viernes, 12 de julio de 2024

Se adelantó un gran amigo…

Conocí a Jesús Mora Luna en Ciudad Sahagún en 1976 cuando se organizaban clases de música, pintura, juegos de niños y muchas actividades más.

Recién llegado de Uruguay, en calidad de refugiado político, no conocía nada de México, de su cultura, costumbres, del uso de muchas palabras derivadas de las lenguas indígenas. En resumen, nada sabía del “México profundo”, al decir de Guillermo Bonfil Batalla.

Pero tuve un gran maestro que dedicó mucho tiempo en enseñarme sobre México y su gente: ese fue Jesús Mora Luna, Chucho, como siempre le dije.

Trabajamos juntos y disfrutamos de nuestros trabajos hasta casi julio de 1980 en el Centro de Desarrollo para la Comunidad. Allí, se forjó una amistad inalterable para toda la vida, a pesar de no ser posible comunicarnos por mucho tiempo.

El día 7 de julio pasado, su hijo Josué y dos amigas sahagunenses, me dieron la mala nueva de su fallecimiento. Tremendo golpe recibí a pesar de que Chucho ya llevaba mucho tiempo luchando por su vida en un hospital, y que las noticias que me daba su hijo mayor, durante ese período, no fueran alentadoras.

Chucho, al frente del Centro de Desarrollo, centró su vida –fundamentalmente– en la pintura y en apoyar a la gente con inquietudes artísticas. Una inquebrantable vocación docente lo llevó a ser insustituible en las actividades culturales de Cd. Sahagún y en dejar una imborrable huella.

Siempre sonriente, amable, sensible y cálido, me explicaba cómo agarrar un taco, a diferenciar los distintos chiles, a probar por primera vez la típica barbacoa del estado de Hidalgo. “No, no, Cédar. No digas esa palabra que en México es una grosería.” Así me dijo muchas veces soltando una carcajada por mi torpeza.

¡Cuántas veces me llevó a su casa a comer juntos! Sonia, su inseparable esposa, le dejaba alimentos preparados que compartía generosamente conmigo y con su pequeño hijo Josué. Algunas veces me acompañaba al comedor de la Constructora Nacional de Carros de Ferrocarril, empresa a la que estábamos adscritos pero comisionados al Centro de Desarrollo.

En mi blog se encontrarán muchas palabras dedicadas a Chucho, como en el artículo “El Centro de Desarrollo para la Comunidad y el Centro Guitarrístico Agustín Barrios”: https://cedarviglietti.blogspot.com/search?q=El+Centro+de+desarrollo


En otro artículo, del mencionado blog, escribí algunas líneas que pintan a Chucho:

“Un buen amigo hidalguense (nacido en el estado de Hidalgo) y magnífico artista plástico, Jesús Mora Luna, me llevó en una oportunidad hasta una planta de maguey y con un tallo seco de cebada, a modo de pajita o popote, me enseñó a absorber directamente de la planta el aguamiel de rico sabor.

Precisamente en esa oportunidad oí el sonido de instrumentos de aliento en medio del campo y vi una pequeña crucecita asomarse rítmicamente detrás de una pequeña loma. Sorprendido por la música campirana y aquella cruz, le pregunté a Chucho qué era aquello.

–Seguramente un entierro– me contestó con mucha naturalidad.

Efectivamente, al ir asomando la gente detrás de la loma, apareció un niño de unos diez años llevando una larga cruz que abría paso a la marcha de familiares y amigos que caminaban detrás de un muchachito de unos quince años que cargaba una pequeña cajita de madera pintada de blanco y adornada con tela del mismo color. Era un pequeño niño el muertito (en México siempre se utiliza el diminutivo para hablar con respeto, delicadeza o cariño) y era llevado con música hasta un panteón cercano en medio del campo.”

Chucho me explicó detalladamente sobre las costumbres fúnebres en el campo mexicano…

Algunas veces lo acompañé mientras pintaba un nuevo cuadro en el paisaje casi todo el año seco (salvo en temporada de lluvias). De esa época me regaló esta pintura con fecha de 1979:



Jamás abandoné esta preciosa pintura –a pesar de los rayones producidos por los viajes– que refleja fielmente aquellos llanos de Apan que tanto me marcaron. La llevé a finales de 1980 a Lázaro Cárdenas, Michoacán, donde viví y di clases durante cuatro años. Nuevamente la traje a Toluca en 1984. En 1985 regresé a Uruguay al término de la dictadura, y la pintura de Chucho me acompañó. Regresé a México en 1990 y la pintura lo hizo conmigo…

En oportunidad de visitar nuestra casa con su esposa e hijo menor, Jesús, vio en mi estudio la vieja pintura que me regalara y me preguntó cómo, a casi cuarenta años, tenía aún ese cuadro. No olvido su comentario entre risas: “Qué mal pintaba en esa época…”

Hace un tiempo atrás, a invitación de Chucho, participé en el año 2015 con mi guitarra en la inauguración de una de sus exposiciones en la ciudad de Pachuca, Hgo.




En oportunidad de esta exposición, me obsequió este nuevo cuadro con fecha de 2014, que iluminó mi casa:



Ahora, el paisaje hidalguense se llenaba de colores por la temporada de lluvias y reflejaba un cambio notorio en la paleta de Chucho y en la ampliación y atención detallada de sus cielos con las infaltables nubes.

Se adelantó un gran amigo, pero su bonhomía, su carácter siempre alegre y positivo, su don de maestro, su herencia familiar –su esposa Sonia y sus hijos Josué y Jesús– que deja en esta vida y su valiosa obra pictórica, nos acompañan y nos guían en el camino para intentar ser como él: un gran ser humano.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por tus recuerdos y palabras, yo fui una de esos niños que participé en el Centro de Desarrollo en aquella época, hasta siempre Chucho, saludos