Hace años unos familiares me
preguntaron mi opinión sobre la posibilidad de dejar ellos Uruguay y venirse a
vivir a México. Se trataba de buscar nuevos horizontes cuando Uruguay vivía una
de las peores crisis económicas que tozuda y cuidadosamente gobiernos colorados
y blancos se encargaron de instaurar. En aquella oportunidad les dije a mis
familiares que evaluaran muy bien la posibilidad de emigrar porque les iba a
ser muy doloroso desarraigarse de un país y echar raíces en otro; que el precio
a pagar por dejar país, familia, amistades, costumbres, tradiciones y demás iba
a ser muy alto.
Recuerdo que les dije que
cuando uno abandona su país por un largo período, sin importar las razones
(políticas, económicas, traslados laborales, etc.), algo pasaba en la cabeza
que nunca más se encontraría sosiego ni aquí ni allá. Así lo viví yo cuando
salí de Uruguay por motivos políticos (huyendo de la dictadura militar) y en
México encontré el generoso asilo.
Es importante señalar que lo
vivido por mí no necesariamente fue igual para todos los exiliados, porque cada
uno vivió situaciones distintas según las edades, las profesiones, las
experiencias y muchos factores más. Sin embargo podrían hacerse algunas
generalizaciones: vivimos los casi 10 años de exilio en México extrañando
desesperadamente e idealizando absurdamente a Uruguay. Me atrevo a decir que
muchas veces no aprovechamos plenamente nuestra estadía en México para conocer
más profundamente su riquísima cultura, sus tradiciones maravillosas, su
geografía irrepetible, su gastronomía interminable y tantas cosas más por estar
con nuestra cabeza mirando al sur.
Varios de nosotros
regresamos a Uruguay en 1985 y las vicisitudes vividas en aquel país
sudamericano post dictadura no fueron nada fáciles. Muchas cosas se habían
trastocado en el país, en nuestras familias, en los amigos, que siguieron
viviendo sin nosotros. Pero también se habían trastocado nuestras cabezas que
ilusoriamente pretendían “subirse” al país en el mismo lugar e instante que lo
habíamos dejado. La vida no esperó por nosotros…
Y luego, en Uruguay,
extrañábamos México: su generosidad, todo lo que nos había dado –tanto en el
plano espiritual como material–, la alegría de vivir que tiene el mexicano, sus
cielos casi permanentemente soleados, sus sabores y olores.
El regreso a México en 1990
nos dio una nueva oportunidad de vivir plenamente y aprovechar todo lo que este
maravilloso país ofrece a sus habitantes. Pero, amigo lector, no crea que es
posible cortar de tajo el vínculo con el paisito. No señor. Siempre pasan por
nuestra cabeza los recuerdos gratos de Uruguay… A veces, créame, parece que la
vida nos castigó con añoranzas y nostalgias pendulares que jamás terminarán.
¿Será por ello que los griegos consideraban al exilio como el peor de los
castigos? Algo de eso hay, porque “el
exilio provoca una ruptura con un mundo de referencia y de signos, como la
cultura y la lengua. Este quiebre en muchos casos es traumático porque se corta
con el curso vital de la existencia. Esta situación nueva provoca un trauma en
las personas y secuelas que perdurarán para toda la vida.” (http://orvex.org.p11.hostingprod.com/exilio.html)
Pero no hay que pasar por
alto que esa ruptura produce una oportunidad fantástica de enriquecerse de la
dualidad de destinos, de acrecentar nuestro bagaje cultural con lo que se deja
y con lo que se adopta. Así que no dramaticemos y permítanme compartir algunas
curiosidades de aquí y de allá.
Los insectos: manjares
gastronómicos en México.
Entre los más de 190
insectos comestibles en México me referiré a 4 que son muy particulares y que a
los lectores uruguayos les llamará la atención. En el estado de Oaxaca son muy
abundantes los chapulines (pequeños
saltamontes o langostas) que se fríen con chile y jugo de limón y que ya secos
se ponen en una tortilla de maíz (cualquier alimento que pongamos en una
tortilla ya se tiene un taco) y se
agrega una cucharada de salsa picante. Mhmm… ¡a disfrutar un sabor muy
agradable! Por cierto estos chapulines fritos y secos se venden por todo México
y se pueden comer directamente sin hacerse un taco a la hora de tomar algún
aperitivo (mezcal, tequila o cualquier otro licor). O sea ¡chapulines para
picar…!
Chapulines
Gusanos de maguey
El siguiente insecto quizá
no sea del agrado de todo el mundo porque su olor –para muchos– no es muy
agradable. Se trata de los jumiles,
simples chinches que abundan en toda América Latina y que tiene como medio de
defensa su característico olor repulsivo para las aves y los reptiles comedores
de insectos. Recuerdo muy bien cuando una chica del sur del Estado de México
llegaba a mi casa con una bolsita de nylon llena de chinches de monte vivas
para que no se echaran a perder. Tomaba cuatro o cinco y las echaba a la sartén
con aceite hirviendo, se oían un par de chasquidos y ya estaban listos. Luego
ponía en una licuadora tomate verde (una variedad mexicana que no se come cruda
y que al madurar no enrojece), cebolla, chile y un poco de agua. Licuaba y
cocía esta mezcla y le agregaba los jumiles molidos. La salsa verde se llenaba
de puntitos negros de las chinches molidas y –créase o no– quedaba muy rica
para acompañar cualquier taco o quesadilla.
Jumiles antes de freírlos.
Ahora hablemos del caviar
azteca: los escamoles. La variedad
de platillos en México es inacabable y podríamos escribir páginas y páginas
sobre todo lo que ofrece la cocina mexicana que en realidad es una suma de las
cocinas poblana (del estado de Puebla), de la oaxaqueña (estado de Oaxaca), de
la yucateca (estado de Yucatán) y de la michoacana (estado de Michoacán),
además de varios platillos regionales. Pero los escamoles (huevecillos de unas hormigas del estado de Hidalgo), que
se preparan friéndolos en mantequilla con un poco de chile, son una exquisitez
sin parangón. Tiene su sabor y textura un refinamiento tal que se han ganado
merecidamente llamarse el caviar mexicano. Precisamente en estos días que
comienza la temporada de lluvia se realiza la recolección de estos huevecillos
blancos antes de que las hormigas crezcan en su interior.
Escamoles frescos
Escamoles frescos
Escamoles a la mantequilla
El zapallo y el boniato
Para los lectores mexicanos
comencemos por decir que zapallo es
una denominación de origen quechua
(lengua que hablaban los Incas y hoy muchos indígenas andinos) para lo que en
México conocemos como calabaza. Efectivamente ese fruto bastante grande, hueco
por dentro que nace de una planta rastrera a partir de una flor amarilla que
aquí se come en tacos o sopa, en Uruguay es parte sustancial de pucheros
(cocidos), guisos, sopas, etc. y forma parte de las primeras comidas de los
bebés en forma de puré junto a las papas. Es decir, se usa fundamentalmente
para las comidas saladas pese a su sabor dulce. Claro que también se prepara
este fruto americano con azúcar en trozos en almíbar, en mermelada pero mucho
más formando parte de guisados hechos con sal.
Puchero con boniato
En México, el zapallo se come exclusivamente en dulce
(con un almíbar espeso) en la época de las festividades del Día de Muertos,
anticipándose un poco a las fechas cercanas a la ya famosa Noche de Brujas.
Zapallo en almíbar
Un tubérculo muy conocido en
México es el boniato, claro que aquí
no se le llama así, sino camote y forma parte activa de los albures, esas expresiones tan mexicanas con doble sentido. En Uruguay el
boniato es usado de forma similar al zapallo y también son parte de los
primeros purés infantiles junto a la papa. Por cierto cuando se hace asado de
tira al horno, infaltablemente se le agregan papas y boniatos cortados en trozos regulares que acompañan muy bien a la
carne. Resta decir que hay una variedad de boniato que es blanco y en Uruguay
se le llama batata y con él se hace ate (dulce) muy similar al de membrillo
pero que resulta mucho más suave y delicado.
Asado al horno con papas y boniatos
Bueno, escribir y leer sobre
estos temas culinarios despierta el apetito así que mejor dejo hoy por acá y
usted y yo nos preparamos algo de comer; pero prometo seguir con las
curiosidades de aquí y de allá en una segunda nota.