domingo, 12 de junio de 2011

Paracho: paraíso de las guitarras

Paracho, palabra chichimeca que significa “ofrenda”, es una población mexicana de origen prehispánico que hoy cuenta con poco más de 15,500 habitantes de los cuales muchos son de la etnia tarasca. Una enorme guitarra metálica es el principal monumento a la entrada del pueblo que recibe a los turistas de muchas partes de México y el extranjero que se dispersan entre las pocas calles del pueblo a buscar una buena oferta en la compra de una guitarra.
Siempre pensé que Paracho, esa pequeña población del estado de Michoacán,  producía solamente guitarras comerciales que no valían la pena, porque es frecuente ver por las calles de cualquier ciudad mexicana algún señor cargado de guitarras muy malas voceando que son de Paracho. Lo mismo sucede con los pequeños comercios donde venden instrumentos de música que al menor interés por una guitarra inmediatamente el comerciante le aclara orgulloso que ese instrumento es de Paracho, como si su origen fuera garantía de calidad.
En realidad en Paracho se construyen enormes cantidades de guitarras –la mayoría baratas y de regular calidad– entre las que se encuentran algunas buenas. Decir que una guitarra es de Paracho no significa calidad sino que responde a un hecho sin discusión: la mayoría de las guitarras en México se producen allí.
Una fuerte tradición desde la época de la colonia ha creado una escuela de constructores de guitarras que aprovechan la economía de mercado (compran maderas y accesorios al por mayor de forma colectiva) estableciéndose así todo un pueblo que directa o indirectamente tiene una fuerte dependencia de la venta de sus instrumentos.
Algunas cifras dan mejor idea de lo que es este pueblo michoacano: existen más de 600 lauderos y 20 fábricas artesanales que construyen entre 2000 y 3000 guitarras diarias que se exportan a Estados Unidos, Canadá, Francia, Bélgica, Suecia, Hungría y diversas naciones centroamericanas. No creo que haya otro lugar comparable en el mundo…
En la Ciudad de México, desde hace muchos años, hay muy buenos constructores de guitarras, destacándose las marcas Rubio, Dionisio Vázquez y Pimentel que han sido ampliamente recomendadas por los guitarristas mexicanos. Sin embargo en Paracho las hay igual y mejores aunque el propio mercado de esa población mexicana esté fundamentalmente centrado en la exportación de guitarras económicas.
No debe irse a Paracho sin llevar una lista de constructores de guitarras de altísima calidad, porque abundan las tiendas donde por cientos y cientos se exhiben guitarras muy bonitas pero de muy discreto sonido. Es sorprendente ver guitarras con tapa armónica de pino abeto canadiense o americano, palo santo de la India en la caja y ébano africano en el diapasón que no rebasan los 400 dólares, pero su diapasón es muy angosto y consecuentemente incómodo para tocar la llamada “música clásica” que demanda esfuerzo y buena técnica.
Hay una regla de oro con los talleres de guitarra de buena calidad: están sucios, polvosos, desordenados y llenos de aserrín y viruta de las maderas trabajadas. Naturalmente existen excepciones, pero en la mayoría es difícil encontrar un asiento sin polvo donde probar una guitarra. Cuando uno encuentra un taller pulcro con vitrinas impecables…desconfíe, o las guitarras no son buenas o no se construyen en ese lugar.
Con varios de mis alumnos de guitarra fui a Paracho a ayudarles a elegir guitarras para sus estudios. Nos dirigimos al taller de los hermanos Enríquez que tienen una gran cantidad de instrumentos ya terminados de distintos precios y calidades en función de los distintos presupuestos de los muchachos.
Allí nos recibió don Enrique Enríquez con sus hermanos y con la típica amabilidad michoacana. Inmediatamente limpiaron algunos espacios para sentarnos y probar sus instrumentos. El taller no puede ser más modesto. Paredes de láminas y maderas que por las múltiples rendijas entra luz del exterior. Techo de láminas simplemente acomodadas y puestas como Dios les dio a entender. Es seguro que cuando llueve fuerte el agua entra por muchos lugares.
Pero allí están colgadas muchas guitarras luminosas, sonoras, bonitas, que se destacan en ese galpón oscuro y desordenado. Todos los hermanos viven en casas bien construidas y separadas pero comparten un terreno arbolado donde el centro es el frágil taller. Nos llevan a sus casas donde tienen habitaciones llenas de guitarras colgadas. Todo huele a madera, barniz y trabajo. Sus familiares, gentiles y generosos, nos ofrecen refrescos para mitigar el calor primaveral de la zona y se mezclan los niños entre tantas guitarras que invaden la sala, el comedor y seguramente las recámaras. 
Dos alumnos rápidamente encuentran las guitarras de estudio que buscaban por precios que fueron de $1,800 a 2,800 ($12 pesos mexicanos por un dólar). Son guitarras bien hechas y muy sonoras. Otro alumno buscaba una guitarra de concierto porque está adelantado y sus manos ya le piden un buen instrumento. Le traen una guitarra de Agustín Enríquez (el mejor lutier de los hermanos) de palo rosa de la India, pino abeto alemán y ébano africano. Aquí las cosas cambian, se trata de un gran instrumento que encuentro un poco sordo por sus cuerdas muy viejas. Pero las cuerdas malas no logran ocultar el buen sonido. El diapasón es ancho, delgado y muy cómodo, de buenas proporciones que facilitan la ejecución. Por si fuera poco la guitarra es bonita. Mi alumno se enamora a primera vista y empieza un largo proceso de regateo para bajar el precio inicial que piden los Enríquez.
Intento convencer a mi alumno que espere a conocer otros talleres para ver otras posibilidades. “No voy a encontrar otra guitarra que me guste como ésta” fue la respuesta inmediata del joven que no podía hablar sin sonreír por la emoción que le provocaba esa guitarra. Pese a mi insistencia de ver otras guitarras fue imposible moverlo de su posición y allí mismo la compró en 14,000 pesos mexicanos.
Fuimos caminando hasta el taller de Fernando González Magaña, donde meses atrás me había comprado una magnífica guitarra, réplica de una Antonio Torres. Se repiten las características de los buenos talleres: pequeño espacio lleno de aserrín, viruta y polvo. Cuatro guitarras terminadas estaban colgadas en una vitrina de madera y vidrio. Dos de estudio con cajas de palo escrito (madera mexicana), pino abeto americano y diapasón de ébano y dos de concierto de palo rosa de la India.
Allí aprendí que uno puede recomendar mucho a los muchachos cuáles son las novias que les convienen, pero los que se casan son ellos y el amor… entra por los ojos. Les recomendé a dos de mis alumnos las guitarras de estudio de palo escrito de $5,000 cada una. Muy bien construidas, con el esmero de una de concierto. Pero no les gustaron por ser oscuras y mates... Le dije al alumno adelantado que ya se había comprado la guitarra de concierto que probara una de este joven lutier michoacano. La guitarra era inmejorable: equilibrado el sonido, agudos claros y aterciopelados, bajos profundos y potentes, gran respuesta al exigirle volumen, un diapasón de gran comodidad y un acabado sin parangón. Pero ya era tarde…
Merece un párrafo aparte este constructor de guitarras muy joven pero de hechuras inigualables y resultados sonoros incomparables. Fernando González aprendió este arte con su padre como la mayoría de los lauderos del mundo. Pero dejemos que hable el propio maestro González:

”Con mi padre fue el primer contacto ya que él ha construido guitarras desde que tenía a 14 años; ahora tiene 76 años. Después fui aprendiendo con muchos amigos, ahora algunos más famosos que otros, como Arnulfo Rubio, Rafael Granados, Abel García, Guillermo Rubio y muchos más que han tenido la gran voluntad de compartir conmigo su valiosa experiencia. Todo lo anterior fue aquí en Paracho. En Estados Unidos estuve trabajando con Germán Vázquez Rubio. En donde adquirí mucha experiencia, pues ahí hacíamos muchas reparaciones de guitarras del más alto nivel mundial, como las Hauser, Santos Hernández, Ramírez, A. Marín, etc., etc. Esto me ayudó a perfeccionar y conocer diferentes estilos y técnicas de construcción, así como a tener un criterio y una visión más amplios.”

En Paracho hay otros constructores muy renombrados como Salvador Castillo, Benito Huipe, Daniel Caro, Carlos Piña, el propio Agustín Enríquez y otros más, pero no he probado ninguna guitarra como las de Fernando González, de quien doy los datos por si algún lector lo desea localizar: Tel. 423 525 0551; cel. 452 127 1903 y correo electrónico fey91@hotmail.com
Nos vamos de Paracho, Michoacán, con la alegría de haber encontrados instrumentos que superan las expectativas iniciales y con una relación precio-calidad que es muy difícil encontrar en el mundo entero. Es imposible irse de este paraíso de las guitarras sin lamentar –más allá del beneficio propio– lo mal que se les paga a estos excelentes maestros de la laudería, así como en general a los artesanos de este inmenso país. A los constructores de guitarras no se les reconoce sus profundos conocimientos, su técnica prodigiosa y su amor por este arte tan delicado y misterioso de construir instrumentos de cuerda. Tengo una guitarra Enrique García (España), una José Yacopi (España-Argentina) y una Antonio Pereira Velazco (Uruguay); por muchos años toqué en una Salvador Ibáñez (España) y una Antonio Pascual (España), sin embargo –por muy lejos– la mejor es la Fernando González de Paracho, Michoacán.
Cédar Viglietti

3 comentarios:

Claudio dijo...

Me imagino lo especial de ese viaje para tus alumnos y me alegro que exista un pueblo así en el mundo.

No estaría de más que en la Escuela Figari de UTU (Uruguay) invitaran a Fernando Gonzalez para instruir nuestros futuros luthiers.

Saludos y buena música

Anónimo dijo...

Buen día,
Yo también tengo una guitarra de Fernando González, y desde la primera vez que la toqué en su taller me pareció un sonido excelente.

Por cierto acaba de ganar el primer lugar de la feria de la guitarra 2012.

saludos

Unknown dijo...

Muy buen artículo Cedar como todo lo que escribes :-)

saludos