Todo tiene un límite. La
violencia, la inseguridad y la incertidumbre que vivimos en México han rebasado
desde hace mucho tiempo cualquier intento de mirar distraídos hacia un costado
como si nada sucediera. Tampoco es ético no opinar para salvaguardar una fuente
de trabajo, un statu quo o hacernos
los muertos para que no nos maten. Con respeto por las diversas opiniones, es
necesario reclamar por la paz que hemos perdido y repudiar esta espiral de
violencia sin fin. No dejemos que el silencio sea cómplice de la barbarie que
nos asola.
Administraciones federales y
estatales van y vienen y todas aseguran que controlarán la inseguridad y
violencia y presentan cifras alegres de sus “logros” pero ya nadie les cree
porque la realidad se impone con hechos y números aterradores de muertes y
secuestros.
Los grandes medios de
comunicación –fundamentalmente las cadenas televisivas Televisa y Televisión Azteca,
los cómplices de la violencia– se empeñan en enmascarar los sucesos violentos
excepcionales y esconder los cotidianos que suceden diariamente en ciudades y
pueblos; promueven que sus “periodistas” se doblen para recoger las monedas que
compran el silencio. Solamente reconocen los hechos que escapan al férreo
control de la información de los gobiernos de turno o los que toman estado
público y resulta imposible ocultarlos.
Ya no informan; deforman.
Triste papel el de los
medios de comunicación de México…
Un
poco de historia.
Hagamos un poco de historia
para entender lo que hoy pasa en la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos”
de la población de Ayotzinapa, Municipio de Tixtla en el estado de Guerrero.
Las Escuelas Normales
Rurales surgieron en el México post revolucionario a partir de las década de
1920 cuando José Vasconcelos comenzó con un plan de escuelas rurales, escuelas
de artes y oficios, bibliotecas, así como formación de nuevos maestros, pero
vivieron su mejor momento durante el sexenio del General Lázaro Cárdenas del
Río (1934-1940) quien dio impulso a una experiencia de “educación socialista”,
la cual dio pocos resultados por la aversión generada por el alto clero
mexicano desde siempre y antes por la Guerra de los Cristeros (conflicto armado
que se prolongó desde 1926 a 1929 entre
el gobierno de Plutarco Elías Calles y milicias de
laicos, presbíteros y religiosos católicos que resistían la aplicación de
legislación y políticas públicas orientadas a restringir la participación de
la Iglesia Católica sobre los bienes de la
nación así como en procedimientos civiles).
A partir del fin del sexenio
Cardenista, con Jaime Torres Bodet como Secretario de Educación Pública (SEP), las
normales rurales dejaron de tener un lugar importante en el discurso educativo
reduciéndoles el presupuesto con el fin de desaparecerlas por tener maestros y
alumnos "comunistas”. Actualmente persisten 16 Escuelas Normales
Rurales en su resistencia por sobrevivir bajo la constante persecución oficial
y se mantienen aglutinadas en la FECSM (Federación de Estudiantes Campesinos
Socialistas de México) con la misión principal de dar oportunidad a hijos de
campesinos de hacer una carrera normalista que, sin esas escuelas, no tendrían
ninguna oportunidad de estudiar.
¿Quiénes
se han graduado en la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa?
De esta escuela normal rural
salieron graduados dos personajes muy conocidos en el estado de Guerrero: Genaro Vázquez y Lucio Cabañas. Seguramente a muchos jóvenes mexicanos y a la
mayoría de los extranjeros no les suenan estos nombres, pero quienes peinamos
canas y vivimos en México sabemos muy bien quienes eran estos maestros que se
convirtieron en leyenda de las luchas de los olvidados en México.
Genaro
Vázquez Rojas, nacido en San Luis Acatlán, Guerrero, el 10 de junio de 1931 y muerto
en circunstancias confusas en Morelia, Michoacán,
el 2
de febrero de 1972,
fue un líder sindical del magisterio guerrerense que tras formar parte
de la oposición política al gobierno de Guerrero, pasó a la clandestinidad y
formó uno de los varios grupos armados que se desarrollaron en la Sierra Madre del Sur durante las
décadas de 1960 y 1970.
Antes de alzarse en armas
defendió a los indígenas y campesinos guerrerenses y logró llegar a la capital
mexicana donde lo recibió el Presidente de la República Adolfo López Mateos,
quien escuchó las denuncias de faltas de garantías constitucionales en el
estado de Guerrero, de despojo de tierra a los campesinos, de represión por
parte de pistoleros y policía y de fraudes electorales en varios municipios
propiciados por el gobernador de entonces, Raúl Caballero Aburto.
Terminó siendo acusado de
injurias por Caballero Aburto y encarcelado en Chilpancingo (capital del
estado) en 1960, de donde salió liberado bajo fianza para terminar encarcelado
en Lecumberri (famosa penitenciaría de la Ciudad de México, hoy sede del
Archivo General de la Nación), de donde fue liberado en 1968 por
un comando armado de la Asociación Cívica Guerrerense (ACG), fundada por el
propio Genaro Vázquez en 1959.
El otro personaje egresado
de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa fue Lucio Cabañas Barrientos, nacido en Atoyac de Álvarez, Guerrero, el
12 de diciembre de 1938 y muerto en una emboscada el 2 de diciembre de 1974 en
Tecpan de Galeana, también en el estado de Guerrero. Este maestro campesino
inició su formación política en la Asociación Cívica
Guerrerense (ACG), que en ese entonces
dirigía Genaro Vázquez. Posteriormente fue elegido
Secretario General de la FECSM (Federación de Estudiantes Campesinos
Socialistas de México), para el periodo de 1962-1963.
Lucio decide alejarse de la ACG para acercarse más al Partido Comunista
Mexicano (PCM).
Al recibirse como maestro es
asignado al ejido de Mexcaltepec en la sierra de Guerrero, a una decena de
kilómetros de Atoyac. Este ejido contaba con recursos forestales que habían
sido usurpados por una compañía maderera. Es en este momento cuando organiza a
los campesinos para reivindicar sus derechos sobre los bosques; momento donde
comienza una larga persecución que se profundiza cuando funda, en 1967, el
Partido de los Pobres. Este Partido comenzó como una organización política de
lucha social y terminó –acosado– en un movimiento guerrillero.
Como podrá notar, estimado
lector, esta Escuela Normal Rural de Ayotzinapa siempre fue un dolor de cabeza
para las autoridades nacionales, estatales y municipales, así como para los
terratenientes y caciques de la región por dar maestros pensantes, respondones,
críticos, luchadores sociales. No les ha alcanzado a las autoridades que el
presupuesto para la escuela siempre esté a la baja, ni que en el internado los
muchachos duerman sobre cartones o petates en el mejor de los casos, ni que la
comida sea mínima, ni que casi no tengan materiales de estudio. El asunto es el
acoso y la persecución para acabar con la escuela que despierta conciencias.
El columnista mexicano César
Navarro Gallegos con precisión ha dicho: “La reacción gubernamental frente a los
estudiantes de Ayotzinapa debe explicarse igualmente desde las coordenadas que
han determinado la política educativa hacia las normales rurales. Son
instituciones que desde hace décadas subsisten bajo asedio del poder
gubernamental y han resistido los proyectos para exterminarlas. Por ello, las
persistentes movilizaciones desplegadas por los estudiantes de Ayotzinapa y
otros normalistas rurales del país son expresión de una resistencia
comprometida con la preservación de sus centros educativos y el derecho a la
educación para jóvenes como ellos, surgidos de comunidades indígenas y
campesinas. No es casual que en la batalla educativa que libran los estudiantes
rurales y socialistas casi por regla general las autoridades educativas y
el gobierno amenacen con cerrar sus escuelas o acudan a su persecución y
represión. No los escuchan ni atienden, pero siempre pretenden atinarles.”
Hace poco tiempo, el 12 de
diciembre de 2012, los estudiantes normalistas ya se habían enfrentado a las
balas de la Policía Federal y de la Policía Judicial Estatal en Chilpancingo,
cuando se manifestaban reclamando mejoras en las condiciones de estudio en la
escuela-internado. Bajo las balas federales y estatales cayeron los normalistas
Gabriel Echeverría y Jorge Alexis Herrera.
Juan Villoro, lúcido escritor
y periodista mexicano, dice en el periódico Reforma: “En 1960 Excélsior publicó un
desplegado en el que varias organizaciones exigían la destitución del
gobernador Raúl Caballero Aburto. Ahí figuraban los alumnos de la Escuela
Normal de Ayotzinapa, liderados por Lucio Cabañas. Desde entonces, los
normalistas no han dejado de luchar. Dos maestros, Genaro Vázquez y Lucio
Cabañas, buscaron un cauce legal para el descontento, fundaron asociaciones
civiles, enfrentaron la intransigencia gubernamental y escogieron la lucha
armada como última salida ante una realidad donde las demandas han sido
contestadas con masacres: Iguala en 1962, Atoyac en 1967, Aguas Blancas en
1995, Ayotzinapa en 2014.”
Líneas más adelante
continúa: “En los años sesenta del siglo pasado el analfabetismo alcanzaba en
Guerrero el 62.1%. En esa década, Vázquez y Cabañas descubrieron que no podían
enseñar a leer a alumnos que no podían vivir. Del aula pasaron a la sierra. Sus
luchas armadas fueron relevadas por otras y recibieron la salvaje respuesta de
la guerra sucia. Aunque los tizones de esa hoguera no han dejado de arder, el
gobierno procuró ignorarlos: El PRI creyó que podía administrar el infierno, ha
dicho el poeta Javier Sicilia.”
Concluye Villoro: “Sería
gravísimo que en Guerrero se reactivara el expediente de criminalizar a las
víctimas, famosamente utilizado por el presidente Felipe Calderón en 2010
cuando declaró que los 17 jóvenes acribillados en Chihuahua en una fiesta eran
pandilleros.
Entre los muertos del 26 de septiembre
se encontraban unos futbolistas. Fueron asesinados por el delito de ser
jóvenes; es decir, posibles estudiantes; es decir, disidentes.
Horas después, los 43
normalistas pagaron el precio de protestar contra la violencia. Si la
indignación rebelde no encuentra acomodo en la vida civil, una vez más lo
encontrará en las armas.
Matar maestros significa
matar el futuro. Guerrero es el paraíso envenenado donde la esperanza brota
para ser aniquilada.”
No hay un único culpable de
esta feroz matanza que ojalá no incluya a los 43 desaparecidos (aunque los
testimonios dados por algunos actores del crimen al padre Solalinde*, no dejan
mucha esperanza), el culpable es el Sistema Político Mexicano, incluido el Estado
Mexicano y todos los partidos políticos que a muchos no nos representan. Me
atrevo a pensar que seguramente los narcotraficantes no tengan ninguna
responsabilidad en los hechos; ellos tienen responsabilidad de haber infiltrado
todos los niveles de gobierno, todos los partidos, los empresarios y banqueros
que se benefician del lavado de dinero del narcotráfico que suma el 75% del
dinero circulante en México, según la DEA.
Este ajuste de cuentas a los
jóvenes normalistas es del sistema político que no quiere voces contestatarias,
que quiere “carro completo” (unanimidad de opiniones); que nos agachemos ante
el atropello y la barbarie; que seamos dóciles, ignorantes y dejemos que se
saquee México.
Los ciudadanos tenemos la
palabra. Nuestra participación decidida, indignada y pacífica en las
demostraciones contra el salvajismo puede y debe cambiar este rumbo que nos
lleva al más profundo precipicio. No dejemos que este país oscuro e inhumano lo
hereden nuestros hijos.
*Alejandro
Solalinde, sacerdote mexicano de la iglesia católica, defensor de los derechos
humanos de los migrantes y Premio Nacional de los Derechos Humanos 2012.