En febrero del
2018 escribía un pequeño aporte en Facebook sobre la inseguridad y la violencia
en respuesta a un llamado en Uruguay de personas que aprovechaban el
crecimiento de los delitos para hacer responsable al gobierno del Frente
Amplio. Ahora actualizo y amplío lo que decía entonces.
Quienes peinamos
canas nos asombra cómo han cambiado los tiempos aquellos de la tranquilidad, seguridad
y solidaridad por éstos de la violencia, el miedo y la competencia. Equivocadamente
pensamos que la inseguridad y la violencia es un fenómeno exclusivo de América
Latina, Asia o África, pero no es así; en EE.UU. ‒el país de las drogas y las
armas‒está cundiendo, en escuelas y lugares de concentración de personas, una
locura diaria de asesinatos absurdos unos y por xenofobia alentada por el
gobierno otros; en los países de Europa (sin contar los ataques terroristas)
los guías de turistas no se cansan de recomendar el cuidado con los “amigos de
lo ajeno” y se ha llegado al insólito hecho de cerrar por algunos días el
Louvre en París para intentar frenar los despojos a los visitantes y a los
propios guardias el museo.
Está claro que
en varios países de América Latina la inseguridad ha alcanzado niveles
insoportables. También es cierto que en otros ‒aunque les cueste creerlo a sus
habitantes‒ la inseguridad es muy baja respecto a los demás, casos de Chile,
Uruguay y Costa Rica, aunque en estos países haya crecido la delincuencia.
Otros países, como México, Honduras, Colombia, la inseguridad y violencia están
totalmente fuera de control y recién ahora ‒con el nuevo gobierno‒ en el país
azteca se procuran soluciones.
En aquel llamado
a manifestarse en Uruguay contra la inseguridad y contra el gobierno no se
aportaba nada a su solución, sino que se manipulaba el miedo. Como dice Eduardo
Galeano: “Habitamos un mundo gobernado por el miedo, el miedo manda, el poder
come miedo, ¿qué sería del poder sin el miedo? Sin el miedo que el propio poder
genera para perpetuarse.” No consideraba más que
superficialmente un fenómeno que tiene muchísimas vertientes y que no pasa
solamente por mejorar leyes (que se debe hacer), o por jueces “cobardes” (que
los hay), como se apuntaba.
Fijémonos en algunos
detalles de este fenómeno que se repite en Latinoamérica: en general hace 20 o
30 años atrás no había el nivel de delincuencia de hoy en ningún país; tampoco
el uso actual de drogas (incluyendo el alcohol); tampoco el consumismo desenfrenado
como el de ahora; ni se exhibía en la TV ni en cines la apología de la violencia
que hoy vemos con costosas y morbosas producciones; no existían años atrás los
videojuegos donde se reproducen guerras y enfrentamientos armados con todo
realismo; y ‒finalmente‒ el culto actual al hedonismo no existía.
Cada uno de
estos “detalles” que consumimos hacen formidables aportes a la delincuencia.
¿Por qué digo que esos “detalles” aportan a la delincuencia e inseguridad?
Veamos: siempre ha habido gente con menores y mayores recursos económicos en
este mundo. Pero nunca ‒salvo en Chile, Uruguay y Costa Rica donde curiosamente
la criminalidad es menor‒ el abismo entre los más pobres y más ricos había sido
tan grande. La desigualdad económica en México, por ejemplo, es vergonzosa;
resulta imposible comparar a lo que tiene acceso un indígena, un obrero, un
campesino o un simple poblador de barrios marginales con lo que puede adquirir
un empresario o podía adquirir un funcionario del pasado gobierno (recuérdese
que este país tiene el 60% de la población en pobreza y se tiene al hombre más
rico del mundo…). Es decir, que muchísima gente no tiene posibilidades de
consumir un sinfín de productos que la publicidad ofrece machaconamente cada
vez que se enciende la TV. Esa TV que nos enseña que, si no accedemos al consumo
desenfrenado, al hedonismo por encima de todo, no somos nadie, no somos nada.
Muchos jóvenes delinquen
para comprarse un teléfono celular de última generación, o una moto último
modelo, o para adquirir drogas, o ropa y accesorios de marca. Estos mismos
jóvenes desde niños vieron en la tele incontables asesinatos, enfrentamientos,
uso de productos caros, consumos de drogas y todo lo que nos ofrece el
neoliberalismo (léase capitalismo salvaje…) en brillantes escaparates. Y no
olvidemos que, en esas cabezas educadas por el sistema generador de violencia, la
distancia entre lo virtual y lo real es cada vez menor.
Me llamó mucho
la atención una película colombiana, “Sin tetas no hay paraíso”, donde una
joven se convierte en mujerzuela de los narcotraficantes y su hermano en
sicario. De esta manera es que logran ambos acceder al consumo de productos caros
que de otra manera hubiera sido imposible. Conmueve la escena donde el joven es
confrontado por su madre al ver que tuvo acceso “mágicamente” a una motocicleta
nuevecita y se da cuenta en qué está metido. El muchacho le responde más o
menos así: “‒Sabe qué mamá, prefiero vivir pocos años, pero disfrutar de muchas
cosas que antes no podía, a morirme de viejo en la miseria.”
La película
muestra con toda crudeza la opción de muchos jóvenes de hoy que buscan, por
cualquier medio, acceder a bienes de consumo que con un salario paupérrimo
jamás alcanzarían. Por ello en México existe un ejército de jóvenes dispuestos
a engrosar las filas de la delincuencia, organizada o no.
Esto es el
consumismo:
“Así, lo que en origen
es una necesidad puramente económica del sistema capitalista, es convertido en
un ritual con unas connotaciones simbólicas e ideológicas capaces de movilizar
y aglutinar el sentimiento de las masas, sus deseos y necesidades, sus aspiraciones
y finalidades. Se pasa del consumo al consumismo, de la necesidad
económica a la realidad psicosocial. De la estructura a la superestructura,
según la terminología clásica del materialismo dialéctico. El consumismo es una
forma de pensar según la cual el sentido de la vida consiste en comprar objetos
o servicios. Esta forma de pensar se ha convertido en la principal ideología
que sostiene al sistema capitalista. Es una sociedad que necesita más
consumidores que trabajadores. Es decir, es una sociedad donde un mismo
trabajador, y aún los no trabajadores, deben ser convertidos en
poli-consumidores, personas que consuman el mayor número de productos posibles,
así como servicios y cualquier otra cosa que pueda ser puesta en circulación y
venta en el mercado por los poseedores de los medios de producción
capitalistas. Desde esta óptica mercantil y despersonalizada, los sujetos
tienden a dejar de ser vistos como individuos, para pasar a
ser meras funciones sociales, tanto a efectos de su utilización como a efectos
estadísticos, con una clara finalidad comercial. Es el individuo consumista,
paradigma por excelencia del ciudadano medio que desean tener a su servicio los
detentadores del poder en la sociedad consumista-capitalista. Un individuo que
viva para trabajar y trabaje para consumir, por encima de cualesquiera otras
actividades sociales.” (http://lagranlucha.com/la-publicidad-comercial-como-propaganda-de-la-ideologia-consumistacapitalista/)
Podemos concluir
con el filósofo y lingüista norteamericano Noam Chomsky, que la industria de
las relaciones públicas, la industria de la publicidad «entendieron que era más sencillo
crear consumidores que someter a esclavos».
Esta misma
lógica del consumo en el sistema capitalista ‒ahora en la industria
armamentística‒ genera las guerras que, como dice Eduardo Galeano, “En
la era del mercado, la guerra no es una tragedia, sino una feria internacional.
Los fabricantes de armas necesitan guerras, como los fabricantes de abrigos
necesitan inviernos.”
Finalmente
dediquemos un párrafo a la palabra más usada por el capitalismo salvaje: competitividad. Esta es la palabra que mejor expresa a todo el
sistema de valores vigentes en nuestra sociedad, una concepción de la
existencia donde el otro es vivido ante todo como obstáculo, e incluso como
potencial enemigo que justifica la violencia. Por ello, un sistema de valores
humanista tiene que sustituir el concepto de competitividad por solidaridad.
El capitalismo
salvaje hace que hoy parezca estúpido Pierre de Coubertin que nos legó aquella
máxima deportiva: “Lo más importante del deporte no es ganar, sino participar, porque lo
esencial en la vida no es el éxito, sino esforzarse por conseguirlo.” Esta
concepción del deporte ‒según un conocido entrenador norteamericano‒ ha sido sustituida
hoy por “¿Hay otra cosa que no sea ganar?”
Sigamos
rindiendo culto al capitalismo salvaje, a hacer más profunda la diferencia
entre ricos y pobres, a consumir mucho más de lo que necesitamos, a contaminar
sin remedio al único mundo que tenemos, a arrodillarnos ante el altar de las
armas virtuales o reales y veremos cómo crece mucho más la violencia y la
criminalidad.