predominan en esta región un tipo de asociación musical que no pierde su vigencia: el dueto. Así, Bertín y Lalo, el Dueto Castillo, Dueto del Sur y Los dos de Guerrero son algunos de los más conocidos de Guerrero que –curiosamente– aunque sean tres no pierden la denominación tradicional de duetos. Del lado michoacano está el muy famoso Dueto Río Balsas, Los Michoacanos del Pinzán, Los Auténticos Michoacanos y muchos más.
Estos duetos interpretan fundamentalmente corridos con historias detalladas de lugares, mujeres y nunca falta alguna canción dedicada a personajes muy respetados en la zona, como los dos ya desaparecidos maestros normalistas y guerrilleros Genaro Vázquez y Lucio Cabañas.
La danza más conocida y popular en la costa de Guerrero (se extiende hasta la costa de Oaxaca) es toda una curiosidad. A mediados del siglo XIX con la fiebre del oro en California, muchos chilenos emigraban hacia el norte y en su travesía marítima desembarcaban por Oaxaca y Guerrero para reponer alimentos y agua dulce. En estas detenciones, hombres y mujeres del sur mostraban sus danzas, entre ellas las famosas cuecas que mucho gustaron a sus anfitriones mexicanos. Los de aquí aprendieron a bailarlas utilizando el pañuelo en la mano derecha (tal como se hace en Sudamérica incluyendo zambas, chacareras y pericones entre otras), las adaptaron a sus instrumentos (guitarra, bajo quinto, violín y a veces arpa), a sus voces y las llamaron chilenas.
https://www.youtube.com/watch?v=0fvjjutNkI8
Cerremos estos párrafos sobre la costa de Michoacán y Guerrero diciendo que nuestra experiencia por aquellos estados fue en los primeros años de la década de los 80´s. Por allí anduvimos en estas tierras hermanadas por una rica geografía, rica historia y ricas costumbres pero generadoras de inmensa pobreza humana. Lamentablemente, la gente bravía, siempre olvidada y trabajadora de la costa de estos estados, hoy vive –como muchas partes de México– un período de enorme violencia que mortifica, avergüenza y que no merece.