La lectura del libro “Los pioneros de la naturaleza uruguaya”
del médico, investigador en trasplantes y medicina regeneradora, destacado
pintor y escritor uruguayo radicado en Canadá, Daniel Skuk, me produjo una gran
emoción por revivir a un notable personaje de las ciencias naturales de Uruguay,
muy querido por mi familia: el Prof. Francisco “Pancho” Oliveras. Este
verdadero Quijote de la naturaleza que recorrió a lo largo y ancho el país con
un nutrido grupo de profesores, estudiantes, maestros, botánicos y zoólogos
reunió una de las más importantes colecciones de arqueología, paleontología,
geología y zoología, las que a partir de su donación al estado uruguayo
constituyeron la base para la creación del Museo Nacional de Antropología.
Mi padre, Cédar Viglietti Viscaints, compartió con este magnífico docente de generaciones de investigadores y maestros uruguayos, aquellos inolvidables campamentos del “Centro de Estudios de Ciencias Naturales” que siempre fueron motivos de gratísimos recuerdos y un sinfín de anécdotas en el seno familiar.
Recuerdo a Pancho bonachón, siempre alegre, alto, de bombachas gauchas (pantalón muy ancho pero ajustado en el tobillo que facilita montar a caballo y las tareas propias del campo), de alpargatas de yute y boina vasca. Cuando entraba a mi casa a charlar con el viejo se le veía inquieto porque había abandonado por un momento a la gente del “Centro” en algún campamento cerca de Minas y trataba de ser breve en su visita.
Con mucha dificultad –por ser muy chico– recuerdo algún campamento al que fuimos en familia. Tal es el caso de La Charqueada, puerto fluvial sobre el Cebollatí en el departamento de Treinta y Tres, donde nos sacaron esa foto a mi hermana y a mí fascinados con el pequeño carpincho abandonado que pasó a ser adoptado por el conjunto de campamentistas. Pero sí recuerdo claramente haber ido varias veces al Arequita, ese cerro que es un ícono de la Ciudad de Minas en Uruguay, a acompañar a mi padre que iba a tocar la guitarra “a campo abierto” ante todos los integrantes del “Centro”, como se aprecia en la foto del precioso libro de Daniel Skuk y que ha estado desde siempre ilustrando este blog.
Resulta muy interesante saber que al influjo de Pancho Oliveras y su incansable labor por difundir las ciencias naturales y la protección del medio ambiente en Uruguay, el “Centro de Estudios de Ciencias Naturales” hizo pública en 1945 una declaración en la prensa de Montevideo donde advertía sobre evitar la destrucción de grutas o cerros –“monumentos de la naturaleza”– que “significa hacer desaparecer para siempre un libro que, leído con habilidad por el hombre le revela un detalle del secreto, más viejo que la humanidad, pero secreto todavía, como lo es el del origen del mundo…”
Con este lenguaje, quizás ingenuo pero sensible, un pequeño grupo de uruguayos se adelantaba a su época en la defensa de la ecología como bien lo señala el Dr. Skuk en su libro. Personalidades de diversos ámbitos se adherían a esta declaración como Fernando Della Santa (secretario general del Ateneo de Montevideo), el doctor Washington Buño (decano de la Facultad de medicina), los escritores Carlos Sabat Ercasty, Emilio Oribe, Francisco Espínola, el escultor Ramón Bauzá, el notable músico Eduardo Fabini, el musicólogo Lauro Ayestarán, los arqueólogos Rodolfo Maruca Sosa y Antonio Taddei, “el coronel –guitarrista y narrador– Cédar Viglietti”, el geógrafo Jorge Chebataroff, el zoólogo Raúl Vaz Ferreira, el médico y escritor Isidro Más de Ayala y varios personajes más.
Debo confesar que me entero hoy, a través del libro del Dr. Skuk, de estas actividades donde mi padre participaba y que hoy me llenan de legítimo orgullo. De la misma manera sé ahora que artículos escritos por mi padre sobre el “Centro de Estudios de Ciencias Naturales” fueron publicados en el diario La Tribuna Popular entre los años 1949 y 1953.
Mi padre, Cédar Viglietti Viscaints, compartió con este magnífico docente de generaciones de investigadores y maestros uruguayos, aquellos inolvidables campamentos del “Centro de Estudios de Ciencias Naturales” que siempre fueron motivos de gratísimos recuerdos y un sinfín de anécdotas en el seno familiar.
Recuerdo a Pancho bonachón, siempre alegre, alto, de bombachas gauchas (pantalón muy ancho pero ajustado en el tobillo que facilita montar a caballo y las tareas propias del campo), de alpargatas de yute y boina vasca. Cuando entraba a mi casa a charlar con el viejo se le veía inquieto porque había abandonado por un momento a la gente del “Centro” en algún campamento cerca de Minas y trataba de ser breve en su visita.
Con mucha dificultad –por ser muy chico– recuerdo algún campamento al que fuimos en familia. Tal es el caso de La Charqueada, puerto fluvial sobre el Cebollatí en el departamento de Treinta y Tres, donde nos sacaron esa foto a mi hermana y a mí fascinados con el pequeño carpincho abandonado que pasó a ser adoptado por el conjunto de campamentistas. Pero sí recuerdo claramente haber ido varias veces al Arequita, ese cerro que es un ícono de la Ciudad de Minas en Uruguay, a acompañar a mi padre que iba a tocar la guitarra “a campo abierto” ante todos los integrantes del “Centro”, como se aprecia en la foto del precioso libro de Daniel Skuk y que ha estado desde siempre ilustrando este blog.
Resulta muy interesante saber que al influjo de Pancho Oliveras y su incansable labor por difundir las ciencias naturales y la protección del medio ambiente en Uruguay, el “Centro de Estudios de Ciencias Naturales” hizo pública en 1945 una declaración en la prensa de Montevideo donde advertía sobre evitar la destrucción de grutas o cerros –“monumentos de la naturaleza”– que “significa hacer desaparecer para siempre un libro que, leído con habilidad por el hombre le revela un detalle del secreto, más viejo que la humanidad, pero secreto todavía, como lo es el del origen del mundo…”
Con este lenguaje, quizás ingenuo pero sensible, un pequeño grupo de uruguayos se adelantaba a su época en la defensa de la ecología como bien lo señala el Dr. Skuk en su libro. Personalidades de diversos ámbitos se adherían a esta declaración como Fernando Della Santa (secretario general del Ateneo de Montevideo), el doctor Washington Buño (decano de la Facultad de medicina), los escritores Carlos Sabat Ercasty, Emilio Oribe, Francisco Espínola, el escultor Ramón Bauzá, el notable músico Eduardo Fabini, el musicólogo Lauro Ayestarán, los arqueólogos Rodolfo Maruca Sosa y Antonio Taddei, “el coronel –guitarrista y narrador– Cédar Viglietti”, el geógrafo Jorge Chebataroff, el zoólogo Raúl Vaz Ferreira, el médico y escritor Isidro Más de Ayala y varios personajes más.
Debo confesar que me entero hoy, a través del libro del Dr. Skuk, de estas actividades donde mi padre participaba y que hoy me llenan de legítimo orgullo. De la misma manera sé ahora que artículos escritos por mi padre sobre el “Centro de Estudios de Ciencias Naturales” fueron publicados en el diario La Tribuna Popular entre los años 1949 y 1953.
Páginas más adelante, el Dr.
Skuk hace una referencia muy conmovedora para quien escribe estas líneas en el
capítulo “Los conciertos de Viglietti”
narrándonos un momento de la noche en el campamento de la “Quebrada de los Cuervos”
en el departamento de Treinta y Tres. Permítaseme tomar en forma textual dos
párrafos de este capítulo para dejar intacta la sensibilidad del autor del
libro “Los pioneros de la naturaleza
uruguaya”:
“Pero
esa primera noche de campamento, tras dar cuenta de la cena, el personaje fue
Cédar Viglietti. Y es que el coronel no tuvo más remedio que ceder al pedido de
sus compañeros, a quienes el viaje y la jornada de actividades en la ciudad de
Treinta y Tres no parecían haber rendido. O, si rendidos, no lo suficiente para
perderse la oportunidad de un concierto de aquel que, como Mario Pariente
Amaro, solía jerarquizar con su guitarra los fogones del campamento.
Todo se preparó en forma sencilla pero casi religiosa: los faroles fueron apagados y
alguien sugirió sabiamente prohibir los aplausos; nada debía quebrar la magia
virgen del entorno. Y así se sucedieron… estilos, vidalas, tristes y aires
camperos, en el silencio absoluto de la medianoche, apenas a la luz de la luna
llena y los rescoldos del fogón. Sólo los nítidos timbres de la guitarra osaron
impregnar las sombras escondidas en la vegetación nocturna. Todo es posible en
el hechizo de la noche, y un escalofrío conmovió a aquel que pudo imaginar cómo
los dedos de Viglietti, en esos momentos, pulsaban las cuerdas etéreas de la
propia quebrada.”
Viglietti en la guitarra y a su izquierda Pancho Oliveras. Fotografía publicada en el libro “Los pioneros de la naturaleza uruguaya”.