Historias que no son
cuento
·
Una
noche de 1968 salimos de pintada en Minas para que algunos pocos muros gritaran
nuestra inconformidad con las Medidas Prontas de Seguridad (M.P. de S.) que el
presidente Jorge Pacheco Areco había instaurado para reprimir a la gente que se
manifestaba contra sus políticas económicas y antisociales que irían arrimando
a la dictadura militar. ¿Qué son las M.P. de S.? Son poderes de emergencia que
habilitan al Poder Ejecutivo de Uruguay
a suspender transitoriamente algunas garantías constitucionales ante casos
graves e imprevistos de ataque exterior o conmoción interior.
Era mi primera vez que salía a pintar
y debo reconocer que con 16 años estaba nervioso por los resultados de esta
aventura libertaria. La consigna era pintar ¡ABAJO LAS MEDIDAS! y cambiar de
lugar para repetir la acción sin que nos vieran los vecinos de un pueblo muy
pequeño donde se reconocía fácilmente a cualquiera. Me acompañaba Raquel para
hacer de “campana” y avisarme –mientras escribía en el muro– si alguien se aproximaba.
Recuerdo que en el primer muro me puse
a escribir con un grueso crayón que elaborábamos con parafina y tierra de color
y en medio de la escritura oigo que pasa un señor en bicicleta y nos saluda con
esa atención tan pueblerina:
–Buenas noches…
–Buenas noches…
–Pero Raquel, no me avisaste nada que
venía un ciclista– le reproché medio asustado.
Pintamos cuatro o cinco muros más y
terminamos con buena suerte nuestra pequeña aventura. Al otro día me fue
imposible no ir a admirar mi obra nocturna y tomé un ómnibus por la calle
Batlle que iría por la avenida Artigas donde estaba el primer muro pintado.
Cuando miro hacia el muro veo –con terror
e inmensa vergüenza– que había escrito ¡ABAJO LAS MEDIAS!
· Muy
pocas veces la policía de aquella época nos pescaba in fraganti repartiendo volantes o pintando alguna pared, en la
mayoría de los casos nos detenían simplemente porque era público y notorio que
militábamos en alguna organización de izquierda. Así, nos iban a buscar a
nuestros domicilios y nos llevaban a la comisaría de la Plaza Rivera. En ese
lugar no tenían calabozos para menores de edad y con 15 o 16 años nos metían en
uno común con varios borrachos, actores de alguna pelea callejera, raterillos
de poca monta y algún golpeador de mujeres.
Al meternos allí nos sacaban los
cinturones y los cordones (agujetas) de las zapatillas deportivas para evitar
cualquier intento de suicidio. Era muy desagradable el olor a orines y vómitos
de los borrachos y no faltaba algún detenido que nos pedía cigarros de mala
manera y que no se convencía que no fumábamos. Intentaban asustarnos al vernos
muy jóvenes pero rápidamente aprendimos un truco que no fallaba para sacarnos
de encima a esos tipos. Era tan intensa la campaña anticomunista del gobierno
en radio, TV, y periódicos que le metían verdadero miedo a la gente sobre lo
que eran capaces los comunistas y mucha gente se creía que se comían a los
niños crudos o que, en el mejor de los casos, se los llevaban a Rusia.
A la menor molestia de algún preso
común le soltábamos aquel terrible virus
de que habíamos sido detenidos por ser comunistas
(dicho casi en secreto y mirando para los costados). ¡Ay mamita! El calabozo
rápidamente se dividía en dos partes: la gente
bien por un lado y los comunistas delincuentes
por otros. Se acababan en un santiamén las molestias.
Ya que estábamos metidos allí, bien
aburridos por horas o días –según fuera la causa de la detención–
aprovechábamos a “concientizar” a los presos comunes y les echábamos unos rollos
insoportables sobre la lucha de clases y su condición de deshechos de la sociedad capitalista y demás. No pasaba un día que
nos separaban de los presos comunes –para que no los echáramos a perder– y nos
llevaban a una comisaría rural cerca del arroyo Campanero donde podían
aislarnos.
·
En
1968 habíamos creado en Minas una réplica juvenil del Movimiento de Defensas de
las Libertades que en Montevideo desplegaba una gran actividad contra las
Medidas Prontas de Seguridad que el gobierno de Jorge Pacheco Areco utilizaba
ya no como algo excepcional sino como una forma permanente de imponer las más
duras decisiones económicas contra la mayoría de la población y favorecer así a
los grandes capitales que hacían su verano. A esta pequeña organización
integrada por un grupo de jóvenes de distintas tendencias políticas la llamamos
Movimiento Juvenil por las Libertades (MJL) y nos dedicamos a realizar una
intensa labor propagandista a nivel estudiantil. Naturalmente, al llegar las
vacaciones de verano, esa labor se vio interrumpida y el descanso ganó la
partida.
Sin embargo un hecho de gran
repercusión mediática puso al MJL al borde de la desaparición. Lo que durante
meses no había podido descubrir la policía minuana porque estaba confundida con
aquella firma de MJL en volantes y pintadas, al célebre comisario de
Inteligencia y Enlace –Alejandro Otero– le llevó cinco minutos desbaratar.
Sucedió que en febrero de 1969 un
comando del Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros) asaltó en Punta del
Este el Casino San Rafael y luego de cometido el robo huyeron con el dinero con
rumbo desconocido. Una de las hipótesis que manejó el comisario Alejandro Otero
era que habían huido hacia Piriápolis y luego utilizando la ruta 60 habrían
llegado a la ciudad de Minas. Así, la tranquila, calurosa y siestera capital serrana se vio invadida
por los policías del Departamento de Inteligencia y Enlace de Montevideo que en
un operativo totalmente fallido lograron una equívoca pista seguramente
proporcionada por algún vecino que no lograba conciliar el sueño de la obligada
siesta veraniega y atento vigilaba la actividad de algunos jóvenes.
El poderoso departamento del comisario
Otero allanó la casa de un joven minuano que no tenía absolutamente nada que
ver con el MLN pero que sí tenía en su casa algunos volantes del MJL que no
habían sido repartidos en los últimos días de clase del liceo departamental.
Frustrados los célebres policías de Montevideo, arrojaron el despreciable botín
del allanamiento a sus pares minuanos y se mandaron mudar de esa aburrida
ciudad donde nunca pasaba nada.
Producto de la inteligencia y el enlace montevideanos,
los sagaces policías minuanos tenían ahora información para terminar con su
dolor de cabeza: el Movimiento Juvenil por las Libertades. Bruscamente se nos
acabaron aquellas vacaciones encerrados en los calabozos de la comisaría
cercana al arroyo Campanero…
Después de varios días nos soltaron,
pero estábamos indignados por la tremenda afrenta de habernos cortado las
vacaciones así que fuimos con “El Pastilla” a vengarnos de esa terrible
injusticia y en la noche les pintamos tres letras en la Jefatura de Policía por
el lado del callejón de la iglesia: MJL
1 comentario:
¡Qué lindo relato en el Minas de mi niñez! Cuando en el 68 Cedar y Raquel pintaban muros, yo iba con mi túnica y bolsita haciendo juego de tela cuadriculada a las clases de Jardinera en la Escuela 1. Me debo haber topado con más de una pared pintada por esos jóvenes y tenebrosos "comunistas", en mi camino a la escuela.
Publicar un comentario